Europa baja al fin los tipos
Si de lo que se trataba era de demostrar la independencia del Banco Central Europeo (BCE) frente a las presiones políticas, Wim Duisenberg y su equipo han cumplido sobradamente el objetivo. El BCE ha tardado algo más de un año en volver a bajar los tipos de interés, a pesar de que los indicadores de actividad de las principales economías de la zona euro, con Alemania a la cabeza, llevan meses cayendo en picado. Con el recorte de medio punto anunciado ayer, el tipo de interés de referencia europeo queda en el 2,75% y la rebaja acumulada desde finales de 2000 es de 2 puntos. Un alivio monetario mucho más modesto que el puesto en marcha por la Reserva Federal estadounidense, que ha bajado los suyos en 5,25 puntos, dejándolos en el 1,75%.
Duisenberg asegura que los argumentos a favor de un recorte de tipos -menor presión inflacionista y mayor debilidad económica- se han visto reforzados 'desde la última reunión' de su consejo. Pero lo cierto es que sólo ha habido cambios en la segunda parte de esta ecuación. En materia de inflación, la tendencia no ha cambiado en absoluto: el IPC de los Doce sigue superando el 2%, fijado como límite por el propio BCE (2,3% en octubre confirmado y 2,2% en noviembre estimado) y las diferencias entre los países miembros de la UME son abismales (1,3% en Alemania, frente al 4% de España). Lo que sí ha cambiado es la percepción sobre la gravedad de la crisis económica que atraviesa la zona euro, constatada esta misma semana por las pesimistas previsiones de la Comisión Europea.
Duisenberg parece, pues, dispuesto a sacrificar el objetivo de inflación para primar el impulso a la actividad económica y evitar, si todavía es posible, una recesión europea. Un cambio en la escala de prioridades que viola claramente los estatutos fundacionales del BCE, cuyo primer mandato es velar por la estabilidad de precios. Sin embargo, no parece probable que vayan a surgir voces que denuncien esta desviación.
Alemania, el gran beneficiado de esta decisión, junto a Italia y Francia, necesita esta bajada, amén de otros estímulos, para poder desenvolverse dentro de la camisa de fuerza en la que está metida. Desbordada por el gasto público y sometida a la disciplina del Pacto de Estabilidad, tiene pocas opciones para reactivar el crecimiento, generar ingresos y devolver la confianza a una economía que empieza a sentir el síndrome japonés y que sólo crece si la demanda externa se dinamiza. En el otro extremo del paisaje está España, con un crecimiento del 1,8% y la inflación en el 4%.
Los economistas esperan pocos efectos inmediatos de la bajada de tipos. Pero si ayuda a que Alemania repunte, ello beneficiará también a todos sus socios. Mientras, el Gobierno español debe buscar soluciones internas a la sangría de competitividad que supone una inflación que parece de otra época. Que esto podía pasar ya lo sabíamos al arrancar la unión monetaria: sin tipo de cambio, sólo la política fiscal y la liberalización de mercados meten en vereda la inflación.