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Columna
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España-Reino Unido, pobres resultados

El Parlamento británico acaba de hacer público su informe acerca de las negociaciones sobre Gibraltar entre el Gobierno español y el británico. Las conclusiones son las esperadas: la línea de trabajo para resolver este contencioso histórico basada en la llamada cosoberanía se rechaza definitivamente. El informe no hace sino confirmar las atrevidas declaraciones que hace apenas unas semanas realizó el Secretario de Asuntos Europeos al respecto. El fracaso, otro más, es ya un dato que nos lleva a considerar que el pretendido liderazgo de Tony Blair y José María Aznar para establecer una amplia agenda común sobre muchas cuestiones internacionales y europeas se derrumba poco a poco. Es más, si seguimos así es probable que lleguemos al final de esta legislatura con una agenda hispano-británica con una muy pobre cuenta de resultados.

La elección de Reino Unido como gran aliado europeo que sustituiría la tradicional relación con el eje franco-alemán se presentó como un reto personal del presidente Aznar. En su obsesión por borrar todo lo construido anteriormente se nos quiso hacer ver que nuestra inclinación por una posición más europeísta no respondía ya a la lógica de un país grande y de primera división y era tiempo de producir una variación en nuestras posiciones tanto en la UE como en la arena internacional. Dos nuevas alianzas emergieron. En el seno de la UE nuestra referencia principal sería el Reino Unido. En la arena internacional un acercamiento a EE UU buscando una relación privilegiada al estilo de la británica o la canadiense. Este nuevo diseño de nuestra política exterior ha tenido con motivo de la guerra de Irak la posibilidad de hacerse realidad. La reunión de la Azores marca esta nueva realidad internacional tan querida y soñada por nuestras autoridades. EE UU, Reino Unido y el Reino de España determinando la agenda internacional y tomando la decisión de organizar una guerra sobre un cúmulo de notables mentiras. Todo una novedad para la política exterior española.

Siempre se nos dijo que esta nueva relación privilegiada con Reino Unido y particularmente con Tony Blair escondía la solución del conflicto de Gibraltar. Un ejercicio de liderazgo conjunto -se nos llegó a contar por las dos partes, la española y la británica- permitiría encontrar una fórmula que sería la definitiva para terminar con el anacronismo que supone la situación colonial de Gibraltar. Incluso el episodio del Tireless y la contumacia del Almirantazgo para reparar el ingenio nuclear del submarino en el propio puerto de Gibraltar, se consintió para de esa manera crearnos una nueva deuda que cobrar durante la negociación definitiva sobre el futuro de la Roca.

Nada ha funcionado al respecto. El plan inicial fue saboteado tranquilamente por el primer ministro gibraltareño que se negó a participar en las negociaciones y termino organizando un referéndum con unos resultados que eran más que previsibles. Después poco o casi nada, hasta el último informe del Parlamento británico que entierra definitivamente la opción de la soberanía compartida.

La participación común en la guerra de Irak no ha supuesto tampoco una situación objetiva que mejore el entendimiento con los británicos sobre Gibraltar. Al contrario, la guerra ha supuesto un ocasión para que el Ministerio de Defensa, gran adversario de la negociación, haya impuesto su punto de vista sobre el futuro de la base. Entretanto, el Gobierno británico ha puesto en marcha una reforma legal para permitir que los gibraltareños, que no pueden votar en las elecciones nacionales británicas, si puedan hacerlo en las europeas del 2004.

El problema de nuestra relación con el Reino Unido no es sólo que no hemos sido capaces de encontrar la fórmula sobre Gibraltar, es que no coincidimos casi en nada cada vez que tenemos que trabajar sobre los intereses concretos de las dos partes. Así, en la agenda europea de los últimos meses Madrid y Londres no han coincidido en temas capitales para los interés nacionales de nuestro país. En la reforma de la política agrícola común no tuvimos la menor ayuda de nuestros amigos británicos; en la reforma de la política pesquera común tampoco; en la reforma de las políticas estructurales y de cohesión tenemos puntos de vista radicalmente diferentes; en el tratamiento comunitario del drama del Prestige y la puesta en marcha del paquete Erika hemos tenido a Londres enfrente; en Irak las tropas españolas iban a desplegarse en el sector británico y terminarán haciéndolo en un nuevo sector a compartir con los polacos porque según el ministro Trillo el Gobierno británico se negó a compartir siquiera un mínimo la responsabilidad de un mando conjunto.

Es muy preocupante, pero tenemos que reconocer que la inversión que hizo el presidente Aznar en nuestra renovada gran alianza con Tony Blair tiene una cuenta de resultados muy floja.

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