Prejubilaciones, ¿mal de nuestro tiempo?
Sandalio Gómez López-Egea critica la generalización de las prejubilaciones en las empresas españolas. El autor advierte sobre los peligros que se pueden derivar de que esta política laboral se convierta en permanente
El número de prejubilaciones en las grandes empresas españolas a lo largo de la última década plantea una situación, hasta ahora desconocida, que desborda el ámbito empresarial y el personal. No se trata ya de una medida puntual no traumática de una empresa en un momento concreto para una reducción de plantilla, sino una medida que se repite año tras año hasta formar parte de una auténtica política permanente de actuación. Por eso hay que estudiar el fenómeno como se merece, ya que puede estar produciendo consecuencias no deseables a medio y largo plazo al conjunto de la sociedad. ¿Qué tipo de consecuencias?
En un análisis superficial, parece que todos los protagonistas salen beneficiados con la medida. La empresa consigue su objetivo de reducir plantilla asegurando la paz social (aunque la tenga que pagar muy cara), los sindicatos la aceptan como la medida más beneficiosa, dentro de las que existen para reducir plantilla, y el afectado porque la asume como hecho consumado, con un planteamiento económico muy aceptable, sin otra alternativa válida y animado por empresa y sindicatos. Se puede afirmar que la aceptación de la prejubilación es un acto voluntario, pero ¿lo es en la práctica? Los afectados se convierten, con poco más de 50 años, o en unos afortunados o en unos inadaptados sociales.
El resultado lo tenemos ante la vista: más de 100.000 prejubilados entre las grandes empresas españolas, a una edad media de 53 años, que se encuentran de la noche a la mañana con que ya no cuentan con ellos y deben aceptar la propuesta de la empresa. Su único delito es haber superado los 50 años, que es prácticamente el único criterio que se aplica. No cuenta para nada, no sólo lo que cada una de esas personas ha aportado a la empresa, sino sobre todo lo que puede aportar en el futuro. El desperdicio de capital intelectual es impresionante, son las que más conocimientos, experiencia y vivencias acumulan y no les dan tiempo ni de transmitirlo a los más jóvenes.
Los prejubilados se convierten, con poco más de 50 años, o en unos afortunados o en unos inadaptados sociales
Es verdad que los efectos producidos por la reiteración de las prejubilaciones no se pueden cuantificar, pero no por ello deja de ser evidente que, al margen de lo cuantitativo, plantean consecuencias importantes en el plano personal y social. No parece lógico que una sociedad, llamada del conocimiento, pueda permitirse esos lujos sin el debate pertinente ni ser consciente del coste social que representan.
Una faceta más que agrava la situación: ¿pueden imaginarse el entusiasmo por asumir nuevos retos profesionales aquellos que con 48 años comprueben que en el plazo de dos años pueden ser uno más de la lista de prejubilados? La descapitalización no afecta sólo a los que se van en plena forma de sus capacidades físicas y mentales, sino a los que se quedan y ven 'a la vuelta de la esquina' su prejubilación ya diseñada. Desde ese momento asumen la mentalidad de jubilados de hecho. Y este efecto tiene un impacto directo en la cuenta de resultados de la empresa aunque al no poderlo cuantificar no se valore como se merece.
¿Y la persona? ¿Se marcha tan contenta? Esta pregunta no puede responderse de manera simplista por el hecho de que hay experiencias para todos los gustos.
A la primera sensación de sorpresa y perplejidad, al conocer que ya no cuentan contigo, le sigue una mezcla de sentimientos encontrados que brotan de manera espontánea, de injusticia, de falta de reconocimiento a una vida entregada a la empresa, de discriminación pura y dura, de haber hecho el tonto por haber renunciando a su vida personal y familiar, si bien todo ello matizado por la promesa de tener tu futuro, desde el punto de vista económico, aparentemente resuelto. En cualquier caso, echan en falta un trato más personalizado y respetuoso al comunicar la propuesta de prejubilación.
A partir de ahí, cada persona resulta un mundo insondable que, en función de sus rasgos de personalidad, de su capacidad de ilusionarse con las cosas sencillas, del apoyo familiar que reciba, es capaz de adaptarse a su nuevo rol sin problemas o sufrir un trauma psicológico que le cueste mucho superar. El paso más difícil consiste en desprenderse de la sensación de ya no sirvo para nada. Puede ser el principio de un trauma de difícil solución. Por eso todo el esfuerzo que la empresa en particular y la sociedad en general pueda hacer para recuperar psicológicamente a estas personas y aprovechar sus capacidades, resulta fundamental y básico.
¿Y el sistema de pensiones? Las líneas aprobadas en el Pacto de Toledo, por todos los partidos políticos y las fuerzas sociales, están dirigidas a paliar los problemas que se avecinan derivados del sistema de pensiones que existe en España y que está basado en un principio de solidaridad intergeneracional, es decir, las generaciones actuales pagan las pensiones a las generaciones anteriores. Los problemas se plantean, en un sistema de reparto, que es el descrito, cuando las previsiones de crecimiento de las generaciones que cotizan y están en activo presentan un descenso muy acusado y la evolución de las generaciones pasivas presenta un crecimiento mantenido. ¿Qué hacer para evitar la quiebra del sistema?
Ha sido España uno de los primeros países en actuar, en 1995, de acuerdo con el Pacto de Toledo, de manera que se mitiguen estos problemas, en tres direcciones: aumentar el número de años para el cálculo de la pensión (de 8 a 15 en 2003; y a discutir la ampliación a todos los años de la vida laboral en 2003); animar a que se amplíe la edad de jubilación sobre los 65, hasta los 70 años, con incentivos a la empresa y a la persona que así lo decida libremente; crear un fondo de reserva con los superávit de la Seguridad Social (en la actualidad por encima del billón de pesetas) y ampliar el número de cotizantes, integrando a los inmigrantes en el sistema, apoyando la incorporación de la mujer al mercado de trabajo y, por supuesto, mejorando el índice de desempleo. Y como resulta evidente una política de prejubilaciones persistente en el tiempo va en sentido contrario, al asegurar a fecha fija, normalmente a los 60, la jubilación de las personas afectadas.
¿Trae cuenta, a la empresa, a la persona y al conjunto de la sociedad mantener esta política a lo largo del tiempo? Al menos, pienso que, al dejar de ser una medida puntual y convertirse en una práctica habitual, sería necesario, al menos, abrir un debate en profundidad antes de aceptarlo como algo irremediable e incluso aconsejable.