El tercer aviso del dólar en siete meses
El primero fue en julio y las Bolsas del mundo se estremecieron. El segundo, en los inicios del otoño y llevaron los índices a los niveles más bajos desde 1998. El tercero se mantiene vivo y las Bolsas crujen, ese ruido sordo de los barcos a punto de hundirse. Si se opta por el recurso a la terminología puramente taurina, después del tercer aviso se manda el toro al corral.
La debilidad reiterada del dólar tiene en la actual coyuntura diferencias notables respecto a ciclos de debilidad anteriores. La única coincidencia con épocas pasadas es la política. Suelen coincidir fases bajistas del dólar con escándalos políticos o con mandatos de presidentes en EE UU de personalidad endeble.
Se empeñan los predicadores del nuevo evangelio de las ciencias económicas y bursátiles en relacionar la caída insistente del dólar con el clima de tensión e incertidumbre prebélica, cuando este es, precisamente, un factor que actúa a favor del dólar desde siempre. Ha tenido que salir a la palestra el recién nombrado secretario del Tesoro de Estados Unidos para poner las cosas en su sitio por si algún especulador u operador en el mercado de divisas no se había enterado. Al prócer le importa una higa la caída de la divisa. No está preocupado. Luego cabe suponer que el retroceso del dólar está inducido por la propia Administración estadounidense.
La estrecha correlación que mantiene la evolución del dólar con la de Wall Street es la gran diferencia de la situación actual respecto a la de ciclos anteriores. Antes, el dinero que se dirigía a EE UU se colocaba plácidamente en bonos a 30 años, instrumento que ha desaparecido y que no tiene relevo por los bajos tipos de interés.
El dinero se coloca en acciones. Así, cuando el inversor decide volver al país de origen y provoca en su estampida un doble quebranto, vende dólares y acciones al mismo tiempo.