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Opinión

La guerra desde los mercados

Es bien sabido que la incertidumbre es mala compañera para los mercados financieros. Esta es sin duda la razón por la que las principales Bolsas del mundo jalonaban días atrás con fuertes subidas el fracaso definitivo de las iniciativas diplomáticas orientadas a buscar una salida pacífica al enfrentamiento entre EE UU e Irak.

El desencadenamiento de un conflicto bélico supone la eliminación de un factor de incertidumbre que ha venido paralizando y restando toda visibilidad a las perspectivas de recuperación de las economías y de los beneficios empresariales en un momento crítico del ciclo.

Ahora que se ha iniciado la guerra, los mercados saben que la propia evolución de los acontecimientos irá poniendo fechas a una campaña que, dada la supremacía militar estadounidense, se espera concluya con éxito para los intereses americanos en el espacio de unas pocas semanas. No obstante, para que esta confianza se vea plenamente justificada habrá que esperar al menos a los primeros días de ofensiva para constatar el ritmo de avance y de consecución de objetivos por parte de las tropas americanas.

Sin embargo, incluso asumiendo que la invasión estadounidense se desarrolla conforme a los plazos y objetivos establecidos, esta visión de corto plazo dominante en los mercados no deja de resultar excesivamente simplista.

Dejando al margen de esta tribuna el sufrimiento de miles de inocentes, el conflicto dejará abierta una honda herida en el orden mundial cuyos efectos seguirán permanentes mucho después de que se dispare la última bala.

EE UU necesita no sólo consolidar, sino también alimentar de cara al futuro su hegemonía a través de una posición de dominio en el corazón de Oriente Próximo.

Una vez más, política y economía van aquí de la mano. Oriente Próximo es una región demasiado estratégica como para que la primera potencia del mundo pueda permitirse el lujo de contemplarla desde la distancia: las importantes reservas de crudo y la proximidad a economías y mercados de fuerte crecimiento y mayor potencial (como China, India y los tigres asiáticos) son argumentos suficientes desde la óptica económica para justificar el movimiento americano.

Si esta gran empresa americana se gestiona con éxito, dará sin duda nuevas alas a medio plazo a un modelo de crecimiento que, desde la primavera de 2000, viene dando claras muestras de agotamiento.

Mientras tanto, Europa, una vez más dividida, se queda fuera. Con todo, la instauración de un nuevo orden mundial no será una tarea ni fácil ni limpia. Este tipo de procesos no cursan sin altibajos y respuestas que, previsible y lamentablemente, de vez en cuando cortarán la respiración a los mercados.

Pero mientras se va construyendo el futuro, y tan pronto como la guerra se perciba encarrilada, los fundamentos económicos y empresariales volverán a reclamar su protagonismo. Será el momento de ver hasta qué punto los pilares del crecimiento se han visto dañados por la incertidumbre dominante durante meses en torno a este conflicto bélico, y hasta qué punto esta debilidad es endógena al sistema. Será el momento de ver en qué medida la esperada victoria sobre Irak devuelve a las familias y empresas americanas la confianza perdida el 11 de septiembre de 2001.

Nuevamente aquí la economía estadounidense parte con ventaja respecto a la eurozona. No sólo por su mayor productividad y flexibilidad, sino también por la capacidad demostrada durante estos últimos años para encajar con mayor facilidad el impacto contractivo de una crisis.

Consolidar la recuperación de la economía estadounidense no será cuestión de pocas semanas. Mientras tanto, cada vez son mayores nuestras dudas sobre las optimistas expectativas de beneficio que baraja el consenso. En este contexto, los mercados podrían seguir atrapados durante algún tiempo dentro de un rango suficientemente amplio.

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