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Columna
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EE UU y Europa, un año después del 11-S

José Borrell Fontelles afirma que la impotencia y las limitaciones de la Unión Europea en las causas internacionales aumentarán con la ampliación si los países miembros no avanzan en la integración política

Josep Borrell

Los representantes socialistas de todos los países en la Convención para el futuro de Europa nos reunimos en Birmingham hace pocos días para intentar fijar posiciones comunes sobre temas como el gobierno económico y la política exterior y de seguridad de la Unión ampliada.

El debate se produce en el primer aniversario del 11 de septiembre y en plena divergencia de posiciones entre la UE y EE UU sobre un ataque preventivo contra Irak. Esta circunstancia ilustra claramente las dificultades, grandes hoy y mucho mayores mañana, para fijar por unanimidad la posición de la UE en política exterior. Y también las reticencias para aceptar la regla de la mayoría calificada en un tema tan sensible para las distintas identidades nacionales.

Con el actual sistema, cuando las divergencias son grandes el acuerdo sólo puede consistir en el mínimo común denominador de las distintas posiciones. En el caso de Irak la posición europea es el rechazo a una actuación militar estadounidense sin una nueva resolución de las Naciones Unidas. æpermil;sta es la posición que mantiene también una parte de la Administración americana, encabezada por su secretario de Estado. Es, por tanto, lo mínimo que puede exigir Europa, más allá de las diferentes sensibilidades de Chirac, Schröder, Blair y Aznar.

Las dificultades de la UE para fijar por unanimidad sus posiciones en política exterior son grandes hoy, y serán mucho mayores mañana

Las posiciones de unos y otros reflejan el debate, que sigue abierto, sobre la naturaleza del terrorismo que se manifestó dramáticamente hace un año. ¿Se trata de un terrorismo proteiforme, globalizado e irracional, islámico hoy pero de otra naturaleza mañana, que quiere destruir el mundo occidental y trata de dotarse de armas de destrucción masiva para servir a sus designios apocalípticos? ¿O es la respuesta del fundamentalismo islámico a la política americana en Palestina e Irak?

La política seguida por la Administración Bush a lo largo de este año se ha basado en la primera de estas hipótesis. Ello le ha permitido plantear el conflicto en términos de un enfrentamiento entre la democracia contra las fuerzas del mal y actuar como si se pudiera combatir el terrorismo sin tener en cuenta sus causas.

Pero, con razón o sin ella, la opinión pública europea parece convencida de la relación entre el terrorismo de Al Qaeda y los dos grandes conflictos, Palestina e Irak, que enfrentan a EE UU y el mundo islámico. Y eso es lo que explica, entre otras razones, su reticencia a apoyar la guerra preventiva contra Irak que la Administración Bush lleva tiempo pregonando para evitar la amenaza de armas de destrucción masiva.

Aunque los terroristas no las utilizaron el 11 de septiembre, visualizaron dramáticamente la dimensión de ese riesgo. El impacto simbólico y emocional que se produjo llevó al Gobierno de EE UU a hacer de la guerra al terrorismo el criterio básico de su política exterior.

En realidad, esa guerra contra el terrorismo se ha concretado en una única operación militar: la campaña de Afganistán para sustituir el régimen talibán, contra el que nada estaba previsto hacer la víspera del 11 de septiembre, por otro no susceptible de dar apoyo al terrorismo. Desde este punto de vista la operación ha sido un éxito, pero el término guerra sería una metáfora si no se planteara ahora la guerra preventiva contra Irak, uno de los países componentes del eje del mal.

La justificación de esta guerra preventiva sería evitar que el terrorismo internacional pudiese dotarse de armas de destrucción masiva en los países más hostiles a EE UU que las tienen, o pueden tenerlas, como el Pentágono parece convencido. Pero con eso no se hace sino racionalizar en términos de legítima defensa una actitud hostil definida ya antes del 11 de septiembre. Bush hijo nunca ocultó su deseo de acabar la tarea dejada a medias por Bush padre hace 11 años. Y la definición de eje del mal incluye a los Estados que la Administración Clinton ya consideraba capaces de acciones incontroladas contra la seguridad de EE UU que justificaban el escudo protector de la guerra de las galaxias.

La actitud europea se basa en considerar exageradas las amenazas, demasiado peligrosas las medidas propuestas para combatirlas y muy incierta la capacidad estadounidense de hacer frente al escenario político creado por el derrocamiento militar de Sadam Husein.

El problema de la UE, totalmente superada militarmente por EE UU, es que sus divergencias internas le impiden pensar los problemas del mundo en términos de una estrategia global a través de la cual influir en su aliado americano. Así se ve limitada a participar simbólicamente en las causas que le parecen aceptables y a mantenerse al margen cuando no es así. La alternativa es avanzar en su integración política. Si no es así la ampliación no hará sino aumentar su impotencia.

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