Del formulario al invento
La reciente aprobación por el ejecutivo del Plan de Acción para el Empleo ha suscitado el comentario de que los responsables de estos temas saben rellenar los formularios que requiere Europa de forma aseada y puntual. Si sólo se mira como se atienden las exigencias es indiscutible que la Administración española ha vuelto a demostrar que está homologada desde hace años con las prácticas eurocráticas. Y que es capaz de manejar con soltura las terminologías y modelos con que hay que confeccionar los diferentes programas de los planes. Claro que todo esto, que ya es en sí mismo una virtud que dice mucho de la modernidad patria, puede que no sea apreciado, sin embargo, por una parte de la ciudadanía que desconoce cómo le afectarán tan alambicadas proposiciones. Ni tampoco por algunos agentes sociales que profesan la crítica velada y el no querer reconocer que hace tiempo que se abandonaron los rincones de la historia de un país capaz de codearse en las Azores. Y que si no fuese por lo reacia que está todavía Francia en ese espinoso asunto de Irak, seguiría sin temer que, ante las nuevas condiciones geopolíticas, menguaran sus posibilidades para mantener el ITER (reactor termonuclear internacional experimental) en Vandellós.
De ahí que los desconfiados de siempre acabaran echando en falta que no se diga nada de la mayor o menor eficacia de las políticas puestas en marcha en los formularios de los ejercicios anteriores. O que algunas de las políticas que ahora se proponen no estén respaldadas suficientemente al no contar con el presupuesto o no dirigirse claramente a resolver los problemas que tiene el mercado laboral. Y sobre todo los que sufren las realidades que se describen en esas Perspectivas de empleo que acaba de presentar la OCDE. Otros, todavía más suspicaces, apuntan a que de alguna de estas realidades se habla tan poco en este plan como del grado de cumplimiento de los objetivos que se planteaban en los anteriores.
Olvidan que planificar es sobre todo mirar hacia delante y menos distraerse en las menudencias de comprobar cómo se hicieron las cosas que se dijo que se iban a hacer. Además, tampoco entienden ni aceptan de buen grado el que cada escribiente tiene su estilo y que los que redactan estos planes, de la misma escuela de los que redactaron los Planes de Inclusión que se remitieron a Europa antes de los periodos vacacionales, suelen ser funcionarios adscritos al pensamiento positivo que siempre estimula el estar en el poder. Y que difiere sustantivamente del reconcomio que amarga a los que desde la oposición no tienen oportunidad de demostrar su valía y creatividad con prosas tan constructivas y beneficiosas para el interés general como las que ahora se critican sin aportar otras alternativas.
Y es que si algo cabe resaltar de estas redacciones es que no se aventuran en salirse de los temas que se ha asumido deben abordarse. Pues son prosas escritas para afianzar la gobernanza y los procedimientos establecidos para el cumplimento de estadillos, que no prevén las exigencias de la gobernabilidad ni atajan los riesgos de los mercados laborales y los modelos sociales del futuro. Es comprensible que no se distraigan en temáticas que se pregunten si esto es lo que habría que hacer para seguir siendo competitivos, o para asegurarse que no se acreciente la exclusión y la dualización social. O para considerar las perspectivas de los sistemas educativos, los horizontes demográficos, la afluencia masiva de inmigrantes o las repercusiones de la ampliación europea.
Temas que tampoco se ha visto necesario mezclar con otros mas alejados como los que consideran que el futuro de los sistemas científicos e innovadores también inciden en los mercados laborales. Tales asuntos ya se abordan dentro del Plan de I+D+i, en el que aunque parece que las filosofías generales son fácilmente asumibles por todos, las propuestas concretas no cuentan con las mismas aquiescencias ni se ven formulaciones políticas mas allá de las de sumar proyectos sin que se diga en qué estrategia global cabría enmarcarlos. Tampoco se sabe si con esa mera acumulación podrá acrecentarse la capacidad de resolver el déficit de investigación e innovación de los tejidos empresariales. Y que no parece que vaya a reducirse viendo los magros presupuestos y más si se comparan con los que emplean otros o los necesarios para codearse con las economías avanzadas. Quizás porque aunque ya se ha aprendido a rellenar formularios todavía se sigue sin apreciar lo peligroso que puede resultar el que sigan inventando los demás.