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Columna
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Un año después

Al analizar las consecuencias económicas de los atentados terroristas del 11-S, cabe distinguir entre los posibles efectos inmediatos y los efectos más duraderos, así como entre el impacto sobre sectores específicos y el impacto macroeconómico; por último, entre efectos cuantificables y efectos menos tangibles, pero de importante significación económica.

Además de la inmensa tragedia humana, el efecto económico inmediato más significativo fue sembrar el caos en los mercados financieros internacionales. Tras el cierre forzoso de la Bolsa de Nueva York, el pánico entre consumidores e inversores pudo haber precipitado una huida de los mercados financieros suficiente para generar el hundimiento total de los mismos. Afortunadamente no fue así, y la robustez del sistema financiero para resistir la situación de práctico colapso que se vivió en las primeras horas tras los atentados fue uno de los pocos hechos positivos tras el 11-S.

Dos elementos truncaron la posible crisis financiera: los mecanismos que tras crisis relativamente recientes (México, Rusia, sureste asiático) se pusieron en funcionamiento, y la decidida actuación de las autoridades monetarias, siguiendo una política firme y sostenida de relajación monetaria, que continuaba la ya iniciada en los primeros días del año. La reducción de los tipos de interés a niveles no conocidos en los últimos 40 años permitió que la demanda en algunos sectores de bienes duraderos, así como en el sector de la vivienda, mantuviera un tono aceptable a la vez que, restableciendo parcialmente la confianza de los inversores, impidió que las consecuencias económicas fuesen mucho mayores.

Otros efectos directos de los atentados, de carácter más duradero, han sido:

La paralización de la actividad económica en el área inmediata a los atentados.

Una reducción muy significativa del transporte aéreo, que ha puesto en serias dificultades a algunas de las principales compañías mundiales.

Una fuerte caída en la demanda turística, de servicios de hostelería, alquiler de coches, etcétera.

Inmensas pérdidas en alguna de las mayores empresas aseguradoras mundiales.

Una profundización en el deterioro de las expectativas de consumidores y empresarios, que ya venían descendiendo desde unos meses antes.

Estos efectos sectoriales no se han agotado, y sectores tan importantes como el asegurador, el turístico y la aeronavegación continúan atravesando serias dificultades que van a alterar permanentemente su aspecto, debido a los procesos de quiebra y consolidación de algunas de sus principales empresas, precisamente las más afectadas.

En el terreno macroeconómico, los efectos no han sido independientes de los que acabamos de describir, pero, a nivel agregado, el impacto macroeconómico del 11-S, que fue inicialmente significativo, fue más transitorio. Al menos ésta es una de las interpretaciones que admite el hecho de que los índices de confianza de consumidores y empresarios, así como las cotizaciones bursátiles, experimentasen una clara recuperación a finales del año pasado.

La incidencia inicial de los atentados fue importante debido a que las principales economías se hallaban ya inmersas en una situación recesiva, como hemos descubierto con la reciente revisión de la contabilidad nacional estadounidense. Por tanto, la recesión en EE UU no fue provocada por el 11-S, si bien al ocurrir en un contexto recesivo, su impacto macroeconómico fue más negativo del que habría tenido en un entorno más favorable. Tampoco la actual acentuación de la debilidad, con los mercados de valores y los principales índices de confianza retomando clara tendencia negativa, está producida por el 11-S.

La mayor debilidad económica de los últimos meses surge del deterioro de expectativas generado por el afloramiento de las irregulares prácticas contables en algunas de las principales empresas estadounidenses, a la vez que entraban en quiebra algunas de las que habían liderado la revolución tecnológica, y del sostenido tono de conflicto cuasibélico que se mantiene desde el Gobierno de aquel país y que en los últimos días está conduciendo a un muy significativo repunte en el precio del petróleo. Indudablemente, éste no es el tipo de noticias que favorece la necesaria recuperación económica.

Que los atentados terroristas tuvieran implicaciones macroeconómicas menos negativas de lo que pudo temerse en un principio se debe a la ya referida actuación de las autoridades monetarias. Abaratando el coste del crédito y asegurando la liquidez del sistema financiero, un sector tan significativo como la construcción ha podido mantener un tono positivo en la mayoría de las economías desarrolladas, en claro contraste con la crisis industrial y de algunos sectores de servicios, a la vez que la demanda de consumo de bienes duraderos ha mantenido una relativa fortaleza en un entorno económico muy deteriorado.

Un efecto macroeconómico indirecto, pero no despreciable, es el regreso en EE UU a una política presupuestaria deficitaria, como consecuencia del importante incremento del gasto público para financiar costes de reconstrucción, el incremento en seguridad en áreas públicas y las campañas bélicas contra el terrorismo.

Así, tras unos años de consolidación presupuestaria, en los que se discutía acerca del modo más eficiente de utilizar el superávit presupuestario, a la vez que se amortizaba la deuda a 30 años, la principal economía mundial vuelve a incrementar su endeudamiento. Esto significa para los próximos años, mayores tipos de interés asociados a la mayor necesidad de financiación y, en la medida en que se produce un desplazamiento de gastos productivos a gastos menos productivos, menor crecimiento.

Los trágicos sucesos del 11-S tuvieron un impacto permanente muy negativo sobre las principales compañías de los sectores más afectados, pero un impacto macroeconómico transitorio, que quizá podemos dar por agotado.

Que este efecto no haya sido mayor, a pesar de ocurrir en un contexto económico recesivo, se debe a una actuación bastante correcta de las autoridades monetarias, y a la solidez del sistema financiero internacional. La actual crisis económica no fue provocada por el 11-S, si bien, al profundizar en el deterioro de las expectativas de consumidores y empresarios, los atentados terroristas retrasaron la posible salida de la crisis.

Actualmente, el riesgo estriba en que nuevos atentados terroristas o una escalada de conflictos bélicos antiterroristas aumenten la percepción general de incertidumbre, acentúen la pérdida de confianza de consumidores y empresarios, y eleven el precio del crudo, generando tensiones inflacionistas. Ello alargaría, y posiblemente agravaría, la actual crisis económica.

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