Silencio ensordecedor
Carlos Solchaga denuncia la falta de debate sobre la peligrosa política fiscal de EE UU. La confianza en la conducción de la política y de la economía internacionales se debilita de forma inquietante
Así es como describió Alan Greenspan, el presidente de la Reserva Federal, la actitud del Gobierno Bush respecto de las perspectivas de la política fiscal norteamericana a largo plazo con su vuelta a la situación de déficit. En su momento, cuando lo leí hace unas semanas, me pareció una de las muchas frases memorables que ha ido imprimiendo el siempre brillante Alan Greenspan a lo largo de su carrera. Ahora, sin embargo, he conocido que estaba señalando a algo muy concreto: el silenciamiento por parte de la Casa Blanca de un informe muy importante que señalaba una previsión de déficit fiscal en los próximos años de 42 billones (españoles, no anglosajones) de dólares. Esto, para que el lector se haga una idea, equivale aproximadamente a cinco veces el PIB de España. Es decir, una cantidad descomunal.
La Administración Bush parece proclive a no detenerse en pequeños detalles de esta naturaleza cuyo conocimiento por parte de la opinión pública podría dificultar la consecución de algunos de sus objetivos. En este caso se trataba de sacar adelante la rebaja de impuestos de carácter populista igual que en el caso de la falta de pruebas de la existencia de armas de destrucción masiva en Irak (ahora resulta que quizá Sadam Husein las destruyó antes de empezar la guerra para fastidiar) esto no fue óbice para desencadenar la guerra con la ayuda de unos Gobiernos cómplices del engaño colectivo.
Instalados en ocultar o minusvalorar los hechos que no encajan con el desarrollo de los proyectos que tiene el Gobierno americano y que vamos conociendo todos (incluidos los ciudadanos de aquel país) según los van perfilando y dando forma definitiva unos pocos hombres en torno al presidente Bush en la Casa Blanca y en el Pentágono (ayer parecía que el próximo objetivo era Siria, hoy se anuncia que podría ser Irán, mientras Corea del Norte sigue en la reserva), lo cierto es que el nivel de confianza en la conducción de la política y de la economía internacional está reduciéndose de manera inquietante. No se sabe cuándo se terminarán las acciones bélicas, y menos sus consecuencias; no se sabe cómo reaccionarán las autoridades norteamericanas a las necesidades de la recuperación económica; no se sabe cómo se restaurará el buen entendimiento entre EE UU y Europa y cómo recuperará esta última el consenso de política exterior; no se sabe del efecto de este desentendimiento sobre las negociaciones en la Ronda de Doha, la reforma de los organismos financieros multilaterales y la coordinación de las políticas económicas del G-8. En estas condiciones, uno empieza a pensar si es que estamos en manos de unos aventureros belicistas de los que desprecian las consideraciones relativas a la buena administración de los asuntos económicos.
De entre las muchas incógnitas que este estado de permanente incertidumbre plantea quizá no es la menor la que se refiere al daño que puede producir en los mercados cambiarios y de capitales la combinación, finalmente inevitable, de un gigantesco déficit por cuenta corriente en EE UU y un dólar declinante que desaconseja totalmente la financiación del mismo por parte de los inversores mundiales. Sobre el fondo de esta cuestión, quizá lo más apremiante de la coyuntura económica internacional, el silencio también es ensordecedor.