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Tribuna
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Los errores ajenos al muestreo

En la ficha técnica del recientemente publicado Euskobarómetro de mayo de 2002 se dice, en relación con los errores muestrales, que como máximo pueden estar en torno al 2,82%, con un nivel de confianza del 95%, pero, por lo que se refiere a los errores ajenos al muestreo, se añade que 'las especiales dificultades del trabajo de campo, por el rechazo creciente a las entrevistas por un sector de ciudadanos, han podido producir, al menos, seis puntos a favor de las opciones de la mayoría gubernamental en el País Vasco'.

No es fácil encontrar en las publicaciones estadísticas referencias de este estilo a los errores extramuestrales que, en muchas ocasiones, como parece ocurrir en este caso, pueden tener mayor entidad que los debidos a la falta de representatividad de la muestra y, de esta forma, mantenemos una ficción en la que damos por verdaderos datos que, a todas luces, distan mucho de reflejar fielmente la realidad.

Algunas de las causas que pueden introducir sesgos importantes en los resultados de los estudios estadísticos son las dificultades de contactar y conseguir que colaboren todas las unidades seleccionadas en la muestra, las respuestas deliberadamente falsas a preguntas que, por desconfianza ante las garantías del secreto estadístico, se piensa que pueden tener repercusiones negativas, los disimulos de situaciones mal consideradas bajo un punto de vista social, el temor a manifestar opiniones que pueden implicar riesgos y otros factores, a veces impredecibles.

Dejando de lado actitudes un tanto cínicas de quienes, sabiendo la existencia de este tipo de inconvenientes, exigen a los datos estadísticos una precisión que rondaría el milagro, el problema que se plantea es poder evaluar en qué medida las estimaciones estadísticas pueden estar alejadas de la realidad por el efecto de factores como los señalados.

El contraste de datos procedentes de diversas fuentes puede dar algún indicio, como ocurre por ejemplo con un consumo y exportaciones de calzado que habitualmente superan con mucho una producción donde parece existir un grado importante de sumergimiento.

También el análisis de datos de una misma fuente suele aportar alguna luz, como sucedía en los censos anteriores al de 1981, en los que el número de hombres casados era siempre inferior al de mujeres, quienes, al parecer, tenían más inconveniente que los hombres en declarar situaciones de separación.

Pero siempre carecemos de un dato verdadero con el que contrastar nuestras estimaciones, incluido el caso de consultas electorales con garantías democráticas donde los votos depositados en las urnas, que en teoría son un testimonio incontrovertible, pueden sufrir algún tipo de perturbación, como el que ocurrió en las últimas elecciones presidenciales en EE UU con las papeletas de Florida, mal diseñadas y con perforaciones informáticas que indujeron a error.

No obstante, a pesar de este inconveniente, la comparación del voto declarado por los entrevistados con el voto efectivamente depositado en las urnas proporciona uno de los mejores escenarios para evaluar los sesgos de las estimaciones estadísticas, como se pone de relieve en la sobreestimación que suele darse en partidos radicales por el miedo de algunos entrevistados a confesar, ante un entrevistador desconocido, el partido por el que se ha votado.

La preocupación de los profesionales ante los errores ajenos al muestreo ha llevado a ingeniar sistemas que han sido probados con cierto éxito en estudios sobre cuestiones delicadas, como los denominados modelos de respuesta aleatorizada en los que, para conseguir la confianza del entrevistado, se contesta a la pregunta delicada o a otra irrelevante, ambas evidentemente con idénticas alternativas de respuesta, en función de un proceso aleatorizado que lleva asignado una probabilidad (por ejemplo, mediante el color de la bola que el entrevistado extrae confidencialmente de una urna).

Sin embargo, hay que reconocer que, cuando en una sociedad actúan factores como la insolidaridad, el recelo o el temor, no valen sofisticaciones como la señalada, de las que siempre cabrá sospechar que encierran algún tipo de trampa.

De este modo, seguiremos privados de conocer la realidad, lo que es especialmente lamentable en casos como el del ejemplo inicial puesto que, si las estadísticas fuesen capaces de reflejar la verdadera opinión del pueblo vasco y, por supuesto, si unos y otros aceptaran el veredicto de la opinión mayoritaria, se daría un paso fundamental para la convivencia.

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