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Columna
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Guerra y economía

Manuel Pimentel examina diferentes escenarios que se pueden dar en el conflicto de Irak. En opinión del autor, el mejor para una recuperación de la economía internacional sostenible y estable es el que excluye la acción bélica

La guerra y la economía son viejas conocidas. Sus caminos se han encontrado un millón de veces. Desde el origen de la humanidad se vienen influyendo mutuamente. Los hombres lucharon entre sí en infinitud de ocasiones, y de todas sus guerras se cosechó muerte y desiguales repercusiones económicas. Mientras algunos se sumergían en la ruina más profunda, otros se enriquecían de la noche a la mañana.

Es casi imposible imaginarnos una guerra del pasado que no tuviese gran influencia en las realidades y equilibrios económicos de su tiempo. Desde una somera reflexión histórica podríamos afirmar que, desde siempre, la guerra influyó en la economía y viceversa, que la economía influyó en la guerra.

En el paleolítico, por citar un simple ejemplo, las tribus de un valle atacarían a las del valle vecino para conseguir expulsarlas y disfrutar así de mejores cazaderos que les permitieran su expansión demográfica. Aunque no todas las guerras se han originado por causas económicas, su aliento siempre ha estado muy cercano. Eso fue así en la historia. Es probable que siga siendo así en el futuro.

No se gana nada si se rompe la legalidad internacional y también se acaba con la unidad europea

Estamos en lo que parece la víspera del inicio de la guerra de Irak, donde una coalición internacional -en la que, en principio se encontraría España- capitaneada por Estados Unidos invadiría el país hasta lograr derrocar al dictador Sadam Husein y colocar a un Gobierno afín.

Los que están a favor de la guerra argumentan que se trata de una acción preventiva, para evitar guerras y acciones terroristas, mientras que los que están en contra afirman que se trata de una simple lucha por el petróleo. Aunque no creo que la realidad pueda ser tan simple como la manifestada por unos y otros, personalmente estoy contra esta guerra. Ni comprendo los motivos que se arguyen, ni creo que ganemos nada rompiendo la legalidad internacional y la unidad europea. Pero no profundizaremos en este artículo sobre la bondad o no de esta guerra. Sencillamente estableceremos las consecuencias económicas de algunos supuestos políticos y bélicos.

Comencemos. La primera opción que podemos estudiar es la que se crearía de prolongarse más tiempo esta incertidumbre prebélica. Supongamos que, por un motivo u otro, se da una nueva oportunidad a los inspectores de la ONU o al Consejo de Seguridad, por lo que se atrasaría meses el hipotético ataque. La situación de indefinición prolongada acentuaría la crisis actual de los mercados. La recuperación económica que algunos anticipaban para el presente ejercicio sería sustituida por una progresiva desaceleración. El precio del petróleo se mantendría alto. La mayor economía del mundo, la norteamericana, comenzaría a resentirse ante las dudas. Sus cuentas, ya de por sí con un gran déficit, se verían deterioradas por el gigantesco gasto que supone mantener un ejército de cientos de miles de hombres muy lejos de sus fronteras.

Supongamos ahora que se inicia la guerra. Deberíamos estudiar tres hipótesis en este caso. La primera, que durara pocas semanas, que la victoria fuese clara, que el nuevo Gobierno tuviera una razonable autoridad sobre la población, y que los países vecinos y sus poblaciones aceptaran la nueva realidad sobrevenida. Entonces asistiríamos a una fuerte recuperación de los mercados y a una disminución de los precios del petróleo. Probablemente, y eso lo repiten los defensores de la guerra, la economía occidental se beneficiara de esta guerra corta y precisa.

Como segunda hipótesis deberíamos estudiar qué ocurriría si la guerra se prolongara más de lo inicialmente previsto. A la probable subida de los mercados de los primeros momentos le seguiría un pronto desánimo. El petróleo seguiría subiendo con fuerza -algunos analistas hablan que podría alcanzar valores superiores incluso a los 40 dólares-, y la economía no levantaría cabeza hasta vislumbrar un desenlace cierto.

Pero existe una tercera hipótesis -que además para mí es la más probable-. Sería posible que la guerra finalizase pronto, que Sadam fuera derrocado, que se colocara a un Gobierno afín y... que no hubiera hecho sino comenzar un prolongado periodo de inestabilidad política en amplias zonas del globo.

Esta inestabilidad podría tener mayor o menor intensidad, pero entraríamos en un periodo prolongado de pequeños o grandes atentados, aquí y allá, contra intereses occidentales. Esta inestabilidad difusa terminaría golpeando con intensidad la rápida recuperación que experimentaríamos tras la euforia del triunfo militar inicial. Y es que una guerra, como sabemos, se desarrolla en numerosas batallas. Hasta el final no conoceremos el desenlace.

¿Y si los dirigentes mundiales lograran encontrar una vía de desarmar a Sadam y hacerle cumplir las correspondientes resoluciones de la ONU sin tener que recurrir a los bombardeos? A día de hoy nos parece demasiado bonita esa hipótesis, que sería la que cimentaría la recuperación económica más sostenible y estable, como fruto de una política inteligente. Y quizá eso sea demasiado pedir cuando los trovadores de moda vocean de nuevo aires de gesta.

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