Las incertidumbres siguen ahí
Como se pone claramente de manifiesto cada día que pasa con el comportamiento ciclotímico a la baja de los mercados de valores en ambos lados del Atlántico, las incertidumbres siguen ahí.
El acceso de debilidad económica generalizada que ahora se vive recuerda el de otros tiempos, pues tiene lugar en un marco de política económica expansiva en el otro lado del Atlántico y que no se puede calificar de restrictiva en éste. El cambio de ciclo lo inicia tanto allí como aquí la inversión en equipo, cuando tras su prolongada euforia expansiva aparecen importantes y crecientes márgenes ociosos de capacidad productiva. La fuerte caída de régimen en el avance de la economía española tuvo curiosamente el mismo origen y también recibió la ayuda de los mismos componentes de la demanda interna: la construcción y el consumo.
Pero eso fue sólo al principio. Hoy está quedando sola la construcción al frente de la expansión. Los últimos datos de la Contabilidad Nacional trimestral muestran que el ánimo de los consumidores está decayendo. El baluarte que frente a la recesión formaban estos héroes silenciosos que eran los consumidores parece estar cediendo frente al embate de la inflación rampante y, como consecuencia, las fuerzas del estancamiento amenazan ya con superar las de la expansión. De momento, la economía crecía en el segundo trimestre al 1,8% en tasa anual, lo que va a hacer muy difícil que, como decíamos hace un año en estas columnas, se cumpla ya no el objetivo de crecimiento del 2,2% este año sino ni siquiera el 2%.
Ese 2% de crecimiento en España, que estará lejos de ser alcanzado este año, bien podría ser un objetivo razonable para el ejercicio que viene
Decir esto a estas alturas del año deja de ser un vaticinio para convertirse en una obviedad que hasta las autoridades económicas reconocen. Pues no de otra forma se pueden interpretar las declaraciones del secretario de Estado de Economía a este diario hace unas semanas cuando, traicionado sin duda por el subconsciente, afirmó que 'estaremos muy próximos al 2,2% para el conjunto del año'. Otra forma de decir el 2% (de lo que posteriormente se retractó), pero pensando probablemente en una cifra inferior si ésta se deflacta debidamente del sesgo alcista que como es sabido conllevan este tipo de declaraciones.
En todo caso, la economía no va a iniciar el año próximo con la fuerza necesaria para alcanzar un crecimiento del 3%. Además, el horizonte se oscurece por la presencia de la mayor anomalía de la economía española: una continuada y significativa aceleración del deflactor de precios del PIB -que es el agregado que mide realmente la 'inflación hecha en casa'- contrariamente a lo que cabría esperar de la importante caída del ritmo de avance de la economía (véase gráfico) que se sitúa ya por debajo de su potencial.
Parece, pues, que se vuelve a los viejos tiempos en que el aumento de los precios era sensiblemente mayor que el crecimiento de la economía y superaba también ampliamente el de nuestros competidores. Esto se venía achacando a un ritmo de crecimiento superior al de los socios comunitarios, lo que era cierto en efecto, pero ya no lo es: el crecimiento de la UE era en el segundo trimestre del 0,4%, igual que en la economía española.
Pueden ser varias las fuentes de las tensiones inflacionistas, desde los costes salariales a la fiscalidad pasando por los beneficios empresariales, pero el bajo ritmo de crecimiento apunta a las rigideces de la economía como causa principal de la tendencia alcista de los precios.
Son tantos y tan importantes los riesgos e incógnitas que envuelven en una espesa niebla el escenario económico internacional que puede ser imprudente aventurarse en hacer una previsión sobre su evolución futura próxima. Basta ver el ballet frenético de revisiones a la baja a que se han visto obligados los previsionistas en general, aunque esto no ha hecho mella todavía en la previsión oficial española para el próximo año.
En todo caso, si la tan esperada recuperación económica global acaba llegando sería, una vez más, gracias a los consumidores norteamericanos, lo que inicialmente sólo podría generar un modesto avance en la demanda exterior. Esa situación daría lugar a una mayor competencia por una parte del mercado así creado, contienda en la que, a juzgar por sus tendencias más recientes, nuestro sector exterior podría salir mal parado. En efecto, el motor exterior que siempre ha sido el impulsor de la recuperación ha empezado a fallar, tanto por el lado de los bienes como, y es lo preocupante, por el lado de los servicios turísticos. Y la forma en que lo está haciendo hace pensar en el riesgo de que ese motor se cale.
Un factor importante, que se puede subsanar, es la atonía del mercado exterior, pero hay otros dos más difíciles de remediar. La pérdida de competitividad que se está reflejando en una caída de las exportaciones hasta junio (3,1% anual en volumen) mayores que la de las importaciones (1.7%) y el agotamiento al que parece estar llegando inexorablemente la expansión del turismo de masas. En resumen, que ese 2% de crecimiento que estará lejos de ser alcanzado este año bien podría ser un objetivo razonable para el que viene.
Las rigideces de la economía, ese talón de Aquiles que tanto la ha frenado y continúa haciéndolo, sigue, como es evidente, presente. Pero en el incierto mundo que se abre después del 11 de septiembre sus efectos podrían ser aun más perniciosos, por lo que mayor debería ser la urgencia y la determinación de los poderes públicos para su erradicación.