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Columna
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Cambios en el IRPF

Las modificaciones tributarias suelen generar recelos e interpretaciones encontradas. El recelo, basado en experiencia dilatada, indica que las cargas fiscales suelen subir y que el juego conjunto de alteraciones de bases y tipos termina con mayor pago para el contribuyente.

La ausencia de cambio tiene un efecto similar porque la continuidad, en un entorno inflacionario, y en lo que concierne al IRPF, hace que aumentos nominales del ingreso que mantienen el poder de compra lleven a tramos a los que se aplica un tipo más alto, con lo que la renta disponible y, por tanto, el poder de compra se reduce. Las interpretaciones van en el sentido de determinar cuál es el grupo de contribuyentes que sale menos perjudicado o, según el caso, más beneficiado.

En la realidad hay ocasiones, en verdad pocas, en las que los impuestos no suben, o incluso bajan, pero eso no es obstáculo para que se mantengan discrepancias interpretativas.

En la realidad existen ocasiones, en verdad pocas, en las que los impuestos no suben, o incluso bajan

El hecho de que el peso relativo de los ingresos tributarios respecto al PIB crezca avala el recelo. Sin embargo, es posible que el sector público recaude más y que cada contribuyente pague menos, lo que puede ocurrir si aumenta su número. Este es el caso cuando se crea empleo en cuantía apreciable y mejora la rentabilidad de las empresas. Esto ha ocurrido en los últimos años. Así, en las empresas no financieras, según la Central de Balances del Banco de España, el margen promedio sobre ventas en el periodo 1982-2001 fue del 2,6%, mientras que en los seis años comprendidos entre 1996 y 2001, inclusive, alcanzó el 4,44%. En cuanto al número de personas ocupadas, según la EPA, de los 12,51 millones en 1996 se llega a 16,1 millones a mediados de 2002, esto es, un 28,7% más de personas ocupadas. Los ingresos por IRPF aumentaron desde 31.550 millones de euros en 1996 a 36.470 millones en 2001 y los de sociedades desde 8.260 millones hasta 17.200 millones en el mismo periodo. Con estas cifras es posible aligerar la carga tributaria individual, pero eso no resuelve el enfoque que se da a los cambios relativos.

La nueva escala del IRPF, que reduce los tipos máximo y mínimo en tres puntos, ha originado esas discrepancias. En el primer caso se desciende del 48 al 45 y en el segundo, del 18 al 15.

En ambos, sin embargo, hay alteración en la base a la que se aplica cada tipo, en el inferior sube un 8,75%, en el siguiente un 7,2%, pero el tipo máximo de 67.433,56 euros de 2002 ya se alcanza desde los 45.000 euros en el de 2003. Parece, pues, que desde el punto de vista de los tramos (hay uno menos en el nuevo) eso no parece favorecer a los de mayor renta. Eso, sin embargo, es secundario respecto al impacto de la modificación de tipos.

El descenso en los tipos aplicados al tramo inferior, desde el 18 al 15, supone una caída proporcional del 16,67%, mientras que la misma reducción en el tramo superior supone un descenso del 6,25%. El cociente entre el tipo mayor y el menor era de 2,67 en la anterior escala, en tanto que con la nueva asciende hasta 3, lo que refleja un aumento de la progresividad.

En la práctica, la situación varía según las circunstancias de cada contribuyente: su situación familiar, adquisición o no de primera vivienda y ahorro realizado. Como quiera que en estos aspectos las cifras que afectan a la base o la deducción son fijas representan una proporción mayor de las rentas más bajas, lo que refuerza la progresividad, pero esto no agota ni el análisis ni la valoración, porque, cuando se habla de la tributación individual, lo que cuenta es la situación concreta de cada persona y la elección que hace entre las opciones a su alcance.

Si se hace una comparación en un periodo largo, queda clara la tendencia y el cambio del último ejercicio. Una persona soltera, sin hijos ni cargas familiares, sin deducciones por inversión, con ingresos anuales obtenidos únicamente por rentas del trabajo equivalentes en poder de compra a un millón de 1980, y que desde 1970 hasta 2003 aumentase su ingreso en el IPC, ganaría 23.750 euros de 2003.

La tarifa aplicable del IRPF pasaría del 8,77% en 1970 al 13,58% en 1980, al 19,29% en 1990, al 20,41% en 2000 y al 20,15% en 2003. Esta trayectoria muestra un aumento muy fuerte en los primeros 20 años y desde entonces más suave y descendiente en los últimos años. El máximo se alcanza en 1998 con el 22,22% y se estanca o baja desde entonces.

La misma tendencia se aprecia en cuantías superiores de renta. Quien devenga 71.200 euros en 2003, con los mismos supuestos, habría pasado de un tipo de 12,99% en 1970 hasta un máximo de 34,83% en 1997 y quedaría en 33,26% en 2003. Con ingresos de 118.700 euros de 2003, la trayectoria se iniciaría con 19,51% en 1970, alcanzaría un máximo de 43,44% en 1996 y quedaría en 37,96% en 2003.

En el último ejercicio hay mejora para todos, pero, para algunos, la satisfacción depende también de la situación de los demás, con lo que es imposible que todos estén contentos.

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