Las pensiones entran en el futuro
La semana pasada el Congreso de los Diputados aprobó la renovación del llamado Pacto de Toledo sobre el futuro del sistema público de pensiones. Por fin. Como era de prever a estas alturas de legislatura, la renovación del pacto no plantea ningún tipo de solución ni drástica ni concreta. Recibirá por los expertos críticas por todas partes, porque si después de tres años de trabajos esto es lo que hay, mejor que Pacto de Toledo habría que llamarlo Pacto de los Montes -aunque fueren los de Toledo-.
Sin embargo, voy a defender el resultado de consenso alcanzado, precisamente en algo que no es ninguna de las 22 recomendaciones aprobadas, y que de por sí basta para justificar su existencia.
El anterior Pacto de Toledo -del año 1995- tuvo una virtualidad fundamental, que tampoco estaba escrita. Supuso sacar las pensiones públicas del debate político.
El déficit cero vuelve a ser el logotipo de unas cuentas públicas que generan confianza y estimulan la iniciativa
Antes se decía por unos que si ganaban los otros las elecciones iban a suprimir las pensiones; recíprocamente, los otros decían que si ganaban los unos no habría dinero para pagarlas.
A partir del refrendo al pacto todos reconocen la necesidad y apoyan, sin condiciones, el sistema público, diseñando muy tímidamente -esbozando- unas líneas directrices a seguir en el futuro. La renovación ahora del pacto es básicamente continuista. Si antes se consiguió excluir las pensiones del debate político, sin decirlo, ahora se reconoce por todos la dificultad financiera que atravesará el sistema a partir, aproximadamente, de 2015, como consecuencia del cambio demográfico, al aumentar más los pasivos que los activos. No significa que las pensiones desaparezcan, sino que su cuantía, de no cambiar las cosas, tendrá que disminuir.
Esto, que parece una obviedad, no lo es, porque todavía hay quien piensa, supongo que de buena fe, y defiende, que el sistema, a pesar del envejecimiento de la población, se sostiene solo. Aunque parezca mentira, hay gente que debería ser seria y sigue haciendo poesía de la economía, o la quiere deformar aplicando valores religiosos -ojo, que son tan malos como el dogmático a ultranza-.
Ya tenemos avisado de que el problema existe y que, por tanto, hay que atajarlo. Ahí está la cuestión. Las recomendaciones que en la renovación se hacen bien las podría haber hecho don Pero Grullo. Que si incrementar el empleo, que si incorporar la mujer al trabajo, que si estudiar la inmigración, o sea incrementar los ingresos del sistema. Que si propiciar el retraso de edad de jubilación. Que si profundizar en la contributividad y proporcionalidad del sistema. Que si fomentar los sistemas complementarios.
Desgraciadamente, de manera demasiado vaga e imprecisa. Como no podía ser por menos en los tiempos electorales en que estamos, y los males requieren remedios que nadie hoy está dispuesto a decir, fuera de cuatro vaguedades.