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Tribuna
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Cumbre de negocios latinoamericanos

De una reunión de empresarios latinoamericanos para aliviar la pobreza de la mitad de los ciudadanos de los países que componen ese rico y contradictorio continente, qué se puede esperar?

La Cumbre de los Negocios (Business Summit) en América Latina 2002, que se celebró hace pocos días en Río de Janeiro, no pudo menos de mencionar y tomar posiciones, aunque tímidas, con respecto a la inseguridad ciudadana, la inestabilidad política, las protestas populares y la revuelta en las urnas que la pobreza está generando en esos países. 'Los niveles de vida de todo el mundo deben aumentar con las próximas reformas', proclamaba el poderoso William Rodhes, vicepresidente del Citigroup y principal negociador durante muchos años de la deuda latinoamericana. Las reformas anteriores los habían bajado.

Las consecuencias de la pobreza latinoamericana, agravada por la desigualdad extrema en el reparto de la riqueza y del ingreso, no crean un entorno favorable para los negocios. Los negocios prosperan con estabilidad política, paz ciudadana, perspectivas de mejora y progreso social. Los negocios modernos, por lo menos, que se basan en el consumo de masas, necesitan eso: masas con poder adquisitivo, dispuestas a endeudarse y a consumir. Hace años se decía que el desarrollo de América Latina necesitaba una amplia clase media que sustentara el consumo de bienes y el uso de servicios. Eso sigue siendo verdad, por ejemplo, para las empresas españolas establecidas en la región. ¿Cómo va a aumentar el uso de teléfonos fijos y móviles, y el consumo de energía, de gas y de agua, si la pobreza sigue aumentando? A nadie más que a este tipo de empresas, como a los bancos, les interesa que la pobreza se reduzca y eventualmente desaparezca. América Latina tiene futuro sólo en la medida en que sus ciudadanos dejen de ser pobres. El presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, lo expuso lúcidamente en la Cumbre: 'No se puede separar el lucro de la responsabilidad social. Si no enfrentamos la cuestión de la pobreza, no tenemos futuro'.

Pero ¿cómo se debe enfrentar la pobreza? El economista neoliberal Felipe Larraín afirmaba en la cumbre que la clave está en la educación. Tiene en parte razón, aunque deja sin responder la cuestión siguiente: ¿educación para qué? ¿Para aumentar el nivel intelectual de los desempleados y mendigos? La educación debe ser un elemento de la estrategia de lucha contra la pobreza, pero no es un remedio que lo cura todo. Y mucho menos debe ser un pretexto para no hacer otras cosas. La clave para eliminar la pobreza sigue siendo 'crecimiento con redistribución', con un énfasis igual en los dos términos, como abundantemente demuestra la historia de los países que han llegado a ser ricos y progresistas.

Bien lo decía a los asistentes el ex presidente del Gobierno Felipe González, preocupado más bien de que el Gobierno de Lula se dedicara a repartir y no a crear riqueza (lo que sin duda sería un error): 'La pasión por repartir la riqueza debe coincidir con la pasión para crear riqueza, de otra manera se acaba repartiendo sólo pobreza'. González tenía razón, siempre que su afirmación se entienda también al revés. Que la pasión por crear riqueza coincida con la pasión por repartirla.

La cumbre estuvo bajo la sombra de Lula, aunque el elegido presidente de Brasil, no apareció por ella. 'La elección de Luiz Inácio da Silva como próximo presidente de Brasil refleja la demanda de los ciudadanos de más justicia social', decía el presidente del Banco Mundial. Como la de Lucio Gutiérrez refleja las demandas de justicia para los marginados en Ecuador. Hay fuertes aires de cambio en el continente, con una creciente desconfianza en los políticos, en los Parlamentos que ellos pueblan y en los Gobiernos de partidos tradicionales. Necio hay que ser para no comprender que el aguante de la gente no es infinito, que una media década perdida va a tener una respuesta popular, organizada o anárquica, porque los pobres no resisten más privaciones, cuando las elites políticas y económicas participan de todos los beneficios de la globalización.

Ya pueden discutir el sistema más apropiado de tipo de cambio, la regulación de las instituciones financieras, la gobernación de las empresas, el combate a la corrupción y otras cosas que de veras preocupan a los hombres y mujeres de negocios, que si no discuten el pacto fiscal, la manera de repartir la riqueza acumulada por medio de la globalización, América Latina está condenada a otro ciclo de populismo, desórdenes, confrontación civil y protestas de formas que quizás todavía no conocemos. Los empresarios de la región no están tranquilos, pero no tiene todavía visión ni energías para emprender cambios radicales. Por lo menos en Río se ha comenzado por resaltar la responsabilidad social de las empresas. ¡Que sea verdad!

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