Con el dólar cae el último pilar de la nueva economía
En los primeros meses de 2000 apenas quedaban calificativos para definir la fortaleza de la economía estadounidense. Tras cinco años de extraordinaria bonanza, economistas o simples observadores utilizaban adjetivos que iban desde la estupidez (economía ricitos de oro o goldilocks) hasta la épica más grandilocuente (el fin de los ciclos económicos). Fue entonces, con el optimismo más desaforado, cuando las vacas gordas marcharon.
Han tenido que transcurrir tres años de crisis para que caiga el último de los pilares de la burbuja: el dólar fuerte. Otros puntales de aquella economía milagrosa, como el aumento de la productividad o los altos niveles de inversión privada ya están olvidados. El Gobierno de Estados Unidos, además, ha dado la puntilla a la estabilidad presupuestaria con el plan fiscal de Bush.
El dólar fuerte no era sólo una consecuencia del buen momento, como tampoco era una causa. Era la pieza clave del engranaje montado a medias entre por el dúo Greenspan-Rubin (secretario del Tesoro con Bill Clinton) y Wall Street. La fortaleza del dólar atraía dinero a los mercados estadounidenses, dinero que servía para tirar de la Bolsa y para financiar a los centenares de empresas que salían al mercado o emitían deuda.
Este capital extranjero, en última instancia, pagaba el desmesurado crecimiento de la inversión en bienes de equipo, especialmente tecnología, que permitió los fuertes aumentos de la productividad y el crecimiento económico. Ello hacía rentables los activos denominados en dólares, lo que alimentaba el proceso. La afluencia de fondos extranjeros permitía compaginar estos altos niveles de inversión con una tasa igualmente alta de consumo; en otras palabras, el estadounidense medio gastaba y gastaba, estimulando la economía, y las empresas cubrían ese apetito consumista invirtiendo en nueva capacidad con fondos extranjeros.
Estos flujos de dinero también servía para financiar el desequilibrio en la balanza comercial. EE UU importaba más de lo que exportaba, pero el dólar seguía fuerte porque llegaba dinero de fuera. Y la moneda alta controlaba los precios, pues hacía baratas las importaciones. El billete verde hacía, a través del mercado, las labores de estabilización del Banco Central, lo que dejaba manos libres a Greenspan.
La relatividad del precio
Desde principios de año la moneda estadounidense se ha depreciado un 11%, con lo que el euro ha alcanzado las cotas más altas desde que fue creado. En términos históricos el dólar no está especialmente barato. Para llegar a niveles equivalentes a los marcados en 1995, la cotización tendría que alcanzar los 1,45 dólares por euro. Pero no es el nivel del dólar en sí lo que ha cambiado el panorama, sino la perspectiva de un dólar débil.
EE UU todavía importa muchísimo más de lo que exporta. Tal y como señala Sabadell Banca Privada, el país gasta cada día en mercancías extranjeras 1.500 millones más de lo que vende al exterior. Este dinero tiene que salir del algún sitio o bien del ahorro interno (no es el caso) o bien del exterior. La deuda pública ha atraído el dinero extranjero hasta el momento, y eso ha permitido aguantar el dólar hasta el momento. Pero esta situación no es sostenible en el tiempo, y de ahí que pocos economistas consideren que la caída del dólar haya concluido.
¿Qué significa esto? Tal y como señala el economista jefe de Morgan Stanley, Stephen Roach, los mercados de divisas están ante un 'reajuste global'. Significa que la locomotora estadounidense cambia de vía para remontar la crisis. Ello supone un cambio de modelo económico para todo el mundo, algo que ya provoca distorsiones y temores.
En todo caso, es algo coherente con la debilidad económica. La depreciación ayudará, según los economistas, a que Estados Unidos salga del bache. Favorece las exportaciones y, combinada con los bajos tipos de interés tanto a corto como a largo plazo y la rebaja de impuestos, es la gran apuesta de Bush y su equipo económico. Estos movimientos están enfocados a alimentar el consumismo. Mientras dure el estímulo, las empresas podrán purgar los excesos de la burbuja, amortizando inversiones y reduciendo deuda. Así se intentan sentar las bases de la recuperación posterior.
Así, el Gobierno de Estados Unidos ha terminado con otro paradigma de la época de la burbuja, como es la estabilidad presupuestaria. Ha optado por disparar el déficit en una época de crisis. Aparte de la confusión generada por el hecho de que un Gobierno de corte ultraliberal tome decisiones de política económica que no se corresponden con su ortodoxia teórica, la medida ha trastocado poco los planes de los inversores.
El exceso de déficit es negativo porque absorbe capital que iría destinado a financiar empresas. Así, el equilibrio presupuestario de la era Clinton permitió que el capital extranjero y el escaso ahorro interno se destinasen a empresas.