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Columna
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¿Catastrofismo excesivo?

El pesimismo está muy generalizado. Carlos Sebastián analiza los datos que sostienen el pronóstico pesimista y concluye que no reflejan recesión, aunque tal posibilidad sigue existiendo

Carlos Sebastián

Se oyen voces que auguran un futuro negro para la economía mundial. Algunas lo hacen desde un récord de solvencia. Pero preocupa casi más que se hayan sumado a ese coro voces que suelen apuntarse a lo que diga la mayoría más ruidosa (crecimiento sostenido y fin de los ciclos hace dos años y catástrofe global ahora), pues quiere decir que el pesimismo está muy generalizado.

El pronóstico pesimista apunta a que podemos estar a las puertas de una deflación. Tanto la historia como la teoría dicen que de una deflación se sale más difícilmente que de una simple recesión. La caída de los precios, por un lado, empeora notablemente la solvencia de los deudores y, por otro lado, agrava la situación de las empresas que, al no poder reducir los salarios tras la caída de los precios, recortan sus plantillas. La combinación de perdida de solvencia de los deudores y menor actividad intensifica la recesión y puede acabar por crear serios problemas al sector bancario, con lo que la crisis se agranda.

La posibilidad de este escenario, se dice, está basada en los siguientes hechos: hay exceso de capacidad, los precios de producción están cayendo ligeramente, el nivel de endeudamiento de los agentes es muy alto y al fin de la burbuja especulativa del mercado de valores se le puede unir la explosión de la burbuja en el mercado inmobiliario. Estos datos son ciertos, excepto el último. Al menos en Estados Unidos no se observa que se haya producido tal burbuja. Según el US Census Bureau, los precios de casas vendidas han crecido de forma sostenida en los últimos cuatro años, pero a una tasa del 4% anual.

También nos dicen esos datos que durante la recesión de 1990-1991 esos precios dejaron de crecer, pero no disminuyeron. Y la posibilidad del fin de una supuesta burbuja en el mercado inmobiliario es importante en el escenario catastrofista, pues si se produjera (como ocurrió en Japón en 1992), la solvencia de familias y bancos sufriría un duro golpe.

Respecto a los otros datos. Es verdad que hay exceso de capacidad, como la hay siempre que la economía se desacelera. Pero en este caso, la mayor inversión durante el anterior auge fue en equipos con una vida útil relativamente baja. Es verdad que los precios de producción han estado cayendo. Pero más cayeron en 1998, lo que llevó a algunos a predecir una inminente deflación (!), y lo hicieron aún más entre 1980 y 1982 y entre 1988 y 1991. Y todos fueron episodios transitorios (algunos, como el de 1998, muy positivos).

Por otra parte, parece que la actual caída de precios está terminando. Es verdad también que el nivel de endeudamiento de los agentes es alto y que esto está frenando la recuperación y que puede, incluso, contribuir a que la economía mundial vuelva a sufrir una recesión. Pero el sistema bancario parece mucho más sólido de lo que fue en las experiencias de deflación. Y esto es fundamental.

Esta reflexión y el hecho de que los datos, aunque peores que hace unos meses, no reflejan recesión nos llevan a no compartir el extremo pesimismo de algunos. Bien es verdad, sin embargo, que la posibilidad de recesión sigue existiendo. Más si el presidente George Bush sigue adelante con sus planes bélicos.

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