¿Para qué una nueva rebaja de tipos en EE UU?
Alejandro Inurrieta cuestiona la efectividad de la enérgica política monetaria de la Reserva Federal. También asegura que la resolución de los problemas de la economía de EE UU no parece al alcance de la actual Administración
Lo primero, y casi lo único, que se le ocurre a uno a la hora de escribir acerca de una nueva reunión de la Reserva Federal de EE UU es sobre la cuantía del recorte de tipos que llevará a cabo, una vez que la inercia bajista se instalase en enero de 2001. Ya nadie se cuestiona cuáles son las verdaderas razones de un nuevo recorte y, sobre, todo cuándo se terminará esta senda que, previsiblemente, llevará a los fed funds después de la reunión de hoy al 1%, eso sí, con el mantenimiento del sesgo bajista.
La primera reflexión que surge es si, llegados a este punto, es útil o necesaria una nueva rebaja de tipos oficiales, o dicho de otra forma, ¿se habrá equivocado la Reserva Federal al permitir entrar a la economía en esta dinámica?
La respuesta parece difícil, pero existen algunos elementos que avalarían la tesis de una política monetaria errónea, en un contexto de recesión económica como el que vive la economía norteamericana, aunque sus tasas de crecimiento no sean negativas. Sólo con la cuantía de destrucción de empleo, más de dos millones de personas desde marzo de 2001, y con expectativas de que no se ha terminado el ajuste de plantillas, se podría justificar el diagnóstico citado anteriormente.
Alan Greenspan ha introducido el término deflación en la jerga de los operadores y analistas de los mercados sin que el rigor económico lo justifique
Frente a esto, ¿qué ha supuesto la reducción tan agresiva de los tipos de interés y las ingentes inyecciones de liquidez? Básicamente, sujetar y realimentar el mercado inmobiliario que, al igual que en el caso español, ofrece un señuelo de solvencia y salud económica que en cualquier momento se puede truncar. Bastará que los tipos relevantes, los hipotecarios a largo plazo en el caso norteamericano, repunten con fuerza o que se cierre el gap entre el valor de los inmuebles y el tipo medio del stock de crédito hipotecario en circulación, es decir, que los consumidores norteamericanos agoten la extracción del incremento del valor de sus inmuebles.
Con esta situación, en la que la inversión en capital sigue estancada, el comercio mundial muy débil y el empleo sigue retrayéndose, la Reserva Federal no puede abandonar a su suerte a miles de consumidores e instituciones financieras.
Su salud financiera, en el caso de los consumidores, depende de que la cuota hipotecaria siga reduciéndose, la renta disponible no se vea menguada y pueda inyectar liquidez mediante la refinanciación de sus hipotecas. Tampoco puede dejar que el posible aumento de la morosidad mine la salud financiera del sistema bancario, en un momento en el que sólo la construcción permite crecer el balance.
Todo este proceso que, claramente, está mediatizado desde la autoridad monetaria, tiene un último objetivo: ganar tiempo hasta que la recuperación de la inversión doméstica y el comercio mundial tomen el relevo de la construcción y el consumo de bienes duraderos.
Para ello, y de una forma un tanto sibilina, el propio Alan Greenspan ha introducido el término deflación en la jerga de los operadores y analistas de los mercados financieros, sin que el rigor económico lo justifique. Resulta paradójico que el presidente de la Reserva Federal confunda, o mezcle para ser más precisos, lo que es una caída relativa de precios, que por cierto llevaba instalada mucho tiempo en algunos sectores productivos, con una reducción generalizada de precios al estilo japonés. Esta puesta en alerta, que luego se encargó de matizar, ha desencadenado un movimiento comprador en renta fija soberana que ha llevado a los tipos hipotecarios a los valores mínimos, curiosamente acompañado también por una pulsión compradora en los mercados bursátiles poco racional, que en ninguno de los dos casos se corresponde con la verdadera situación de la economía norteamericana.
Todo esto se complementa con una política fiscal muy expansiva, con incremento de gasto y reducción de ingresos, que en el caso del impuesto sobre la renta tiene un carácter permanente. La magnitud del déficit fiscal (4% del PIB en 2003), y del corriente (5% del PIB), en un contexto de tipos de interés a la baja, configuran un panorama que no se conocía en la historia económica reciente.
La resolución de todos estos problemas, sin romper el frágil equilibrio sobre el que se asienta la economía norteamericana, no parece al alcance de la actual Administración, sin rumbo en política económica, y tampoco al de la autoridad monetaria, cuya actuación antes del estallido de la burbuja financiera, y quizá después, ha sido cuestionable.
Lo único que está claro es que no existen riesgos de deflación en EE UU y que la alegría en los mercados financieros en estos días no se corresponde con una recuperación vigorosa de la economía. Lo demás está descontado, y hoy la Reserva Federal rebajará, previsiblemente, los tipos una vez más. Las preguntas son: ¿ para qué? y ¿hasta cuándo?