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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

En el nombre de Alí

Juan Manuel Eguiagaray Ucelay advierte que las Bolsas están reaccionando a las noticias de la guerra sin base económica. Y critica que los Gobiernos de EE UU y España aludan al interés general al defender sus posiciones

Contra lo que acostumbramos a decir, la ignorancia, en ocasiones, es una fuente de tranquilidad y hasta de felicidad, si por tal tenemos la ausencia de sufrimiento.

Afortunadamente para nosotros no conocemos los nombres de casi ninguna de las víctimas ya producidas por esta guerra ni de las que morirán en los días próximos. Me temo que no lo podríamos soportar. Pero hemos aprendido el nombre de Alí, hemos visto su cuerpo masacrado y amputado y nos han informado de la letal suerte que ha corrido su familia entera. Y al identificar el nombre de este niño no nos hemos podido sustraer a un sentimiento de horror y de infamia que sólo nuevos horrores e infamias del campo de batalla han conseguido distraer.

La Bolsa ha subido cuando escribo y el petróleo ha bajado, a la par que se hacían públicas las noticias -ciertas o inventadas- de un avance de la coalición hacia Bagdad. Quizás cuando estas líneas vean la luz haya vuelto a instalarse el pesimismo en los mercados, ya sea por algún nuevo horror, por la detención del avance o por la inmolación de algún suicida forrado de explosivos y cargado de odio y de desesperación. ¿Quién sabe?

Los miembros del PP no encuentran aliados en los debates en que participan y con frecuencia se atrincheran en el victimismo

La evolución del día a día en los mercados, centrados como nunca en las noticias de cada minuto y tan descuidados como siempre del medio plazo, resulta bien poco expresiva de lo que de verdad está en juego. Más conscientes parecen, sin embargo, las autoridades económicas, que hace tiempo han dejado de bombardearnos con la propaganda de la inmediata recuperación y los éxitos que se derivan de la extrapolación del último dato estadístico conocido. Y es que, salvo por la construcción de algunos escenarios de mayor o menor verosimilitud, estamos sumidos en la más absoluta de las incertidumbres sobre el futuro.

Para los pesimistas impenitentes, porque cualquier situación por mala que resulte es susceptible de empeorar. Lo que parece venir corroborado por el palmario incumplimiento de los planes estratégicos de quienes diseñaron la campaña de Irak como un paseo militar. Pero hasta los más optimistas, los que no se arredran ante las dificultades ni ante las evidencias, parecen menos dispuestos a exhibir sus tranquilizadores análisis basados en la duración de la campaña, la reducción de los precios del petróleo, la estabilidad de la zona y la pax americana por venir. A nadie le extrañará, por tanto, que decline la tentación de inventar un futuro mientras tiemblan los cimientos del mundo en que vivimos.

Arthur Jr. Schlessinger, un importante historiador americano que asesoró al presidente Kennedy, expresaba hace unos días en un dramático artículo los sentimientos de una buena parte de la opinión ilustrada americana y de una no pequeña parte de la opinión europea: 'Hoy somos nosotros, los estadounidenses, quienes vivimos en la infamia'. La simpatía y solidaridad derivada del 11 de septiembre, decía, se ha trocado en una oleada mundial 'de odio hacia nuestra arrogancia y nuestro militarismo'.

Los sondeos de opinión, como ya ocurre en España, 'consideran a George W. Bush una amenaza mayor para la paz que Sadam Husein'. Basta citar su testimonio para recordar que, para bien de todos, EE UU no es Bush, Donald Rumsfeld o Richard Perle. Pero mientras esa evidencia se convierte en realidad política en unas nuevas elecciones, resulta imprescindible tomar nota del escenario en que nos ha tocado vivir y de las peligrosas consecuencias derivadas del carácter y el poder de los protagonistas de nuestra historia.

Obviamente, tampoco España es el señor Aznar, que asegura representarla, aunque el país entero se haya visto embarcado en las consecuencias derivadas de su apoyo incondicional a la política del señor Bush. Pero aun así, somos muchos los que, como A. J. Schlessinger, nos sentimos sumidos en la infamia por la implicación en una guerra ilegal que, para mayor escarnio, el presidente de nuestro Gobierno insiste en justificar en nombre de la ética, pero no en nuestro nombre. Una ética política, eso sí, que se sitúa por encima de las personas, de sus vidas, del orden internacional y de la opinión pública y publicada del país cuyos intereses dice defender. Aunque uno no lo quiera es imposible sustraerse a la imagen de un diosecillo, impasible e inalcanzable en su trono, que mira con desdén a un pueblo de débiles e ignorantes, sin ambición ni sentido de la historia.

A lo largo de estos días escucho y veo la situación incómoda en que se encuentran los miembros del Gobierno y del PP en cada debate en el que participan. Desde luego no les envidio. No encuentran aliados entre los contertulios ni en el público que llama indignado a las emisoras de radio. Y, con frecuencia, se atrincheran en el victimismo como mejor medio de defensa. Los que se oponen a ellos o les critican no respetan sus ideas, dicen como mejor medio de defensa. Y tienen razón, a la vez que están equivocados. ¿Quién dijo que todas las ideas fueran respetables? Son respetables y deben ser respetadas las personas y, por extensión, su libertad para expresarse. Ya lo dijo Voltaire: 'Lo que usted ha dicho me parece disparatado, pero defendería con mi vida su derecho a decirlo'. De ahí a equiparar las ideas de unos y las de otros va un abismo, que se hace insondable si se pretende elevar ciertas de ellas a la categoría de las ideas respetables. Algunas, como se sabe bien, son profundamente dignas de rechazo y de condena.

Cuando un Gobierno se vuelve sordo, vale la pena recordar que, como expresó Churchill no sin ironía, 'la democracia es la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás'. ¡Háganlo, de una buena vez, por el interés nacional y por su propio interés! Háganlo en el nombre de Alí y de todas las víctimas cuyo nombre no conocemos.

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