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Columna
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Crecimiento e inflación

España necesita una política monetaria expansiva, pero preocupa que afecte a la inflación. Carlos Solchaga explica por qué persisten las diferencias de precios con los países de la unión monetaria

La Comisión Europea publicó hace dos días sus previsiones de crecimiento para el año 2002 y 2003, revisando fuertemente a la baja los pronósticos que había hecho en la primavera pasada. De hecho, los países de la zona del euro no crecerán este año en su conjunto más de un 0,8% (frente al 1,4%, ya bien modesto, que se había previsto por la Comisión unos meses antes). Se confirman así dos cosas: la primera, que fue un error de la Unión Europea y también del Banco Central Europeo apuntarse a la tesis general de que asistiríamos a una recuperación económica en el segundo semestre de 2002; la segunda, que en este contexto de mucha mayor desaceleración de la actividad resulta cada vez más difícil el cumplimiento de la letra del Pacto de Estabilidad y Crecimiento.

En estas circunstancias, cabe poca duda de la conveniencia e incluso de la necesidad de una relajación adicional de la política monetaria del BCE. Con ello me refiero, como es lógico, a una bajada de los tipos de interés significativa, porque el otro componente que define el tono más o menos restrictivo de la política monetaria, el tipo de cambio, ha venido evolucionando en un sentido restrictivo a lo largo de los últimos 12 meses conforme se revaluaba el euro frente al dólar.

También las previsiones de la Comisión sobre el crecimiento en España han sido revisadas a la baja. La coincidencia de esta revisión con la publicación de la tasa de inflación del mes de octubre, 1%, que ha supuesto un repunte en el crecimiento anual de los precios hasta el 4%, ha puesto una vez más de manifiesto la paradoja de la economía española. Como los demás países europeos, necesitamos una política monetaria más expansiva si queremos crecer más y evitar el aumento del desempleo por encima de los niveles preocupantes que ya estamos observando. A diferencia de países como Francia o Alemania, sin embargo, nos preocupa que una bajada de los tipos de interés pueda echar leña al fuego de nuestra inflación, reduciendo todavía más nuestra ya deteriorada competitividad.

¿Por qué persisten las diferencias en la evolución de los precios entre España y el nivel medio en los países centrales de la unión monetaria europea? Seguramente ya es hora de desechar algunas hipótesis, como la de la convergencia necesaria de los niveles de precios en el área monetaria a la que pertenecemos o la que pone el énfasis en las asimetrías en la revisión de precios al calor de la introducción física del euro en el seno de la unión monetaria para explicar la inflación diferencial y la erosión de la competitividad de la economía española. Tampoco parece que la ausencia clamorosa de reformas estructurales por parte del actual Gobierno sea una explicación satisfactoria de nuestra mayor tasa de inflación, aunque sí tiene una influencia evidente en el deterioro de la competitividad por sus efectos retardatorios en el crecimiento de la productividad.

La explicación hay que buscarla en el terreno de la demanda global. No sólo en los bajos tipos de interés reales, que son un hecho innegable, sino en la política fiscal que les acompaña que, a pesar de las muchas alusiones al déficit cero, no deja de ser expansiva. Es posible que el exceso del gasto fiscal no asome a los presupuestos o no se refleje en el déficit fiscal, pero sus efectos son evidentes en la persistente diferencia de la inflación en nuestra contra.

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