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Tribuna
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La calidad de vida en el trabajo

Julián Ariza sostiene que si la mayoría de los trabajadores españoles estuvieran tan satisfechos con su puesto de trabajo como dicen algunas encuestas, la productividad sería mejor de lo que es

Hace un par de semanas, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) hizo públicos los datos de una encuesta titulada Actitudes y valores en las relaciones interpersonales, de la que la prensa se ha hecho escaso eco -Cinco Días ha sido una de las excepciones- a pesar de que, de corresponderse sus resultados con la realidad, serían muy relevantes frente a las críticas sobre los efectos que provoca en los trabajadores la situación del mercado de trabajo y las condiciones en que realizan su trabajo.

Llama la atención, por ejemplo, que solamente el 8,2% de los encuestados con empleo se sienta explotado con frecuencia en el desempeño de sus funciones laborales, en tanto el 32,4% lo sienten sólo algunas veces. La mayoría, el 58,1% no lo siente nunca.

Otro dato significativo es que, sobre una escala que va de uno a diez, la media de satisfacción en su tarea laboral es de 7,35 puntos, es decir, merece la calificación de notable.

A falta de información complementaria a la de la prensa, no cabe hacer muchos comentarios a estos datos salvo, quizás, el de que con tal grado de satisfacción podría parecer reducido el número de los que contestan afirmativamente a la pregunta de si los lunes están deseando volver al trabajo: son sólo el 13,9%.

Cabría pensar que la poca información divulgada puede inducir a una visión parcial y, por tanto, sesgada de la encuesta de marras.

Hipótesis que cobra fuerza cuando se sabe de otras encuestas que han abordado aspectos semejantes, como la promovida anualmente por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales.

Se trata de la encuesta de calidad de vida en el trabajo (ECVT), de la que quien esto escribe posee más amplia información, útil para contrapesar la difundida meses atrás por los medios de comunicación.

De la última ECVT se destacó que el 59% de los españoles no se aburría nunca en su trabajo. Los que se aburrían siempre representaban sólo el 10,6%.

Otro de los datos con más eco mediático fue que la suma de los que estaban muy satisfechos con su empleo -el 49%- y de los que estaban satisfechos, a secas -el 40,7%- dejaban a los poco satisfechos reducidos a uno de cada diez.

En resumen, lo que le llegó a la opinión pública era que la inmensa mayoría de los trabajadores no sólo están satisfechos con su empleo sino que, además, se lo pasan bien en él.

Tan idílica percepción la echan abajo otros datos proporcionados por la misma encuesta de calidad de vida en el trabajo, aunque menos conocidos. Por ejemplo, el que evalúa la llamada calidad de vida en el trabajo, formado por un conjunto de variables de tipo objetivo, como son la independencia laboral, no tener que trabajar los fines de semana, la realización de las comidas en casa y algunas más.

A esas variables se les suman otras de tipo subjetivo, tales como la percepción sobre el grado de satisfacción en el trabajo, el ambiente laboral y el cansancio físico y psíquico.

Pues bien, medida por una escala que va de cero a diez, resulta que dicha calidad de vida en el trabajo arroja un índice del 4,93. No alcanza el aprobado.

Otro apartado valora la participación en el puesto de trabajo. Integra las decisiones que pueden tomar los asalariados sobre la realización de su trabajo, sobre su actividad laboral, sobre cómo valoran los jefes las sugerencias, sobre el ambiente en el trabajo y sobre la participación en cursos de formación profesional continua y beneficios sociales.

Aquí el índice, sobre esa escala de cero a diez, arroja un claro suspenso: 3,88 puntos.

Un tercer apartado se refiere a la integración en el puesto de trabajo. Lo compone el conocimiento sobre los objetivos y organigrama de la empresa, el conocimiento del convenio colectivo o estatuto de regulación de las ofertas empresariales en materia de formación continua, las relaciones personales con compañeros y superiores y la disposición a trabajar más para favorecer los objetivos de la empresa. El índice resultante es desolador: 2,78 puntos.

El índice que mide la autonomía en el puesto de trabajo, que abarca variables relacionadas con la creatividad, participación, integración y flexibilidad horaria, se queda en 3,83 puntos.

Como puede comprobarse, una vez más la lectura de los grandes titulares choca con la lectura de la letra pequeña.

Es probable que las contradicciones observables en las respuestas tengan bastante que ver con que en un país donde el paro preocupa más que el terrorismo, pese a que ambos problemas son el pan nuestro de cada día, lo que se valora más que otra cosa es disponer de un empleo.

En todo caso, cualquiera que conozca el nivel de precariedad de los contratos de trabajo, nuestro palmarés como país en cuanto a siniestralidad laboral o las duras condiciones en que se desarrolla una serie de actividades productivas -construcción, transporte, textil, cadenas de montaje, etcétera-, sabe de sobra que no es creíble que la inmensa mayoría de los trabajadores se sientan satisfechos con su trabajo, concepto distinto al de tener un empleo. Si tan extendida y notable satisfacción fuera real, es seguro que nuestro nivel de productividad del trabajo sería mejor de lo que es.

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