Las muertes por calor en las estadísticas
Las cifras aportadas por países como Francia y Reino Unido sobre las muertes que han tenido por causa la reciente ola de calor, tan dispares de las que se manejan para España, no están basadas en las correspondientes estadísticas de mortalidad por causas, donde los referidos países están trabajando todavía con datos de 2001, al igual que España, sino en estimaciones basadas en informaciones parciales que han sido aportadas por funerarias, hospitales públicos y servicios judiciales.
El hecho de que suelan conocerse los datos de mortalidad por causas dos años más tarde de haber ocurrido puede achacarse a la complejidad de los procesos de recogida de la información, de depuración de la misma y de su tratamiento posterior.
En España, la cumplimentación de cuestionarios corre a cargo de los médicos que certifican la defunción así como de los forenses que han de intervenir en los casos de muertes violentas o producidas en determinadas circunstancias, como fallecimientos de personas que vivían en soledad o que han muerto en la vía pública.
En los cuestionarios que se utilizan en nuestro país, de acuerdo con los criterios de la Organización Mundial de la Salud, se clasifican las causas en más de 12.000 enfermedades y se distingue entre causa inmediata, que es la que se estima ha originado directamente la muerte, causa antecedente intermedia, si es que hay alguna que haya contribuido a la causa inmediata, y causa inicial o fundamental, que es aquella enfermedad o lesión que inició los hechos que condujeron a la muerte.
Además de estas tres causas, se solicita información sobre cualquier otro proceso que pudiera haber contribuido a desencadenar el fallecimiento (embarazo, parto, diabetes, etcétera). De toda esta información, recogida de forma literal, se deriva la denominada causa básica de la defunción, que es codificada y utilizada para las clasificaciones que aparecen en las publicaciones estadísticas.
Para que la 'exposición al calor natural excesivo' sea considerada causa básica es preciso que no exista una patología previa que el golpe de calor hubiera podido agravar hasta el límite de producir la muerte.
Pero, aparte de este alto grado de detalle de las distintas causas que concurren en los fallecimientos, lo que posiblemente genera mayor retraso en la publicación de resultados es el hecho de que la información haya de recogerse exhaustivamente, procurando utilizar toda la información registral, y en unos plazos que suelen ser incumplidos por muchos de los registros civiles encargados de la recogida de la información, debido principalmente a sus graves carencias de personal y a su falta de informatización.
En estas condiciones, no es de extrañar que la mera constatación de aumentos anormales en el número de fallecimientos, como los ocurridos en los citados países y el estimado para España por el diario El País, cifrado nada menos que en un 34% para la primera quincena de agosto respecto del mismo periodo de 2002, induzca a achacar a algún elemento externo, en este caso el calor excesivo, dichos aumentos, sin esperar a contar con los diagnósticos que figuran en los correspondientes boletines de defunción.
Para evitar los riesgos que se derivan de interpretar resultados insuficientemente contrastados, es preciso replantear los sistemas de recogida, tratamiento y análisis de la información, cuestión que podría emprenderse aprovechando la alarma surgida este verano.
Pero, además, el análisis de lo que acontece en el campo sanitario no debe detenerse en la información estrictamente ligada a los sucesos de muerte. Este ha de adentrarse en el terreno medioambiental, que viene alertando inútilmente sobre problemas como el calentamiento atmosférico y la desaparición de la capa de ozono, en el relativo a la atención médica, que según parece ha dejado mucho que desear este verano en algunos países.
Y en otros terrenos que también tienen incidencia en los procesos de enfermedad y muerte, como las condiciones de vida de las personas que, según parece haber ocurrido este verano, pueden vivir solas y sin ayuda, como el caso de muchos ancianos, u ocupar infraviviendas que no ofrecen la menor protección ante temperaturas extremas.