EE UU exporta más sus recesiones al G-7 que sus etapas de crecimiento
La Reserva Federal de EE UU analiza en su último boletín de octubre la vinculación entre la tasa de variación del PIB de los países del Grupo de los Siete más industrializados (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) a lo largo de los últimos 30 años. Y la principal conclusión de sus autores, Brian M. Doyle y Jon Faust, es que el comportamiento de las principales economías en la reciente recesión repite el patrón de contracciones anteriores, pese a los avances registrados en materia de integración comercial y financiera.
Según el modelo tradicional, la relación de la tasa de variación del PIB de los países del G-7 es considerablemente mayor durante las recesiones de EE UU que durante sus etapas de expansión. Es decir, que EE UU, como motor económico mundial, contagia en mayor medida al resto del G-7 el mal desempeño de su economía que aquellos periodos en los que su economía disfruta de un mejor comportamiento.
Los ciclos existen
Doyle y Faust, miembros del comité de Finanzas internacionales de la entidad, sostienen que el desarrollo de las economías del G-7 en los últimos 30 años responde al patrón típico de los ciclos empresariales, que, pese a los avances tecnológicos, la apertura comercial y la integración financiera se mantienen vigentes. Esta tesis rebatiría el argumento de quienes, precisamente a finales de los noventa, proclamaban el fin de los ciclos económicos.
Las causas de este comportamiento pasan por los contras, y no sólo los pros, que incorpora la mayor integración económica registrada en los últimos años.
Los intercambios comerciales de estos siete países, salvo Japón, se han disparado en los últimos años. El comercio de Canadá con los demás socios del Grupo representa el 60% de su PIB, frente al 30% de los setenta (influido por el acuerdo de libre comercio de América del Norte); en EE UU el porcentaje ha crecido del 5% al 9% y para los países europeos representa ya el 20% del PIB.
La integración financiera ha llevado a que el porcentaje de las acciones estadounidenses en manos de inversores de los demás países del G-7 haya pasado del 2% de los ochenta al 12% en 2001.
Estos dos factores tienen una repercusión indudable, como señalan los autores sobre la producción, el empleo y el crecimiento de las economías. Pero al mismo tiempo aumentan la exposición a los shocks externos y aumentan la volatilidad de los flujos de capital, factores que inciden directamente sobre la evolución del PIB.
Bajo estas premisas, la transmisión de la parte negativa de los ciclos cuenta con canales de interconexión entre las economías desarrolladas. Mientras que los motivos por los que una economía, claramente Estados Unidos, disfruta de un alto ritmo de crecimiento están más relacionados con el buen manejo de la política económica, decisiones de consumo, inversión y ahorro, y la productividad del trabajo y el capital, según recalcan Doyle y Faust, que con el incremento de actividad derivado de la correlación económica.
Este informe pone en duda la necesidad de coordinación de las políticas económicas en épocas de crecimiento, como sugieren algunos académicos, aunque evidencia la necesidad de establecer mecanismos que frenen el contagio negativo en caso de crisis. Pero el debate, como reconocen los propios autores, sigue abierto.