_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Retos en 2003 de la política fiscal y monetaria

Alejandro Inurrieta asegura que el BCE, que hoy celebra su primera reunión de 2003, tiene ante sí un año de estabilidad de tipos. Según el autor, el mundo pasará de un periodo de política monetaria a otro de política fiscal

Aprovechando la primera reunión de política monetaria del año en una de las principales áreas económicas, el BCE, conviene analizar cuál puede ser el perfil de los tipos oficiales durante 2003. La reciente historia -2001 y finales de 2002- nos dice que se ha producido una significativa expansión monetaria, tanto en términos de cantidades como de tipos de interés en las principales economías occidentales, llevando las tasas de interés a valores no vistos hacía muchos años. Se puede decir, por tanto, que este periodo ha sido el de la política monetaria, y tal vez tenga que tomar el relevo a partir de ahora la política fiscal, tal y como puso de manifiesto George Bush con el plan presentado el martes para EE UU.

No es factible que la realidad económica en 2003 sea muy diferente de la de 2002 en términos agregados, entrando en una era de crecimiento bajo. Los principales desequilibrios no parece que puedan ser superados en el presente año. Es más, en algunos, como el déficit público en EE UU, es previsible que empeore. Así, el déficit corriente norteamericano seguirá siendo muy abultado, el alto desempleo en la UEM apenas se corregirá, mientras que el norteamericano lo hará en una cuantía marginal, y el grado de endeudamiento de familias y empresas mantendrá su presión sobre el sistema financiero, con especial incidencia en Alemania, pero sin descartar el norteamericano.

En cifras, las previsiones que manejamos figuran en la tabla adjunta. En ellas, se puede observar cómo no hay excesiva presión por parte de la demanda interna en un horizonte de previsión a dos años vista, por lo que tampoco se vislumbra un fuerte repunte de la inflación, salvo un shock externo con carácter permanente en forma de precios del petróleo en los niveles actuales o superiores, durante un periodo superior a seis meses.

El plan presentado por Bush no solucionará el verdadero problema que aplana la economía norteamericana, la inversión productiva y su financiación

En este contexto, qué pueden hacer los bancos centrales o, mejor dicho, qué es lo que previsiblemente harán. El BCE es, con diferencia, el más difícil de prever.

El BCE, y partiendo de la premisa de que hoy mantendrá los tipos oficiales, tiene ante sí una serie de retos relevantes durante este año. Al margen de la sustitución de Wim Duisenberg, su presidente, es notorio que las críticas sobre los dos pilares han hecho mella, y se proponen redefinir los objetivos de política monetaria. No tanto el objetivo numérico de inflación (2%), pero sí el papel de los agregados monetarios, o primer pilar, cuya evolución por encima de la deseada ha sido compatible con una inflación baja, aunque alejada puntualmente de la deseada. Aquí cabe apuntar que el crecimiento nominal de la cantidad de dinero es un buen indicador adelantado de la inflación futura, cuando ésta es alta, pero en cambio aporta poca información en un mundo de baja inflación, como es el actual. Por tanto, parece claro que el seguimiento de los tipos por parte del BCE se puede hacer de forma más eficiente analizando la evolución de la inflación y no los agregados monetarios en el momento actual.

El segundo de los retos debería ser llegar a medir o reflejar bien las presiones inflacionistas latentes en la economía europea tras la implantación del euro. Cabe apuntar que algunos de los argumentos sobre el verdadero impacto del euro sobre la inflación y los efectos de la reciente apreciación del tipo de cambio en el control de la inflación no son todo lo rigurosos que cabría esperar.

En primer lugar, la cuantificación que desde la propia Comisión Europea se ha hecho de la introducción del euro, un 0,2% sobre inflación, choca con la realidad que se palpa en la percepción de los agentes, y sobre todo en el trasvase de rentas desde los consumidores a los oferentes de bienes y servicios, que en muchos países han provocado un encarecimiento significativo de la cesta de la compra, sin que se tenga constancia estadística de la misma.

En segundo lugar, la reciente apreciación del euro (más de un 10% desde finales de 2002) podría alterar las decisiones de política monetaria, ya que teóricamente abarata las importaciones y reduce la presión sobre los precios internos. Esto sería cierto si la magnitud de la apreciación fuese muy grande, por lo que de no producirse no deberá tener apenas influencia ni sobre inflación ni sobre los tipos oficiales. La razón estriba en la reducida elasticidad que tiene la inflación a los tipos de cambio, un área económica tan cerrada como la UEM (sólo el 15% del total del comercio europeo se hace con el área dólar). Teniendo todo esto en cuenta, debilidad económica, presión inflacionista al alza y poco efecto de tipo de cambio, el BCE tiene ante sí un año en el que la tónica debería ser la estabilidad de tipos oficiales.

En este mundo de escasa actividad de los bancos centrales, parece que todo el peso recaerá en la política fiscal.

Sin embargo, también en este campo habrá que hacer un esfuerzo por generar actuaciones rigurosas, equitativas y sobre todo eficientes. En este apartado, no parece muy apropiado el plan presentado por Bush, que basa la mayoría de su recorte fiscal en la figura de la imposición sobre dividendos, algo que beneficiará a los percentiles de renta más altos y no solucionará el verdadero problema que asuela a la economía norteamericana: la inversión productiva y su financiación.

El aumento del endeudamiento público, confiando exclusivamente en la reactivación de los mercados bursátiles, parece bastante poco acertado, máxime en una coyuntura prebélica como en la que nos encontramos.

Habrá que encontrar fórmulas que armonicen la disciplina fiscal con la reactivación de la actividad productiva, algo que no está en el plan de Bush, pero tampoco en las actuaciones previstas por la mayoría de economías europeas. En resumen, sólo con tipos muy bajos se podrá sostener esta política fiscal y presupuestaria un tanto errónea.

Newsletters

Inscríbete para recibir la información económica exclusiva y las noticias financieras más relevantes para ti
¡Apúntate!

Más información

Archivado En

_
_