Antes y después de Irak, ¡más confianza!
Con el conflicto de Irak en plena ebullición, el tema de la confianza o, quizá mejor, de la desconfianza, vuelve a ponerse sobre el tapete: desconfianza de la sociedad en sus líderes políticos y económicos, desconfianza entre ellos, entre países normalmente socios en Europa, desconfianza en la cooperación transatlántica, desconfianza en nuestras instituciones internacionales (UE, OTAN, Naciones Unidas...), desconfianza en el futuro económico próximo y no tan próximo, desconfianza en la situación política tras el conflicto iraquí, desconfianza en nuestras capacidades para vivir y gestionar en un mundo más incierto... Como dicen politólogos y sociólogos, nuestro 'radio de confianza' es cada vez más estrecho: confiamos en nuestra familia, los amigos... Queda lejos el tiempo en que se confiaba en proyectos colectivos, internacionales, globales.
Y el problema es que la desconfianza no es gratis. Tiene, en este caso, enormes costes en vidas humanas y en términos económicos.
La mejoría económica, tanto a corto como a largo plazo, van de la mano con la confianza: a mayor confianza, mayor progreso económico. Probablemente no es una sencilla relación de causa-efecto, pero lo cierto es que tanto el sentido común como la evidencia empírica -lo cual es decir mucho- nos demuestran que van de la mano. Y es que, en definitiva, la situación económica se basa en expectativas.
Normalmente, en situaciones de tanta desconfianza se suele argüir, de manera simplista, que lo que se necesita es un nuevo y fuerte liderazgo, nuevos líderes que sean capaces de solventar los problemas en pocos días, meses, y estamos dispuestos a delegarles todo el poder. ¿Cómo van nuestros líderes de confianza? El estudio elaborado por diversos institutos para el World Economic Forum (WEF) de Davos ofrece datos que no son halagüeños: los líderes políticos de EE UU sólo ofrecen confianza (mucha o alguna) al 27% de la población encuestada. Mal parados salen los ejecutivos de las compañías multinacionales, con sólo un 33% de la confianza de los encuestados. Y lo que es peor, esta confianza se va deteriorando.
Algunos con una visión muy crítica y apasionada dicen 'ya les está bien, se lo merecen' sin entrar a profundizar en esta afirmación. Cualquier país o empresa con baja confianza en sus líderes (a no ser que sea una sociedad muy madura y responsable) es un organismo amorfo que no puede reaccionar ni para afrontar los problemas, ni para aprovechar oportunidades. Sin embargo, nos equivocamos si centramos nuestra atención en los líderes y en el corto plazo. ¿No será que la pérdida de confianza en los líderes responde a causas más profundas y que éstos son, a su vez, víctimas de éstas?
Este panorama pone en el centro del debate la necesidad de mecanismos que permitan construir confianza. A mi modo de ver, estos procesos son difíciles de realizar y sencillos de destruir. Tienen más que ver con crear condiciones y sobre todo instituciones a las que la gente les conceda legitimidad por su representatividad, capacidad de articular los intereses colectivos, armonicen posiciones encontradas y apliquen de manera eficiente soluciones realistas, devolviendo siempre que sea necesario la responsabilidad a los ciudadanos, pues en el cambio de actitudes y valores de éstos radican muchas posibles soluciones.
Ante los problemas colectivos, desde antiguo, las sociedades se las han ideado para asociarse voluntariamente en organizaciones privadas, en empresas, pero especialmente creando o trasformando instituciones públicas. No creo que tengamos muchas posibilidades ni tiempo para debatir si necesitamos o no el sistema de Naciones Unidas, sus agencias y organismos dependientes. No perderé ni un momento en discutir que son manifiestamente mejorables, ni que una mala burocracia internacional puede ser una gran rémora para el progreso.
Pero sin estas instituciones nos veremos sometidos a la ley del más fuerte, al riesgo de pérdida de libertades y, como decía, a ser una sociedad amorfa que no puede reaccionar ni para afrontar los graves problemas, ni para aprovechar oportunidades.
Si esto es así, y así creo que es, pongamos como prioridad el dotarnos de esas instituciones y abandonemos el sueño infantil y simplista de líderes carismáticos e iluminados que asumen sobre sus espaldas las responsabilidades de todo.
Necesitamos líderes normalillos que expliquen la realidad tal cual es y consigan consensos necesarios para crear esas instituciones internacionales que hoy necesitamos.