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Columna
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Liderazgo en las organizaciones

Se escribe mucho sobre liderazgo. El líder es toda persona que logra movilizar, normalmente de forma positiva, a las personas que le siguen o con las que trabaja. De una u otra forma, consigue hacerles partícipes de un objetivo, un sueño, un ideal, haciéndoles esforzarse para su consecución. Aunque tradicionalmente se asociaba el liderazgo a las organizaciones políticas, desde hace ya muchos años se analiza en el seno de las empresas.

Cualquier animal social establece complejas relaciones sociales que precisan de liderazgos. Las manadas de lobos, caballos o gorilas, por citar tan sólo algunos ejemplos, las tienen. Los hombres, como animales sociales, también los precisamos. Es necesario para el grupo que alguien mande. Cada especie animal tiene sus propias reglas para establecer los liderazgos. En unos son la edad, en otros la fortaleza física evidenciada en los combates, en otros la mayor ostentación de su plumaje o piel.

También el hombre tiene sus propias reglas, que hemos procurado, de forma civilizada, ordenar a través de leyes y normas. La política es una forma de conseguir liderazgos en la sociedad, para que no vengan basados tan sólo por la ley del más fuerte.

A una persona inteligente le cuesta trabajar para un jefe que evidencie ineptitud; de alguna forma, todos necesitamos admirar a nuestros dirigentes

Cualquier organización humana precisa de liderazgos. Las empresas también. Y, en este caso, suele ser responsabilidad del director general el nombramiento de los mandos de su empresa. Y debe saber que precisa de personas que sepan liderar los equipos humanos que de ellas dependan.

Todas las empresas desean que las personas más capaces trabajen para ellas. De ahí ha nacido la conocida guerra por el talento. Pero poder conservar personas de gran nivel dentro de nuestras empresas, y para que puedan desarrollar satisfactoriamente todos sus talentos, sus jefes deben tener también personas de gran talento y liderazgo.

A una persona inteligente le cuesta trabajar para un jefe que evidencie ineptitud; de alguna forma, todos necesitamos admirar a nuestros dirigentes. En el Instituto de San Telmo, donde me diplomé en Alta Dirección de Empresas, no dejaban de repetirnos: si queréis gente buena, necesitáis jefes buenos. Después comprobé que este principio no venía tan sólo avalado por el sentido común. Los datos también demuestran que la primera causa por la que las personas abandonan una empresa es por la mala relación con sus jefes.

Pero, ¿qué es el liderazgo? Aunque no existe un solo tipo de liderazgo, podríamos definirlo como la capacidad para conseguir motivar a otras personas para realizar determinadas tareas. Ya en los colegios se establecen relaciones de liderazgo. Algunos niños son los que mandan, los que determinan qué juegos se desarrollan, con los que todos quieren estar. Esas posiciones de liderazgo cambian a lo largo de la vida. En cualquier grupo existen personas con una capacidad innata para ello, y otras que lo consiguen con esfuerzo, acierto y preparación.

No cabe duda que, de alguna forma, el liderazgo implica una cierta capacidad de mando natural. Pero aunque el liderazgo siempre implica poder, no ocurre lo mismo a la inversa. No siempre el poder significa liderazgo. Existen dictadores que ejercen férreamente el poder, oprimiendo a sus pueblos. Maquiavelo decía en El príncipe que para el gobernante es mejor ser temido que amado. En el actual mundo empresarial eso no funciona así. Los liderazgos más adecuados son aquellos que consiguen motivar a las personas que de él dependen. El líder sabe crear buen ambiente, determinar los objetivos adecuados, y gestionar adecuadamente los recursos y los tiempos disponibles. Pero sobre todo consigue que los objetivos sean compartidos por todos y que su consecución se convierta en fuente de satisfacción colectiva del grupo. Cada persona sabe que colabora en conseguir unos fines, que están claros y que son compartidos, sabiéndose reconocida por su esfuerzo y acierto. æpermil;se será un grupo motivado con altas posibilidades de éxito. Y eso sólo se consigue con un liderazgo adecuado.

Pero también el abuso de liderazgo, los conocidos como hiperliderazgos, tiene sus contraindicaciones. Joseph Luft nos explica en su clásica obra Introducción a la dinámica de grupos, algunas de los peores comportamientos asociados al abuso del liderazgo. Como la creación de barreras. La persona que detenta la autoridad establece más defensas de las que le son necesarias. Trata a la gente como si se tratase de instrumentos. Es impersonal, deshumanizante. No experimenta la necesidad de someterse a ningún control. Su autoridad le hace creer que no puede equivocarse. Juzga como evidente lo acertado de su actuación. Gusta mantenerse y relacionarse con los que considera de su rango; glorifica a la élite. Elimina a la oposición. No tolera diferencias importantes de opinión. Destruye o sojuzga al disidente. Dicotomiza. Todo es verdad o mentira, positivo o negativo, bueno o malo, sin matices de ninguna clase. No tolera la ambigüedad y elige a hombres capaces de prestarle su adhesión incluso cuando no están de acuerdo. Prefiere la lisonja y busca la compañía de los aduladores.

Moraleja: Necesitamos personas con dotes de liderazgo positivo, que en el fondo son los que logran motivar con unos objetivos a sus colaboradores, consiguiendo encauzar sus esfuerzos.

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