Cuentas juradas
Ayer concluyó, al menos formalmente, el plazo para que los consejeros delegados y directores financieros de un millar de grandes empresas presentaran una declaración jurada de sus cuentas ante el organismo regulador de la Bolsa de Estados Unidos, la SEC. Como no podía ser menos en la patria de Microsoft, el regulador bursátil habilitó un servicio de Internet para facilitar el cumplimiento de la obligación de los ejecutivos estadounidenses. Pero también como ya empieza a ser habitual -recuentos electorales, coordinación ante catástrofes, etcétera-, la Administración estadounidense fue incapaz de afrontar con eficacia la avalancha de declaraciones de última hora y facilitar un sistema que permitiera conocer fielmente cuántas y cuáles empresas cumplieron con su obligación, algo que no se sabrá 'hasta la semana del 19 de agosto'. Así, el mecanismo más llamativo de la serie de medidas que la Administración Bush ha tomado para poner en marcha su cruzada contra el fraude contable ha arrancado con algún déficit de transparencia.
La cuestión pudiera parecer nimia, acaso de carácter meramente técnico, pero lo es menos si se tiene en cuenta que las grandes Bolsas del mundo están pendientes del resultado de esas declaraciones desde hace semanas. Hay unanimidad respecto a que los escándalos de grandes empresas emblemáticas de Estados Unidos han provocado una colosal crisis de confianza en las Bolsas y están detrás de la visceral reacción de la Casa Blanca al aprobar, el pasado 30 de julio, una normativa que refuerza los controles de la contabilidad empresarial y eleva las posibles responsabilidades de los administradores y los auditores ante eventuales fraudes. Un control que amenaza con dar poderes omnímodos a la SEC respecto a las grandes compañías mundiales que cotizan en Wall Street, sin que previamente se haya negociado con las autoridades de áreas económicas tan importantes como la UE.
Tener la certeza de que la riada de escándalos ha tocado a su fin es una pieza básica para intentar recuperar la confianza de los inversores. Una obra que se antoja hercúlea, puesto que al daño causado por empresas como Enron, Andersen o Worldcom se suma ahora una incertidumbre sobre el crecimiento de la economía tanto de Estados Unidos como de Europa o Japón. A partir de hoy, aunque sea bajo la presión de una ley, las empresas y sus directivos asumen un compromiso moral con los inversores de hacer las cosas de otra manera.
La teoría de dar valor a la acción a toda costa debe ser revisada en profundidad o, simplemente, pasar a la historia. Fue el germen de la burbuja tecnológica y la impulsora de las grandes compras de empresas por intercambio de papelitos, sin dinero, que a la postre han hundido el mercado -muchas empresas valen ahora en Bolsa hasta un 90% menos que hace no tantos meses- y han forzado la desaparición de muchas compañías.