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Columna
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Rebaja fiscal electoral II

Es fácil caer en la tentación de repetir una obra exitosa o que, al menos, así lo parece. Pero no hay nada más cierto que ese proverbio que dice que nunca segundas partes fueron buenas. Y todo hace pensar que ese va a ser el destino que le aguarda a la dádiva fiscal que concederá el año próximo el partido político en el poder para granjearse el favor del electorado en los comicios generales que tendrán lugar (poco después) en el 2004.

Se repite así la rebaja fiscal de 1999, creyendo, sin duda, que aplicando los mismos medios se conseguirán idénticos resultados. Es comprensible que se quiera repetir la misma jugada que hace tres años, ya que los logros de entonces (mayoría absoluta) fueron excelentes. Pero si se tienen en cuenta las circunstancias en que se llevó a cabo y la evolución de la economía en los años siguientes, se deduce que al aplicar la rebaja fiscal entonces se cometió un error táctico cuyas consecuencias pueden anular lo que ahora se intenta conseguir con esta segunda parte.

Para empezar es muy probable que el objetivo electoral perseguido se hubiese conseguido simplemente sin el recurso al recorte de impuestos. La economía pasaba por unos momentos sumamente favorables, como no se conocían desde hacía mucho tiempo. Llevaba varios años manteniendo un ritmo de avance netamente mayor que su potencial, lo que se reflejaba en un fuerte aumento del empleo y una caída aún mayor del paro. Y este cuadro tan propicio se cerraba con un aumento de precios relativamente bajo, todo lo cual debía predisponer al electorado a favor del partido político en el poder justamente cuando el principal partido de la oposición no pasaba por un buen momento.

Además de lo superfluo de aquella medida, no se podía hacer cosa peor a una economía que se encontraba a punto de chocar con su potencial que proporcionarle un estímulo equivalente al 1,5% del PIB. Pero en el pecado ha llevado su penitencia, pues como era lógico en esas circunstancias ese acicate marcó el fin del crecimiento en la estabilidad y se tradujo en una aceleración de la tasa de inflación que todavía perdura y en una inversión de la tendencia del paro que pasó de caer un 15% anual entonces a subir casi un 7% en estos momentos (véase gráfico).

La mejora de la renta disponible debida a la rebaja del IRPF en 1999 fue, pues, contrarrestada sobrada y conscientemente más tarde con la mayor carga fiscal asociada a un aumento de precios del 11% en los tres años siguientes. En parte gracias al viejo truco de no deflactar los tipos de ese impuesto, pero también con unos mayores ingresos por IVA. No es probable que esta rebaja fiscal II vaya a ganar el favor de los electores hacia el partido político que la aplica en la misma medida que la primera, pues aquéllos recordarán cómo la mejora de rentas de entonces se fue esfumando con el paso del tiempo.

Además, a la mayoría de la gente le trae sin cuidado que se alcance o no el famoso déficit público cero. (Y, dicho sea de paso, tampoco le preocupa demasiado a nuestros mayores socios comunitarios ni, digan lo que digan, a los responsables políticos de este país que con sus rebajas fiscales tienen otras prioridades). Lo que realmente preocupa al común de los mortales es conservar su puesto de trabajo o conseguir uno si se está desempleado, manteniendo al mismo tiempo el poder adquisitivo de sus ingresos.

Pero lo que percibe en la evolución de las variables de la economía que más le interesan podría acrecentar la preocupación por su situación en los meses que vienen. Se está dando en efecto en lo que va de año un aumento importante del paro registrado y simultáneamente una aceleración significativa de la inflación subyacente, similar a la que registra el deflactor del PIB. Al ser su ritmo de aumento mayor que el del coste laboral unitario para el conjunto de la economía, se deduce que no son los salarios los responsable de estas mayores tensiones inflacionistas.

Lo atípico de esta situación es una prueba más (por si hacía falta) de la persistencia de las rigideces de la economía y no es de buen augurio para sus perspectivas a corto plazo.

El gesto político que supone esta nueva rebaja del IRPF es similar en sus fines electorales a la de hace tres años, pero ahora se presenta como una medida de política económica dirigida a reactivar la economía para alcanzar un crecimiento del 3% en 2003 y mantener así las cuentas públicas en equilibrio. De hecho, este déficit cero viene a ser el deus ex máchina que promueve la estabilidad en la economía y propicia su crecimiento.

Pero un mínimo análisis de la relación entre medidas y objetivos deja ver que la causalidad es la inversa. El crecimiento del 3% es una condición indispensable para poder reducir de forma importante los pagos de las familias por IRPF y mantener el déficit público cero, lo que explica la resistencia numantina a rebajar la previsión oficial para 2003 cuando todos los demás países del entorno están revisando las suyas en cuantías significativas.

Esperar, como se hace en la previsión oficial, que el recorte de impuestos vaya a aportar un 0,5% del PIB a la expansión de la economía es creer, como diría el ilustre manchego, en lo excusado. El resultado negativo sobre las cuentas públicas va a ser inmediato, pero, contra-riamente y como es sabido, sólo tras un desfase temporal importante ese estímulo fiscal se dejaría sentir.

Además, este efecto podría ser mínimo en las actuales circunstancias de baja tasa de ahorro de las familias, pérdida importante de su riqueza financiera y elevado endeudamiento.

Si el consumo privado no va a estar boyante y tampoco nuestras ventas al exterior, no se comprende cuál puede ser la necesidad de las empresas para hacer de la inversión en equipo el principal motor de la recuperación económica el año próximo.

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