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Tribuna
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Eurorregiones en interés de España

Algunos -bastantes- buques de carga que entran en el Mediterráneo por el Canal de Suez, transportando mercancías con destino a Europa, dan un largo rodeo para descargar en Rotterdam en lugar de hacerlo en un puerto comercial de la Europa Mediterránea. Otros -muchos más, casi todos- que, desde el Atlántico, podrían optar por entrar por Gibraltar, van también a Rotterdam.

La razón es de carácter logístico y muy sencilla: en Rotterdam hay muchísima carga de salida, los buques -las navieras- pueden elegir, sin espera alguna, tipo de carga de retorno y puerto o zona de destino.

La estructura en tierra de recepción y distribución ya está acostumbrada a Rotterdam, funciona. Si por el contrario los buques van a Génova, Marsella, Barcelona o Valencia es muy probable que pierdan tiempo, no puedan elegir una carga óptima y deban transportarla a una zona asimismo con poca mercancía de salida. En Rotterdam se ha generado un círculo logístico virtuoso que se retroalimenta y se consolida. En los puertos mediterráneos citados, no. Entender eso no parece complicado.

También parece fácil darse cuenta de que contar en España con un puerto capaz de competir con Rotterdam es una opción estratégica de primer orden. Y de que Barcelona está en una relativamente buena posición de partida para intentarlo, con más ventajas competitivas que los restantes puertos del Mediterráneo occidental.

La primera premisa para lograr este objetivo es acumular el tonelaje de exportación de una amplia zona delimitada como mínimo por el litoral del llamado arco mediterráneo y los vértices Almería, Madrid, Zaragoza, Toulouse, Montpellier y, preferiblemente, con extensiones de penetración hasta Grenoble- Niza y el noroeste de Italia, puesto que se trata precisamente de anticiparse a Marsella y Génova.

Las condiciones necesarias para ello son: impulso y liderazgo político de las Administraciones del área, incluidos los Gobiernos estatales, con más cooperación que recelos, con el convencimiento de salir todos ganando; complicidad del sector privado, especialmente de las grandes empresas industriales y a las operadoras en tierra; infraestructuras e instalaciones logísticas potentes, eficientes y coordinadas; servicios terciarios desarrollados y tecnificados. Finalmente, tenacidad en un largo proceso hasta generar un círculo virtuoso irreversible.

Pues bien, este objetivo es sólo un ejemplo de los muchos supuestos que explican la racionalidad y la necesidad de la configuración de eurorregiones económicas transfronterizas como propone Pasqual Maragall.

Y, evidentemente, volviendo al ejemplo, se trata de una opción estratégica de gran alcance no sólo para Cataluña, sino para toda la zona y para España en su conjunto. Tanto o más que la retórica aventura latinoamericana, sobre todo si está -como lo está- mal instrumentada.

Uno ya entiende que estas cuestiones no figuran en los temarios de las oposiciones para ser abogado del Estado, inspector de Hacienda o registrador de la propiedad, que Madrid no tiene mar y que a un nacionalista español, forjado en la cultura y el ambiente de la autarquía franquista, le produzcan cierto repelús estos planteamientos.

Pero después de casi ocho años ejerciendo de presidente del Gobierno o de ministro de diversos ramos, de viajar por el mundo y de codearse con altos mandatarios, era de esperar que José María Aznar y Mariano Rajoy hubieran asimilado alguna cosa, que hubieran acumulado un cierto bagaje y ampliado horizontes.

Pero no. Según parece, prefieren seguir despreciando lo que ignoran, organizar cruzadas contra molinos de viento y descalificar propuestas antes de conocerlas, tergiversándolas y convirtiéndolas en imperialismo pancatalanista rompepatrias y mataconstituciones.

Prefieren la bronca y la guerra santa hasta la aniquilación de los que no piensan como ellos a construir escenarios racionales de diálogo, debate y creatividad. Santiago y cierra España. Qué tristeza, ¿no? O tal vez no. Tal vez lo entiendan todo bastante bien y su actitud responda simplemente a un cálculo electoral, a supeditarlo todo a un puñado de votos fáciles. De ser así, siendo grave, se trataría de un mal menor. Los políticos cínicos son deleznables, pero en última instancia mucho menos peligrosos que los iluminados y salvapatrias de sainete. Aznar es de estos últimos o, por lo menos, de un tiempo a esta parte, se comporta como tal. Rajoy, digámoslo todo, parece más bien de los primeros.

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