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Nuevo orden

Estados Unidos cuestiona el peso 'excesivo' de Europa en el G-7

La ministra española de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, reconocía la semana pasada en un almuerzo con periodistas que las posibilidades de que España pase a formar parte del G-7 son remotas, porque EE UU considera que el peso de los europeos dentro del grupo 'es ya excesivo'.

Alemania, Francia, Italia y Reino Unido son los países europeos que integran este foro de carácter informal junto a EE UU, Japón y Canadá. En 1975, las principales potencias (las siete actuales salvo Canadá) se reunieron en Rambouillet (Francia) para intercambiar opiniones sobre la preocupante situación mundial, inmersa en plena crisis del petróleo. Al año siguiente, Canadá se sumó al grupo, que ahora está en proceso de adaptación para integrar plenamente a Rusia como octavo miembro. La UE tiene estatus propio como observador en las reuniones del G-8 y los titulares rotativos de la presidencia europea son invitados a participar en estos encuentros. Desde su llegada al poder, José María Aznar ha soñado con pasar a formar parte de esa elite mundial y algunos medios han apuntado que ésa podría ser la contrapartida que recibiera por su apoyo a EE UU en la crisis iraquí. Pero las declaraciones de Ana Palacio dejan claro que esa no es la negociación que actualmente está en juego entre ambos países.

Analistas y diplomáticos comparten la opinión de EE UU de que el G-7 necesita una renovación para adaptarse a la nueva realidad mundial. Y eso pasaría, a su juicio, por incluir a China en el grupo de los siete países más industrializados. No en vano, China es la sexta economía mundial en importancia, el segundo país por volumen de reservas en divisas extranjeras y con un peso decisivo sobre la evolución del comercio mundial y de los precios. Algunos expertos, como Jim O'Neill, de Goldman Sachs, prevén que China supere en 2004 a Francia como quinta economía y que para 2006 pase a ocupar el lugar de Reino Unido como cuarta.

Varias fórmulas

En contra de su plena integración juega la falta de democracia en el país. Por lo que la fórmula que se baraja es la posibilidad de que China y otros países sean incluidos en los debates sobre temas específicos. Ese asunto fue discutido por los ministros de Finanzas del G-8 en el almuerzo del pasado sábado en París.

China es el principal contribuyente individual al déficit comercial de EE UU, ya que representa el 20% del mismo. Además, tiene una implicación directa sobre la cotización de las principales divisas. De hecho, en 2002 el Banco Central chino aumentó sus reservas en moneda extranjera un 35%, hasta unos 277.000 millones de euros, junto a una reducción de sus posiciones en dólares. Una de las razones, según algunos economistas, para que el euro se haya apreciado casi un 25% frente al dólar en un año. Y su decisión de anclar la cotización del yuan al dólar, dada la depreciación de la divisa estadounidense, es una clara fuente de preocupación para Japón, que ve cómo sus productos pierden competitividad y cómo China acentúa su espiral deflacionista.

Sin un plan conjunto

Ante las perspectivas de una guerra contra Irak, los países del G-7 prometieron, tras su reunión del sábado en París hacer todo lo necesario para robustecer el crecimiento de sus debilitadas economías y que se reunirían rápidamente si se produce alguna emergencia. También obtuvieron una señal inusitadamente fuerte del presidente del BCE, Wim Duisenberg, de un posible recorte de tipos de interés en la zona euro en el caso de que sea necesario.

Pero el grupo de los siete países más ricos del mundo culminó el encuentro ministerial de París sin desarrollar un plan de acción conjunto.

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