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Educación

Las estrategias de Don Tancredo

Es común que cuando las empresas y las instituciones de cualquier tipo y condición deciden apretarse el cinturón lo primero que tratan es de no seguir gastando, o al menos gastar lo imprescindible, en lo que de inmediato consideran accesorio, en aquellas partidas referidas al futuro o en las que atiendan a requerimientos estratégicos. Y aún recortan más la inversión en todo lo que no deje rentabilidades evidentes.

Por contra dedican la escasez prioritariamente a las partidas que no se pueden eludir a no ser que se quiera que lo cotidiano deje de funcionar. Por ello, no hay que cavilar mucho para percatarse que cuando pintan bastos presupuestarios, la formación, los gastos de investigación o los dedicados a idear cómo aprovechar las oportunidades que se vislumbran son las partidas que primero menguan.

De ahí que cuando se repasan las consecuencias de apostar en los negocios públicos por primar el déficit cero sobre todo lo demás, es fácil apreciar la comodidad de aligerar el presupuesto de aquellas partidas que atienden a los gastos dedicados a la educación, la investigación y los proyectos de futuro. Y en el caso de que no haya recorte, al menos, el peso proporcional de estas partidas no crece. En cualquier caso, si es posible, lo mejor es que decrezca suavemente, esperando que la iniciativa privada venga en ayuda de las estrecheces públicas. Lo cual es más o menos lo que cabe apreciar cuando se observa cómo ha ido el gasto público total en educación y su participación en el PIB en los últimos ejercicios. O cuál ha sido el porcentaje de tales gastos en el gasto público total, que se ha estabilizado por debajo de las cifras que se recuerdan de hace diez años. Esta política, que responde a las que caracterizaban el pasmo y la quietud de Don Tancredo, es fácil de apreciar también cuando tales gastos se refieren detalladamente a la educación no universitaria, a la universitaria o a la Formación Profesional.

Ello no impide que los voceros oficiales, a sabiendas que por ventura la sociedad y la economía españolas han seguido creciendo por sus propios medios y que los potenciales destinatarios directos no son más que antes, siempre gustarán referirse a cifras absolutas. Así pueden decir que ahora se gasta mucho más en las universidades, en las aulas no universitarias o en las enseñanzas orientadas a la vida activa que lo que se hacía cuando los fastos del 92. Sin avenirse a debatir si ello es lo suficiente para entrar con un buen pie competitivo en la era del conocimiento o si se tendrían que estar haciendo mayores esfuerzos en las materias dedicadas a mejorar la productividad de los cacúmenes. Y a impulsar la creación de estructuras, procedimientos e itinerarios educativos para generalizar el aprendizaje permanente.

Como ello no se está haciendo, difícil será que las cifras relativas a España en las estadísticas de la Unión Europea o en las de la OCDE mejoren y se acerquen, al menos, a las medias. Cifras, por otro lado, que se afean todavía más cuando se miran las series dedicadas a la investigación y a la preocupación de los tejidos empresariales por dedicar recursos a pensar en cómo convendría hacer las cosas en el futuro.

Lo grave, sin embargo, no son sólo las cifras que dejan constancia que lo único que se sabe hacer con los presupuestos es frenar o mantener los gastos del ayer, sino lo que supone toda una actitud de no querer enterarse de lo que demandan los mercados del mañana, enrocándose en lo del equilibrio presupuestario. Máxime cuando de no invertir hoy en estos activos decisivos se están dilapidando de antemano las posibilidades de salir airosamente del rincón de la historia en que algunos creían que se estaba hasta que llegaron ellos.

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Raquel Pascual / Paz Álvarez Madrid

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