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Columna
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Balance de 2002

El pasado año no fue tan malo para la economía como se temía. Carlos Sebastián hace balance de 2002 y sostiene que el país que más ha sufrido es Argentina, aunque también Alemania y Japón

Carlos Sebastián

Se fue 2002. No ha sido tan malo para la economía como se temía. Aunque haya habido preocupantes excepciones: Argentina, especialmente, pero también Alemania y Japón. La economía americana está saliendo con paso dubitativo de la recesión de 2001. Tuvo un prometedor primer semestre y una decepcionante segunda parte del año. Pero crecerá ligeramente por encima del 2% y, últimamente, se está alejando la posibilidad de un nuevo tropiezo recesivo. La aventura bélica en Irak puede entorpecer la recuperación, pero no creo que cambie sustancialmente la tendencia.

España ha debido crecer un 2%, gracias fundamentalmente a la fortaleza de la construcción, animada por tipos de interés históricamente bajos. El paro ha aumentado, como ocurre siempre que la economía se desacelera, agravado porque el efecto desánimo sobre la población activa apenas se ha dejado sentir (la inmigración, probablemente). Se ha producido, por otra parte, una indeseable elevación de la inflación que ha situado el diferencial con la zona euro en 1,7 puntos.

En el resto de Europa, algunos países importantes han capeado relativamente bien la desaceleración mundial: Francia dentro del euro y el Reino Unido fuera de él. Alemania, en cambio, sigue muy débil. Casi en recesión. La incertidumbre acerca de la política fiscal, las reformas pendientes y la evolución del empleo pesan sobre unas familias alemanas altamente endeudadas que están conteniendo su consumo. Por otro lado, la industria exportadora alemana no sólo sufre la atonía del mercado mundial, sino que lleva algunos años perdiendo peso en ese mercado. Ambos factores, expectativas inciertas y debilidad de la demanda exterior, están ocasionando caídas en la inversión empresarial, mayores que las que se están produciendo en otros países europeos.

Japón sigue en recesión. Aunque su PIB ha caído este año algo menos de lo que se esperaba. Lo peor es que tras 11 años de crisis, siguen pendiente la reforma del sistema financiero y el saneamiento de los bancos, condiciones necesarias para que Japón recupere la senda sostenida de crecimiento que abandonó hace más de una década.

La experiencia argentina ha representado la crisis más aguda del año. Aunque la mayoría de los indicadores han mejorado en los últimos meses, las dudas siguen siendo enormes. Podría decirse que la economía argentina sigue en estado de guerra: el sistema financiero no funciona, los precios administrados y los salarios están congelados y se ha desarrollado una economía de trueque en algunas áreas. Y todavía es incierto cuándo y cómo se va a normalizar. Pero todo resulta más complicado por la situación política respecto de la que no se puede ser optimista. El espectáculo del poder judicial tratando de evitar que el poder ejecutivo eleve los precios administrados, debido fundamentalmente a que unos y otros pertenecen a distintas facciones del Justicialismo, resulta deprimente. Es un paso más en el proceso de degeneración institucional que ha conducido a Argentina a la actual situación.

En África, la situación no ha mejorado. Pero hay tenues indicios positivos: posibilidad de que se terminen algunos de los conflictos y se avance en su democratización y una nueva percepción en el mundo desarrollado de la ayuda que se puede prestar: acceso a mejoras sanitarias y decidida ayuda a países que hayan puesto en marcha políticas e instituciones creíbles. Pero el estado de África sigue siendo dramático.

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