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Columna
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¿Vuelve el eje París-Berlín?

Como en los viejos tiempos! Antes de la Cumbre Europea de la pasada semana el canciller alemán, Gerhard Schröder, y el presidente francés, Jacques Chirac, anuncian antes de empezar los trabajos que existe un acuerdo entre ambos países sobre el gasto agrícola y el futuro presupuesto de la Unión Europea ampliada. Así, de este modo, París y Berlín han escenificado que el eje franco-alemán ha resucitado y se constituye otra vez en la pieza básica de cualquier consenso comunitario.

Las buenas relaciones entre Francia y Alemania son un factor constitutivo de la historia de la integración europea. Finalmente, la lógica funcionalista de Jean Monet tenía por objetivo supremo integrar los intereses económicos de los antiguos enemigos para crear una urdimbre de intereses, complicidades, contrapesos y políticas que impidieran a ambos volver a la guerra. En este sentido, nadie podrá negar que la integración europea ha sido un éxito histórico y, en este contexto, las buenas relaciones entre Francia y Alemania, el eje franco-alemán, ha sido en muchas ocasiones un elemento determinante en el proceso de integración europeo.

La historia del eje franco-alemán no siempre ha sido un espejo de armonía. También ha sido el origen de desencuentros y crisis, pero en momentos muy precisos ha jugado un papel fundamental para encontrar el punto de equilibrio que permitiera proseguir en la búsqueda de una mayor integración.

En lo que nos concierne como españoles, el acuerdo franco-alemán de la Cumbre de Stuttgart de 1983, sobre financiación, como el de la Cumbre de Fontainebleau de 1984, sobre agricultura, desbloquearon nuestras negociaciones de adhesión y nos permitieron concluir una negociación que se eternizaba.

El acuerdo de Robert Schuman y Konrad Adenauer de mantener la igualdad institucional entre Francia y Alemania mantuvo un equilibrio entre ambos países, que fue progresivamente decantándose a favor de Alemania.

El milagro alemán y su imponente desarrollo económico producía en sus vecinos franceses una mezcla de temor y admiración por el formidable esfuerzo de una sociedad vencida que, gracias al trabajo y a su economía social de mercado, se estaba convirtiendo de nuevo en el gigante económico del entonces Mercado Común. Pero, al menos en el Consejo de Ministros, París sabía que sus votos valían igual que los de Bonn, entonces, y además Alemania estaba dividida.

Las relaciones personales han sido también una referencia muy interesante para comprender la importancia del eje franco-alemán. El relanzamiento del proyecto de integración de los años setenta, destinado a superar la profunda crisis que originó el choque del petróleo del 1973, tuvo la solución en dos personalidades muy opuestas en lo personal pero complementarias en lo político.

Giscard d'Estaing y Helmut Schmidt, presidente francés y canciller alemán de la época, respectivamente, resolvieron muchas cuestiones institucionales que recrearon una nueva confianza entre ambos países. Entre ellas, la institucionalización de las Cumbres de Jefes de Estado y de Gobierno que pasarían a ser lo que hoy se conoce como Consejo Europeo.

Sin embargo, ha sido en época más reciente cuando el eje franco-alemán supuso el problema y la solución al mismo tiempo del futuro del proyecto europeo y como suele ocurrir en la historia, una vez más, las relaciones personales, esta vez, entre François Mitterrand y Helmut Kohl terminaron por producir un conjunto de acuerdos que permitieron, entre otros logros, la realización del Mercado æscaron;nico y la Unión Económica y Monetaria y una pacífica y consentida unificación de las dos Alemanias.

La duda sobre la supervivencia del eje franco-alemán se produce con la llegada al poder de la alianza rojiverde de Schröder y Joshka Fischer.

Esta nueva generación de políticos alemanes ve en el necesario consenso con París una herencia del pasado y un corsé propio de la guerra fría y de la división alemana. Una Alemania unificada no puede verse constreñida por una obligación de consulta permanente con París y, por otro lado, la importancia de la economía alemana les da derecho a revisar su estatus político y diplomático en la arena internacional. El peso económico de Alemania debe compadecerse con un mayor peso político e institucional dentro y fuera de la Unión Europea. Alemania, nos contaban estos nuevos dirigentes, ya ha pagado suficientemente sus errores históricos y debe actuar en el futuro sin ningún complejo.

La expresión de este nuevo talante produjo tal desencuentro entre París y Berlín, que llegó a darse por liquidado el eje franco-alemán y se entró en una fase donde la desconfianza y los reproches mutuos alcanzaron su punto culminante en las discusiones previas a la Cumbre de Niza, precisamente bajo presidencia francesa.

El nuevo tratado sobre la reforma institucional debía sepultar, según Berlín, el acuerdo entre Schuman y Adenauer sobre la igualdad institucional de Francia y Alemania. Así pasó, y para Francia supuso la confirmación de que los alemanes querían enterrar definitivamente esta relación privilegiada.

Pero, en los últimos tiempos se ha comprendido en Berlín que existen otros aspectos en las relaciones con París que son complementarios con sus nuevos intereses. Así, el rechazo a la participación alemana en una eventual guerra contra Irak por parte de EE UU ha sido vista con un enorme agrado en el Quai d'Orsay. Es, en cierta manera, una ruptura con el habitual papel de Alemania en la estrategia internacional de EE UU.

Para Berlín, Washington ya no es el amigo americano al que hay que hacer siempre caso porque es esencial para la seguridad alemana. Esto es una doctrina del pasado. Para Berlín, que no es miembro del Consejo de Seguridad, la posición francesa en Naciones Unidas es un baluarte frente a la irritada reacción de la Administración Bush contra la posición alemana.

París y Berlín descubren con el episodio iraquí que se necesitan si quieren sobrevivir al envite de la excitada hegemonía norteamericana.

La ampliación les ha hecho ver, finalmente, que uno con su agricultura y otro con su presupuesto necesitan encontrar un acuerdo si no quieren paralizar la adhesión de los países candidatos. El acuerdo se ha producido después de dos reuniones entre Schröder y Chirac. Es una buena noticia que París y Berlín se comprometan con el futuro de la ampliación. Mejor así.

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