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Tribuna
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Cambio de actitud con Latinoamérica

Lucas Vigier asegura que la obtención por parte de Brasil de una línea de crédito del FMI es una señal clara de que la región vuelve a tener un papel preponderante en la política exterior de Estados Unidos

El director del FMI sorprendió al mercado al presentar un nuevo programa de créditos stand-by para Brasil por 30.000 millones de dólares. El paquete de ayuda no sólo sorprende por ser más importante de lo que se esperaba (es el más grande que recibe Brasil en su historia), sino también por la celeridad con que ha sido otorgado.

De hecho, la ayuda financiera llega antes de que los candidatos de la oposición manifiesten un compromiso explícito para mantener las actuales políticas macroeconómicas, algo que hasta hace sólo unos días el FMI consideraba indispensable.

No es casual que la concesión de esta ayuda, a la que se suma la asistencia por 1.500 millones de dólares otorgada por EE UU a Uruguay hace sólo una semana, llegue tras la reciente visita del secretario del Tesoro estadounidense a Argentina, Brasil y Uruguay. De hecho, Paul O'Neill dejó a su paso por Suramérica una estela de optimismo.

Contrariamente a lo que se había percibido desde que asumió su cargo, O'Neill se mostró muy proclive en sus declaraciones a prestar asistencia financiera a los países sudamericanos.

Las recientes declaraciones de O'Neill contrastaron con el discurso que hasta ese momento sostenía. Basta recordar que en octubre, cuando Argentina entró en la fase terminal de su crisis tras los atentados del 11-S, manifestó que los granjeros estadounidenses (en alusión a los contribuyentes) no tenían por qué rescatar a los banqueros que habían tomado riesgos a la hora de prestarle dinero a Argentina y que, por lo tanto, no veía razón para prestar asistencia a Argentina. Este razonamiento, por supuesto, no tomaba en consideración el rol de garante de la estabilidad política y económica de la región que había tomado EE UU en la década de los noventa (basta recordar el paquete de ayuda dado a México en 1995 en plena crisis Tequila y las sucesivas ayudas otorgadas a Brasil y Argentina en esa década).

Tras el 11-S la política exterior estadounidense se centró en la lucha contra el terrorismo, desplazando la importancia geopolítica de Latinoamérica a segundo plano.

A modo de ejemplo está la generosa ayuda del FMI (del cual EE UU es el principal accionista) que recibía Turquía en octubre de 2001, mientras que Argentina, la otrora niña mimada de la Administración Bush (padre), no recibía ni un céntimo y terminaba declarando la mayor suspensión de pagos de la historia. Implícitamente, EE UU dejaba entender que no estaba dispuesto a seguir ejerciendo con el mismo liderazgo de los noventa ese papel de garante de la estabilidad de la región.

El relego de la región también se dejó traslucir en el retraso en el proceso de integración regional que la Administración Bush (padre) impulsó con su iniciativa de formar un Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA). En los últimos años, el Senado estadounidense pospuso repetidamente la renovación del Acta de Preferencia Arancelaria Andina (ATPA) y negó las facultades al presidente para que firme acuerdos comerciales sin la aprobación del legislativo (vía que se conoce comúnmente como fast track).

Sin embargo, son varias las señales de que la Administración de George Bush (hijo) está poniendo nuevamente a Latinoamérica en un primer plano dentro de sus prioridades. No sólo se ha entregado de forma rápida, abundante y sin mayores exigencias previas ayuda financiera a Brasil y Uruguay, sino que en las últimas semanas finalmente se ha renovado y expandido el ATPA (ahora incluye no sólo bienes agrícolas, sino también una lista de bienes manufacturados) y el Senado ha otorgado nuevamente al presidente la facultad para firmar acuerdos vía fast track.

Las consecuencias de este cambio de actitud serán importantes en el corto plazo, en donde la ayuda financiera que pueda otorgar EE UU -directamente o a través del FMI- es indispensable para sobrellevar la adversa coyuntura tanto interna como externa que atraviesan la mayoría de los países de la región.

El dinero recibido por Brasil y Uruguay abre una luz de esperanza sobre la posibilidad de que Argentina finalmente pueda firmar un acuerdo con los organismos multilaterales. El hecho de que el FMI haya concedido la ayuda financiera a Brasil antes de lograr algún acuerdo con los candidatos de la oposición es una señal de que el organismo multilateral está dispuesto a ser quien dé el primer paso. Para Argentina, donde las autoridades estadounidenses ven con buenos ojos los avances logrados por el Gobierno en la consecución de un plan sostenible, esta actitud podría ser gravitante para agilizar las negociaciones.

Desde una perspectiva de más largo plazo, las posibilidades de que la región logre una mayor integración con EE UU serán también trascendentes. Sólo basta señalar el caso de México, que gracias a su participación en el Nafta desde 1994 ha sido el país con el sector exterior más dinámico de la región y el que más inversión directa ha recibido.

Sin duda alguna, si Estados Unidos toma la decisión política de integrarse con Latinoamérica, algo que podría confirmarse en los próximos meses, las perspectivas de crecimiento y de estabilidad para la región mejorarán sustancialmente.

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