El mundo está loco, loco, loco
Fernando Fernández de Trocóniz analiza los efectos de la inestabilidad internacional sobre la economía, especialmente en relación con el ahorro. El autor subraya el fracaso de las políticas para frenar el precio del suelo
Tocan tiempos de desasosiego. Echando la vista atrás un año, parecía que la guerra contra el terrorismo tendría un hito fundamental con la invasión de Afganistán, y sería rápida y eficaz. Sin embargo, no ha sido así. Han aparecido fantasmas recurrentes que no parecen tener fin. Los focos de instabilidad tradicionales persisten y persistirán hasta tanto no se solucionen definitivamente y no de forma larvaria. Palestina e Irak son dos conflictos de muy complejo arreglo. Irak, por la necesidad de su dictador de mantener focos de instabilidad internacional para sostenerse interiormente. Y eso no se arregla con una guerra para deponerle.
En Palestina sólo podrán atisbarse arreglos con la creación del Estado palestino en principio, así como con la desaparición de la irracionalidad expansionista de Israel. Pero, no nos engañemos, estamos en una lejanía absoluta de una pax romana. La inestabilidad política repercute de forma directa en la economía y de lo que debe tratarse es de establecer la manera en que la instabilidad exterior repercuta de la menor forma posible en las economías internas. Ciertamente, no puede crearse un fanal impermeable a todo lo que pase fuera. De lo que se trata es que la repercusión de lo que pase fuera no contagie a la totalidad de la economía, sino sólo a los sectores involucrados y a los precios en su cabal realidad. Una de las formas de contagio generalizado viene constituida por la determinación del índice de precios y su repercusión en las cláusulas de indexación de las rentas. Si sube el IPC como consecuencia de un incremento en el precio del petróleo no se puede concebir la pretensión de querer tener la misma capacidad adquisitiva para las rentas que cuando tales precios eran inferiores, sin embargo así sucede.
De aquí que un incremento en el precio del crudo carece de repercusión interna al subir paralelamente la capacidad adquisitiva del consumidor, con lo que la demanda permanece la misma.
En este caso, a la postre resulta que el precio carece de importancia, jugando la demanda a través de las necesidades de consumo, inviernos fríos o calurosos, miedo, nuevos desarrollos, innovaciones tecnológicas.
La incertidumbre juega además de manera contundente con el ahorro, no en cuanto a su generación, sino en cuanto a su materialización. La internacionalización de la economía provoca que se confundan en la misma gran empresa situaciones estables en el mercado interiores con situaciones inestables provenientes de mercados exteriores. Resulta absurdo comprobar cómo el pequeño ahorrador se ve descorazonado ante los altibajos de los mercados secundarios que le inducen, y con razón, a pensar que la Bolsa es un casino. Es ridículo que el valor de los títulos no se determine por el dividendo y el tipo de interés, en tiempos de tipos estables y de dividendos garantizables en muchas compañías. ¿Por qué no separar las actividades de las sociedades en función del territorio en que operan? ¿Por qué no garantizar estatutariamente el dividendo, incluso con fondos de garantía de precio y liquidez? Y yendo a las otras inversiones del ahorro, básicamente los inmuebles, nos topamos con el fracaso absoluto de todas las políticas ensayadas no ya para disminuir sino, tan sólo, para frenar el precio del suelo. Mientras no se ataque de raíz el problema persistirá. La atribución del derecho edificatorio al propietario del suelo en virtud de una raya pintada en un plano se ha revelado como ineficaz al no actuar el mercado por no tener tal propietario ni una mina ni una fábrica de suelo, con lo que el bien a comerciar es siempre escaso para el dueño, aunque en el conjunto sea abundantísimo.
Así el ensayo habido de quitar la raya en el plano para hacer edificable un terreno haciendo construible todo el suelo se traduce en la enorme dificultad, por no decir imposibilidad, práctica y técnica de llevarlo a cabo, además de no ampliarse la oferta respecto a quienes tienen que operar en el mercado como vendedores por lo ya dicho. Ya que mientras exista una diferencia tan abismal entre el precio del suelo rústico y del urbano, el precio viejo urbano contamina a las nuevas entradas.
Una solución afortunada es atribuir la edificabilidad al dominio público y actuar en régimen de concesión administrativa a perpetuidad, como ocurre ahora y ha ocurrido siempre en el régimen de la minería, en que el valor del minero no incrementa el valor del suelo rústico a efectos expropiatorios. No creo que las cosas cambien, pero nuestra sociedad requiere la introducción de elementos de seguridad económica, que necesitan racionalidad además de libertad.