_
_
_
_
Opinión
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Del capitalismo a una sociedad del conocimiento

Durante los últimos 50 años el mundo de los negocios ha cambiado: se ha pasado de la idea del capital a la del conocimiento. Este cambio explica el interés por el aprendizaje en las empresas desde hace años. Los directivos reconocen que si sus compañías no pueden acelerar su ritmo de aprendizaje, su principal recurso quedará estancado y sus competidores las sobrepasarán. En términos económicos, se espera que las empresas tengan como primera meta la rentabilidad, pero adoptar este criterio puede generar conflictos con la longevidad y expectativas de vida de las compañías.

La teoría económica dice que siempre hubo tres fuentes de riqueza: la tierra y los recursos naturales, el capital (acumulación y la reinversión de los activos) y el trabajo. La combinación de las tres crea los productos y servicios que la sociedad necesita para su bienestar material. En la mayor parte de la historia el factor crítico del éxito económico fue la tierra. A quienes pudieran dominarla y poseerla les era garantizado el control de la creación de riqueza. Por eso sus dueños, al menos en la sociedad occidental, eran ricos y la gente que no poseía tierras era pobre.

Entonces tuvo lugar un notable cambio entre el fin de la Edad Media y el comienzo del siglo XX -cambio en el que el capital pasó a reemplazar a la tierra como primer factor en la generación de la riqueza-.

El agregado de más capital al proceso de crear riqueza material condujo a considerables aumentos en la efectividad de la actividad tecnológica y comercial. Los barcos aumentaron de tamaño; los viajes se hicieron más largos; las máquinas, más eficientes. Hacia el final de la Edad Media había mucho dinero para tales fines, al menos en Europa occidental. Estos ahorros, convertidos en los activos de las crecientes iniciativas, que evolucionaron hacia mineras, navieras y comerciales, los primeros talleres textiles, eventualmente dieron lugar a las empresas modernas. La empresa moderna se desarrolló cuando hubo capital disponible para los procesos de creación de riqueza que llevaban a cabo los comerciantes medievales.

En la era del capital, la riqueza pasó de quienes controlaban la tierra a quienes controlaban el acceso al capital. Los ricos ya no eran los terratenientes, sino los dueños del capital. La capacidad de financiar empresas se convirtió en el bien más escaso. Por otra parte, con la fragmentación de los viejos gremios y su evolución hacia la forma de compañías, los dueños del capital estuvieron en condiciones de controlar el factor humano de la producción. En el lenguaje de la teoría económica, el capital valía mucho más y era mucho más escaso que el trabajo. æpermil;ste pasó de ser parte de la vida cotidiana de los seres humanos, un aspecto integral de su comunidad, a ser una mercancía, ofrecida como tal a la venta en el mercado.

Con el transcurso del tiempo emergió un nuevo aspecto en el pensamiento directivo. Si una empresa tenía problemas, lo primero que se recortaba eran los puestos de trabajo, porque los activos de capital (y la buena voluntad de los inversores) eran mucho más escasos y valiosos y los managers veían la optimización de capital como su prioridad. En la Gran Depresión de los treinta, por ejemplo, fue considerada buena práctica comercial por los bancos liquidar y destruir sus empresas clientes y, por tanto, todos los trabajos asociados a ellas, si esto ayudaba a recobrar, aunque fuera una pequeña porción, el capital invertido. En su actitud hacia el capital, las empresas eran muy diferentes a otras instituciones anteriores, como por ejemplo la Iglesia o el Ejército.

En algún momento durante el siglo XX, sin embargo, las naciones occidentales pasaron de la era del capital a la del conocimiento. Pocos managers lo advirtieron en ese momento, pero el capital estaba dejando de ser escaso.

Después de la II Guerra Mundial comenzó a acumularse un enorme capital. Tanto personas como bancos y empresas se hicieron mucho más flexibles. La tecnología también comenzó a cambiar gracias a la aparición de las telecomunicaciones, la televisión, los ordenadores y las aerolíneas, lo que hizo al capital mucho más elástico, más fácil de circular, y en consecuencia, menos escaso. Al poder contar más fácil con capital, el factor crítico para la producción pasó entonces a ser la gente, pero no ya el simple trabajador.

Los que tuvieran conocimientos y supieran cómo aplicarlos serían en adelante los miembros más ricos de la sociedad: los especialistas en tecnología, los asesores de inversión, los artistas creativos y los que facilitaban las nuevas concepciones. Esto no fue una consecuencia de la necesidad de que la gente suministrara capacidad técnica bajo la dirección de sus jefes.

La creciente complejidad de las tareas creó la necesidad de que la gente fuera en sí misma fuente de inventivas y convirtiese en distribuidora y evaluadora de las invenciones y del conocimiento, a través de toda la comunidad de trabajo. Cualquier juicio que se emitiera en nombre de toda la compañía ya no podía ser prerrogativa exclusiva de unas pocas personas de la cima.

Si hubiésemos sabido dónde mirar, ya en los cincuenta hubiésemos podido ver el traslado del valor desde el capital hacia el conocimiento. Se estaban haciendo visibles compañías y sociedades escasas en activos pero ricas en materia gris: firmas de auditoría internacional, consultoras de empresas y agencias de publicidad y publicaciones. En una década o dos, incluso estas empresas fueron eclipsadas por el explosivo crecimiento de las compañías de software y de tecnología de la información. Todas, ricas en materia gris, no pueden ser dirigidas con el viejo estilo orientado hacia la disponibilidad de activos. Sus managers han tenido que trasladar las prioridades, desde operar compañías que optimicen capital, hasta dirigir empresas que optimicen a la gente. La gente, en estas compañías, es la portadora del conocimiento y, en consecuencia, la fuente de todas sus ventajas competitivas.

Archivado En

_
_