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Columna
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Más de lo mismo

El paro ha vuelto al primer plano de la actualidad europea. En 2001, la cifra de parados se había reducido hasta 13 millones (17 millones en 1994). Un año más tarde ha aumentado un millón. Y los pronósticos apuntan que seguirá subiendo.

A los discursos sobre el fin del trabajo, de mediados de los noventa, siguió el objetivo, proclamado en la Cumbre europea de Lisboa, en 2000, de alcanzar el pleno empleo en 10 años. Ahora, retornamos de nuevo al debate sobre las fórmulas para solucionar el paro.

Y si observamos lo que hace, o lo que se anuncia, en la mayoría de los países de la UE esas fórmulas consisten -arrinconando totalmente los buenos deseos recogidos en la estrategia de Lisboa (pleno empleo, formación a lo largo de la vida, empleo de calidad, cohesión social...)- en redoblar las recetas neoliberales ya aplicadas en los últimos 20 años: 'activar' las políticas de empleo, actuar contra la 'desincentivación' al trabajo, reducir las prestaciones sociales, más flexibilidad laboral y más moderación salarial.

La mayoría de los países de la UE redobla las recetas neoliberales de los últimos 20 años y arrincona los buenos deseos de la 'estrategia de Lisboa' para el empleo

Está visto que el pensamiento neoliberal es circular: cuando la situación mejora, es la prueba del acierto y la eficacia de las (contra) reformas; cuando la situación empeora, ello no hace sino confirmar la urgencia de profundizar en las mismas.

Todas esas políticas ya se han practicado intensamente -en España especialmente- las últimas dos décadas. Así, la cifra media europea de contratos temporales ha pasado de representar el 8,4% del empleo, en 1985, al 13,6% en 2000 (en España estamos en el 32%). En el mismo periodo, el trabajo a tiempo parcial ha pasado del 12,7% al 17,9%.

Entre 1991 y 1997, el número de empleos a tiempo parcial aumentó en 4,4 millones en los 15 países miembros de la UE ,y el de los contratos temporales, en 5,2 millones, mientras que el número de empleos indefinidos se reducía en 11 millones. Desde entonces, esta dinámica ha seguido desarrollándose.

A su vez, el gasto público ha pasado del 49,3% del PIB en 1985, al 47,1% en 2001. Además, según la Comisión Europea, los gastos en prestaciones por desempleo han disminuido un 2% por año y por parado en la UE a lo largo de los años noventa. Y la parte de los salarios y de las cargas sociales en el valor añadido, que había alcanzado el 76% del PIB en 1975, ha bajado al 69% en 2001, mientras que los costes unitarios del trabajo se han reducido 13,8 puntos en los dos decenios precedentes.

Tras 20 años de reformas estructurales del mercado de trabajo, moderación salarial, activación de las políticas de empleo, de puesta en cuestión de la mayoría de las prestaciones sociales volvemos (¿volvemos?, en realidad nunca se han abandonado) a los mismos discurso y propuestas. Intentar reorientar el signo de las políticas de empleo -combinar, en dosis según el país, medidas para la inserción (formación, orientación, subvenciones a empresas...) con otras dirigidas a sancionar a los parados o incitar financieramente que acepten empleos disponibles- es lo que se ha venido haciendo y que, ahora, a las bravas o mediante pactos, se vuelve a hacer en España, Reino Unido, Países Bajos, Alemania.

Aunque la moderación salarial (conseguir, de forma permanente, que los salarios se incrementen menos que la productividad) no ha dejado de estar vigente (con la notable excepción del Reino Unido, donde las ganancias de poder adquisitivo de los salarios ha superado el 2% anual, entre 1997 y 2001), de nuevo, se insiste en ella por doquier. Finalmente, la tendencia a flexibilizar los mercados de trabajo no nos ha abandonado desde principios de los ochenta. Ahora se retoma con fuerza, como lo evidencia lo sucedido los dos últimos años en España, Italia o Portugal.

En suma, si bien esas políticas han contribuido a que el crecimiento haya sido más intensivo en empleo (con menor porcentaje de crecimiento económico se consigue los últimos años, por de los bajos incrementos de la productividad, un porcentaje de crecimiento del empleo más grande), sus secuelas han sido profundamente negativas: explosión de la precariedad, aumento de los trabajadores pobres (que no ganan ni para vivir de su trabajo), más la insatisfacción y sufrimiento en el trabajo, depresión de la demanda interior, desestabilización de los sistemas públicos de protección, escaso crecimiento de la productividad (del 5% en los sesenta al 1% al final de los noventa). Lo que se presenta como un logro (hacer que el crecimiento sea más intensivo en empleo) en realidad es una trampa: nuestra productividad es cada vez más débil, nunca se crece lo suficiente para lograr el pleno empleo y éste cada vez es menos digno de tal nombre.

Frente a la recesión, Europa renuncia de nuevo a políticas de reforzamiento monetario y presupuestario, volviendo a apostar por la reforma del mercado de trabajo para hacer frente al aumento del paro. El BCE no imita la audacia de su homólogo de EE UU en la reducción de los tipos y el Pacto de Estabilidad (acusado por algunos, como el economista francés Fitoussi, de no responder a ninguna lógica económica, ya que impone medidas restrictivas en periodos recesivos) empuja a Europa a profundizar en el círculo vicioso, de atonía económica y degradación del empleo, del que no ha salido desde hace muchos años.

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