La UE se rinde ante la crisis
Europa ha arrojado la toalla. Tras varios años defendiendo el Pacto de Estabilidad de la zona euro y el déficit cero, su clave de bóveda, Pedro Solbes ha cedido. El comisario de Asuntos Monetarios ha hecho ejercicios de flexibilidad sucesivos, posponiendo en el calendario la obligación inexcusable del equilibrio, para terminar entregando la cuchara en una última interpretación del pacto que renuncia ya al equilibrio en fecha fija. En los últimos años, con el empuje de la crisis, los países con mayor peso específico han mostrado una resistencia cada vez más férrea a cumplir los calendarios de Solbes y Prodi, y al final han logrado romper los diques que, a su entender, ponían freno a la actividad.
Con la hibernación del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, Europa se ve más libre para apelar al gasto tras un lustro de austeridad forzada, algo que le va a permitir coquetear con las tesis de la Administración Bush, tan combatidas, entre otros, por la Reserva Federal. La crisis económica mundial ha cobrado facturas demasiado caras en todo el mundo y Europa no ha sido ajena, pues sus motores han resistido sólo mientras la economía norteamericana tenía combustible. Ni ha sido capaz de relevar a en esa misión a EE UU ni ha podido evitar siquiera entrar en práctica recesión, pues en el cuarto trimestre del ejercicio pasado al menos tres países estaban paralizados o con actividad negativa.
La crisis ha dejado en evidencia incluso los mejores propósitos de la Unión, puestos negro sobre blanco en la Cumbre de Lisboa en 2000, y tendentes únicamente a emular a la economía norteamericana. El prodigioso crecimiento económico estadounidense, con fuertes avances de productividad y de empleo, y sin inflación, deslumbró durante los últimos años del siglo a los líderes europeos. Por eso pusieron fecha para eliminar el diferencial que les separaba en los valores economicistas, pero no cayeron en la tentación ultraliberal de poner precio: prescindir de los estándares de protección social de los activos y los pasivos del Viejo Continente.
Así las cosas, en el consejo informal del día 19 en Bruselas, se procederá a una primera revisión de los objetivos de Lisboa, tras constatar que estamos donde estábamos y que sólo dos años de crecimiento débil nos ha llevado a triplicar el déficit agregado en la Unión, y a poner a las economías otrora más sólidas en el disparadero. Ahora la camisa de fuerza se desata para poder emplear recursos en generar crecimiento, aunque se mantiene el límite del 3% del PIB para el déficit.
Por tanto, países como Alemania, Francia o Italia carecerán de margen para estimular la actividad vía fiscal, lo que puede provocar el peor de los escenarios: ni equilibrio fiscal ni impulsos keynesianos suficientemente sólidos como para crecer, recaudar, ahorrar y equilibrar las cuentas. Un escenario en el que, en todo caso, los tipos de interés a largo plazo tenderán a subir, a no ser que reformas estructurales contrarresten la inflación y la presión sobre el precio del dinero que proporciona el exceso de gasto público.