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La opinión del experto
Tribuna
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Con 35 horas no crece el empleo

Antonio Cancelo, contrario a la jornada de 35 horas semanales, explica por qué en Francia su implantación no ha provocado un aumento de puestos de trabajo como se hizo creer

El debate sobre la implantación de la jornada de 35 horas semanales en Francia sirvió para que se intensificara la reflexión en España, dando lugar a la celebración de multitud de jornadas, congresos, seminarios, etc., en los que se pusieron de manifiesto discrepancias notorias entre los participantes, divididos entre posiciones favorables y contrarias.

Durante un tiempo, la reducción de la jornada de trabajo constituyó uno de los objetivos prioritarios de los sindicatos y no hubo convenio de sector o de empresa en el que no se propugnara, planteándose en muchos casos como cuestión irrenunciable.

Participé activamente en no pocos de los actos en los que se debatieron estos asuntos. Favorable a la teoría, siempre he trabajado por mejorar las condiciones de trabajo, pero contrario a su puesta en práctica, me granjeó algunas incomodidades y hasta ciertas contestaciones desabridas.

Cuando finalmente se aprobó la ley en Francia, tengo que reconocer que a pesar de la racionalidad que consideraba tenían mis argumentos, volví a cuestionar la validez de mis posiciones, temeroso de haber pasado por alto algunos elementos cuya carencia hubiera influido de modo determinante el resultado final de mi tesis.

Parecía imposible estar acertado si todo un país tan importante como Francia decidía actuar en dirección contraria, cuando lógicamente debían contar, además de con argumentos políticos, con valoraciones de intelectuales e informes de miles de páginas elaborados por prestigiosos economistas surgidos tanto de sus renombradas universidades como de escuelas de negocios.

Las dudas me hicieron volver a reflexionar sobre el argumento central que utilizaban para justificar la reducción de la jornada laboral a 35 horas semanales, que no era sino el del reparto del trabajo, puesto que a falta de la capacidad necesaria para incrementar el stock de trabajo, éste debería ser distribuido, lo que daría lugar a la creación de nuevos empleos.

El contenido de este enfoque fue fiel e inteligentemente recogido en el eslogan con el que se popularizó el debate en España, 'trabajar menos para trabajar más'. Difícil estar en desacuerdo con un enunciado tan sugestivo, que además apela a la generosidad; trabaja unas horas menos y así conseguirás que otros empleados encuentren ocupación.

A tan bello eslogan sólo debería habérsele exigido un pequeño plus adicional: que fuera cierto. Pues bien, en Francia lo creyeron y cuando apenas se ha superado lo que podría estimarse primera etapa en su aplicación, ya que en modo alguno puede considerarse ya universalizada, se inicia un proceso de corrección porque, dicen políticos y especialistas, no se ha conseguido el objetivo deseado de creación de nuevos puestos de trabajo.

Aunque no me alegre por el fracaso francés, sí me alegra que se reconsideren postulados que desde el principio parecían falsos. No se podría crear empleo, nunca se podrá, porque se desconocieron algunas cuestiones elementales del comportamiento empresarial, como, por poner un ejemplo, que vivimos en una economía abierta en la que los bienes y servicios producidos hay que situarlos en los mercados en confrontación abierta con empresas de todas las procedencias.

Al no estar aislados, cualquier factor de coste debe compararse con el resto del mundo, lo que, dicho de otra manera, significa que nadie es absolutamente autónomo en la toma de decisiones, salvo que actúe con negligencia y no le importe poner en riesgo el bienestar alcanzado.

Son muchos los países que trabajan jornadas superiores a las 40 horas semanales y que además poseen tecnologías avanzadas, e incluso punteras, como es el caso de Estados Unidos y Japón, y competir con ellos con inferiores tiempos de trabajo sólo puede defenderse desde la presunción de una superioridad intelectual y organizativa de las que, al menos hasta ahora, se han dado pocas muestras.

La disminución constante del tiempo de trabajo a lo largo de los años fue incapaz de detener el fuerte crecimiento del desempleo, demostrando que no son variables dependientes. Países con horarios más extensos se comportaron mejor durante la crisis, manteniendo índices de desempleo más bajos, a pesar de contar con tasas más altas de actividad que otros que tienen jornadas más reducidas.

En mi propia experiencia profesional, supongo que corroborada por otros directivos, las series históricas internas dentro de los grupos que he dirigido muestran cómo reducciones del tiempo de trabajo van acompañadas, si no se hacen otras cosas, de disminuciones en el número de empleos, fruto del necesario incremento de la productividad.

Si el aserto 'menor tiempo de trabajo más empleo' fuera cierto, es poco comprensible conformarse con 35 horas a la semana, puesto que una reducción a 20, por ejemplo, tendría un efecto más beneficioso.

El fracaso de Francia pone claramente de manifiesto que el debate centrado en el reparto del trabajo como incentivador de la creación de empleo resulta falso, y, por lo tanto, peligroso.

Felicitémonos en esta ocasión por haber podido experimentar en cabeza ajena, déjese que el tiempo de trabajo siga su propio ritmo, continuará evolucionando a la baja, y favorézcase la iniciativa empresarial, que, ésta sí, es el instrumento básico para la creación de puestos de trabajo.

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