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Columna
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Posguerra y economía

El precio del petróleo condicionará la recuperación de la economía. Carlos Solchaga revisa los indicadores internacionales para saber si se debe dar por perdido 2003 en cuanto al crecimiento

En el último artículo me había comprometido a tratar en éste algunas de las consecuencias económicas de la guerra de Irak, aunque era y soy perfectamente consciente de que el análisis de las consecuencias políticas de la misma está lejos de haber sido agotado y de que existen todavía muy pocos datos desde el fin del ataque a Irak para sacar conclusiones definitivas sobre los efectos económicos de esta guerra. No obstante, algunas cosas van aclarándose y permiten arriesgar algunas conclusiones en este terreno.

En primer lugar está el comportamiento del precio del petróleo. Como algunos habíamos predicho, fue mucho menos alarmante durante la contienda de lo que auguraban los pesimistas. Nunca sobrepasó los 35 dólares el barril y empezó a caer rápidamente tan pronto como se vio confirmada la perspectiva de guerra corta. Aunque la OPEP ha vuelto a reunirse después del final -aún no oficial- de las hostilidades, su decisión de reducir la producción a partir del próximo mes de junio no ha convencido al mercado y el precio del petróleo ha continuado bajando. Conforme la producción iraquí alcance la velocidad de crucero de la preguerra, 2,5 millones de barriles diarios, la aumente hasta duplicarla sin graves dificultades en los próximos meses y vayan actualizándose datos de las auténticas reservas de los yacimientos iraquíes, es muy difícil que no se imponga una fuerte tendencia a la moderación de precios en los próximos meses. En esas condiciones, en mi opinión es más probable que el precio de 20 dólares el barril se convierta en el techo de las fluctuaciones de dicha variable a medio plazo que del suelo de las mismas.

Esto tendrá un efecto benéfico sobre la recuperación de la economía internacional de mayor o menor intensidad en este año 2003, dependiendo de la velocidad con que se ajuste el precio del crudo a su nuevo nivel de equilibrio a medio plazo, pero indudable en el horizonte de 2004. ¿Debemos dar 2003 por perdido en lo que se refiere al crecimiento económico? Desde luego eso depende de otros muchos aspectos, además de la evolución del precio del petróleo. La evolución de indicadores de oferta y de demanda en los países industrializados ha aconsejado, como es sabido, al Fondo Monetario Internacional a reducir sus previsiones de crecimiento para el conjunto del año y otro tanto ha hecho en fechas más recientes la OCDE. Hemos conocido igualmente la evolución poco brillante del PIB de los Estados Unidos en el primer trimestre de este año y los desastrosos cierres del año 2002 por parte de las principales economías del área euro, Francia y Alemania. La cuenca asiática del Pacífico y China se ha visto amenazada por el impacto negativo de la evolución de la neumonía en las últimas semanas y tan sólo el área latinoamericana, por la notable recuperación de la confianza en Brasil y la imposibilidad de que aumente la desconfianza en Argentina, ha mantenido más o menos sus perspectivas de crecimiento después de un año muy negativo como fue 2002.

Dados los márgenes de la política monetaria y fiscal en los Estados Unidos, cuya economía será para bien o para mal la que, antes o después, nos saque a todos de esta prolongada desaceleración económica, el futuro depende de la mejora de los índices de confianza de consumidores y empresas en aquel país, ya que en términos de interés y de política fiscal la suerte está ya echada y poco se puede modificar. En Europa todavía hay un pequeño margen en política monetaria, pero su utilización será estéril si no va acompañada de una mejora en la confianza en Europa y en los Estados Unidos.

En cuanto a ésta, después de la caída de los indicadores de confianza durante las semanas previas a la guerra ha habido una fuerte recuperación de las mismas al finalizar las hostilidades. Sin embargo no es nada seguro que esta mejora continúe en el próximo futuro y se consolide una situación de, al menos, no aversión al riesgo. Ello dependerá de los acontecimientos políticos y militares en Irak y la región de Oriente Próximo, de la respuesta del fundamentalismo islámico a la nueva situación, de la evolución del terrorismo internacional en el próximo futuro, es decir, del éxito estratégico de la operación para la que fue diseñado el ataque a Irak. Pero dependerá también de la evolución del desempleo en los Estados Unidos, de la evolución del cambio del dólar y de la capacidad de los agentes económicos a adecuar sus decisiones y su actuación a un entorno de mayor riesgo. De momento, el presidente Bush ya sabe que en medio de todas estas incertidumbres un 57% de sus conciudadanos piensa que no presta atención suficiente a la evolución de la economía. Lo peor, según creo, es que tienen razón.

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