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La Atalaya

El oficio de presidente

Después de haber cubierto durante cinco años (1988-1993) la Casa Blanca para El País, me considero con cierta autoridad para juzgar las actuaciones presidenciales ante los medios de comunicación. Y debo confesar a los lectores de Cinco Días que George Bush me sorprendió favorablemente el miércoles. Se ve que, como los vinos, los presidentes con pobre bagaje intelectual a su llegada a la Casa Blanca, caso del ex gobernador de Tejas, mejoran con los años. Para Bush, atrás han quedado las indecisiones y la horripilante sintaxis inicial, así como su carencia absoluta de conocimientos sobre la geografía y la política mundiales. Al 43 presidente no le gustan mucho los medios de comunicación, porque, hasta ahora, conocía sus carencias. Buena prueba de ello es que la del miércoles era su novena conferencia de prensa desde su llegada a la Casa Blanca, en comparación con las 30 ofrecidas por Bill Clinton y las cerca de 60 de su padre en el mismo tiempo. Pero el miércoles, y ante las quejas por su falta de contacto con la opinión pública, Bush compareció durante más de una hora y contestó a toda una panoplia de preguntas desde Irak, Oriente Próximo, a Irán, Corea del Norte, el matrimonio entre homosexuales y el déficit federal.

Los próximos sondeos dirán si Bush convenció a la opinión pública. Lo que me interesa resaltar es que el presidente se había aprendido perfectamente el guión preparado por sus colaboradores y que su dialéctica, retransmitida en directo al mundo por todas las televisoras internacionales, apareció no sé si convincente, pero sí veraz para el americano medio, que es el que ha de decidir el próximo año si Bush se merece un segundo mandato. Respecto a la política internacional, Bush demostró un total compromiso con el proceso de paz árabe-israelí y su confianza, también total, en el nuevo gobierno palestino. Bush se deshizo en elogios hacia el nuevo primer ministro, Abu Mazen; el responsable de la seguridad palestina, Mohamed Dahlan, y del ministro de Finanzas. Después de anunciar que EE UU colabora con Dahlan en la localización y destrucción de las fábricas clandestinas de cohetes y granadas utilizadas por los extremistas, Bush reiteró su convencimiento de que, pese al muro de la vergüenza y las dificultades, es viable el establecimiento de un Estado palestino en dos años. Sólo su apoyo incondicional al proceso de paz, junto a la presión sobre Israel, puede convertir ese sueño en realidad. Con Irak, Bush aplicó la teoría del vaso medio lleno. El presidente asumió su responsabilidad en la utilización del falso informe sobre la compra de uranio a Níger, aparentemente de los servicios secretos británicos, pero volvió a justificar la invasión de Irak. Oriente Próximo, dijo, es hoy un lugar más seguro sin Sadam Husein y la caída del régimen baazista era una condición sine qua non, entre otras cosas, para la solución del problema palestino y la democratización de los países de la zona.

El resumen es que, ante su opinión pública, Bush ofrece una política que puede ser discutible, pero es coherente. Y esa coherencia es la que falta a la oposición demócrata, fragmentada en nueve candidatos a la nominación del partido, cada uno con un programa distinto y cada uno lanzándose a la yugular de sus competidores. Los sondeos indican que Bush ha bajado 20 puntos en la aceptación de los estadounidenses. Pero con el 54% de popularidad tras cerca de tres años en el cargo, aún se encuentra en una posición difícilmente batible.

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