Nunca más casos 'Prestige'
Carlos Tió afirma que la falta de prevención en el caso del 'Prestige' ha dejado seriamente dañada la imagen del nivel tecnológico de España. Pero, según el autor, no por el suceso en sí, sino por la desorganización posterior
Si el 11-S de 2001 significó un punto de inflexión en el enfoque global de la política internacional, de la seguridad pública, en la psicología social, entre otros aspectos, también la catástrofe económica y medioambiental provocada por los vertidos y el hundimiento del Prestige está provocando en España un shock de magnitud sin precedentes, al mostrarnos la indefensión en que se encuentra una sociedad que se duerme tranquila, para despertarse a la mañana siguiente con sus costas y aguas territoriales convertidas en una cloaca que obliga a interrumpir las actividades económicas de las que vive la población y entregarse denodadamente a una recuperación que nadie sabe cuándo y cómo se logrará. Y todo ello en una sociedad avanzada, donde llevamos años discutiendo sobre la mejor estrategia de desarrollo sostenible.
Hace ahora un año, el Ministerio de Medio Ambiente solicitó mi contribución en la elaboración de dicha estrategia en aquellos aspectos que yo juzgara de 'mi competencia'. En mi informe me centré en los aspectos agrarios y rurales que ocupan mis tareas profesionales. No obstante, el shock provocado por el Prestige, las imágenes vistas en televisión y el sentido de la responsabilidad para que algo similar no vuelva a producirse me impulsan hoy a efectuar algunas consideraciones sobre lo ocurrido, ahora que el propio presidente del Gobierno ha optado por ponerse al frente de la manifestación.
La primera idea que destacaría es el hábito actual a elaborar estrategias tan globales que impiden centrar bien las prioridades. En materia de desarrollo sostenible es fácil perderse en las miles de anécdotas del funcionamiento de nuestras sociedades y no prever a tiempo los grandes riesgos, aquellos en los que existen causas que operan de un modo permanente y estructural.
Actualmente existe el hábito de elaborar estrategias de desarrollo sostenible tan globales que impiden centrarse en lo prioritario
Tierra adentro, en el mundo rural, es obvio que son la erosión, los incendios forestales y la desorganización en el uso del agua allí donde hay escasez los fenómenos que atentan contra el orden social y de la naturaleza, por la capacidad destructiva a medio y largo plazo, y por el hecho de que sus causas están relacionadas con las estructuras físicas y climatológicas de nuestro país. Sería desenfocar la estrategia de desarrollo sostenible si centráramos los programas futuros olvidándonos de estas prioridades.
Hoy la Comisión Europea plantea la posibilidad de efectuar 'auditorías medioambientales' en las explotaciones agrarias, como requisito para percibir en el futuro las ayudas agrícolas europeas. Dios sabe qué minucias estarán imaginándose como fundamentales en el 'modelo de agricultura multifuncional' que se nos presente dentro de pocos meses. Mientras tanto, el desierto sigue avanzando en la España mediterránea, cualquier mal año volveremos a tener una nueva 'tragedia forestal' y en lugar de haber sentado bases sólidas para solucionar la guerra del agua, el flamante Plan Hidrológico nos encamina hacia graves conflictos interregionales.
El documento de consulta que en su día recibí sobre estrategia de desarrollo sostenible hacía mención a que 'viene produciéndose una reducción de los vertidos al mar, aunque los derrames de petróleo aumentaron casi un 120% entre 1987 y 1997'. Se trata de la única referencia concreta al fenómeno que hoy día se ha convertido en la mayor tragedia ecológica y tal vez económica vivida por nuestro país seguramente desde la Guerra Civil de 1936-1939. También en este caso existen causas estructurales ligadas a una economía internacional basura de transporte de mercancías peligrosas que ya han tenido varios precedentes en diversos países, entre ellos el nuestro.
En este escenario, es evidente que es preciso dar máxima prioridad a este tema, para que 'nunca más' vuelva a suceder nada parecido. Pero ello exige igualmente diseñar una estrategia cero de prevención y protección civil que contemple la fragilidad de nuestra sociedad desde una perspectiva realista, donde se prioricen los riesgos que hoy día quedan encubiertos por el modelo de desorden económico en que vivimos.
En paralelo con una estrategia de desarrollo sostenible, lo que tal vez sería urgente es contar con una estrategia de ordenación económica nacional e internacional que nos evitara tener que contemplar en los telediarios las imágenes de cadáveres procedentes de las pateras refluyendo sobre nuestras costas del sur, o las de nuestros mariscadores, marineros y voluntarios recogiendo el fuel con las manos en las costas gallegas, durante no se sabe aún cuántos meses o años. También hace poco veíamos cómo se contaminaba nuestro tesoro de Doñana por la rotura del muro de una balsa de una explotación de Boliden, por no olvidar una imagen que también nos sobrecogió a todos.
Cuando las cosas ya han ocurrido, está bien adoptar medidas paliativas sobre sus efectos de todo tipo, incluidas las que implican recuperar la situación anterior a la catástrofe en todos sus sentidos. Ahora bien, en nuestro país deberíamos tomarnos en serio la prevención, sobre todo en fenómenos previsibles.
La imagen del nivel tecnológico de nuestro país ha quedado seriamente dañada, no por el suceso en sí mismo, más bien por la desorganización posterior observada por el conjunto de la sociedad con estupefacción. Ni la sociedad española ni nuestra economía pueden tolerar en el futuro nuevos episodios de estas características.