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Columna
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La vuelta a la contabilidad

Cuando estas líneas vean la luz es probable que muchos de los que se han podido abandonar, unos días, al relajo que produce la distancia de asuntos y jefes estén cayendo en la cuenta que los sosiegos están a punto de esfumarse. Y que esos lujos del futuro, que son el tiempo, el espacio y la tranquilidad, pronto serán sustituidos por las prisas, los atascos y el correr todo el día, angustiados por alcanzar metas y cumplir cometidos que poco tienen que ver con la felicidad personal de cada cual. Que comprueban, cuando los colapsos urbanos dan pie para una fugaz reflexión, lo lejos que están las sociedades avanzadas de ser sociedades del ocio.

Por más avance tecnológico que se aplique a los más variados procesos productivos, ya que a lo que conducen tales avances es a que los ocupados soporten ritmos frenéticos para mantener la productividad. Y los que no lo están tampoco estén en disposición de confundir el paro con la ociosidad creativa.

Y es que en las prometidas sociedades de ocio se anunciaba que, a la par que se reduciría la actividad del homo faber, se podría acrecentar tanto la del sapiens como la del ludens. Pero como en las sociedades avanzadas ni los juegos son libres y ajenos a los negocios culturales, se desaconseja no pensar mucho en que, para gozar de la fiesta, hay que disfrutar de una autoestima y unas capacidades personales que permitan a cualquiera decidir cómo quiere divertirse.

Sin tener que someterse a estándares que convierten el viajar en hacer turismo y confunden el disfrute por asistir a un espectáculo con su retransmisión televisiva. O han propiciado que la pasión por el fútbol, y la lógica pugna por constituir equipos ganadores, quede resumida en echar cuentas para ver si, con la venta de camisetas y los derechos televisivos, se puede mantener una burbuja que se había inflado mucho más que algunas cotizaciones de las desdichadas puntocom.

Tales cálculos significan más, sin embargo, que lo que se ve superficialmente como las dudas sobre la viabilidad de un modelo deportivo fundado en la publicidad, el consumo de gadgets y la especulación de una tropa de intermediarios más peligrosos que los ahora denostados analistas bursátiles.

Pues con estas cuentas que ahora se echan también se ponen en entredicho muchas de las visiones de negocio que se empezaron a tejer con los hilos de las convergencias tecnológicas y audiovisuales que nacieron con las autopistas de la información. Así que, cuando en este periódico se recordaba lo que puede suponer el cine digital y se asimilaba su revolución a la que supuso el sonoro 15 lustros antes, es posible que haya pocos dispuestos a apostar sus finanzas en negocios de pago por visión. Y eso que no han pasado dos lustros desde que el fútbol fuese declarado de interés general, en medio de una controversia que empezó sobre codificadores universales y acabo dando papeles de protagonista a las operadoras en los conglomerados multimedia.

Hoy sería ocioso explayarse sobre las cuitas que han dado al traste con el imperio Kirch o sobre lo inevitable de la fusión de plataformas para que sus pérdidas no acaben haciendo más inviable el modelo de las TMT. Que ha resultado ruinoso sin que se sepa cómo se ha llegado a tal situación cuando las sociedades avanzadas son, sobre todo, sociedades del espectáculo. Dispuestas a hacer del homo ludens un homo telespectador, como se intuyese cuando los negocios televisivos no habían hecho más que empezar.

Lo único cierto es que de no replantearse el modelo, que tiene más trampas que lo del monopolio de los contenidos y sin entretenerse en dilucidar si los males televisivos vienen de la valoración de los derechos o si las penurias de los clubes se agudizarán si no cuentan con esos subsidios, la catástrofe llegará a las cuentas de más corporaciones que las que salen hoy en la foto.

Que llevadas por sus estrategias de diversificación creyeron ver en el audiovisual, las telecomunicaciones y los negocios del cable, un nuevo dorado que insuflase aires de rentabilidad a sus negocios de siempre.

De ahí que cuando, según Valdano, se ha acabado la fiesta en el deporte rey, puede que los más sensatos empiecen a maliciarse que lo que está a punto de empezar sea un drama mayor. Cuya provisión es posible que tenga que ser bastante más generosa que incluso la del UMTS.

Y es que en estas fechas, en las que se dejan atrás los días de vino y rosas y no queda más remedio que contabilizar los despilfarros, convendría saber si detrás de la tan traída sociedad audiovisual había algo más que los negocios de las retransmisiones del ocio de masas.

Para lo cual no va a quedar más remedio que volver a echar mano de la vieja contabilidad industrial. Sin que ello tenga que darle la razón de antemano al nuevo líder de General Electric. Que no ha dudado en afirmar que la nueva economía no existió nunca. Pero que ha hecho bajar la cotización de su admirada empresa a la mitad. Bienvenidos a ver, como cualquier particular a comienzos de septiembre, el mundo desde los números rojos. Eso sí, digitales.

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