Media década perdida en América Latina
Con una caída de la actividad económica cercana a 1% en el presente ejercicio, América Latina completará media década perdida de crecimiento económico. En efecto, la producción por habitante se situará este año un 2% por debajo del nivel del año 1997.
Aunque la fuerte contracción de Argentina explica una parte importante de este resultado, el lento crecimiento es un fenómeno mucho más amplio.
La mitad de los países de la región ha tenido en los últimos cinco años una contracción de su producción por habitante y todos los fenómenos de rápido crecimiento económico de la década de los noventa se han detenido.
Las causas de un fenómeno tan generalizado como éste sólo pueden buscarse en una fuente común, la economía internacional. Entre las explicaciones posibles, hay una particularmente clara: el comportamiento de los mercados financieros internacionales.
La recuperación del crecimiento económico entre 1990 y 1997 estuvo asociada al retorno de los capitales, cuya estampida había generado lo que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) denominó la década perdida de los años ochenta. A raíz de la crisis asiática de 1997, los capitales han huido de nuevo. En particular, desde 1998 los pagos por concepto de intereses que han hecho nuestros países por la deuda externa pública y privada han sido superiores a las entradas netas de capitales financieros, generando así una sustracción neta de recursos. Este fenómeno fue compensado por algunos años por la inversión extranjera directa, pero este flujo se ha debilitado. En 2002, dicha inversión bajará a la mitad del nivel máximo alcanzado en 1999.
La volatilidad de los mercados financieros ha sido, además, devastadora. Una característica inherente a su funcionamiento es la alternancia de periodos en los que se subestima el riesgo y otros en que se sobrestima, es decir, de periodos de exuberancia irracional, como los denominara el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, a otros de pánico irracional.
El pánico irracional se ha visto con nitidez en los casos de Brasil y Uruguay en los últimos meses. Niveles de endeudamiento que hasta hace poco se consideraban, correctamente, como manejables, súbitamente son reinterpretados como insostenibles. El cambio es particularmente grave porque, como lo señalara el financiero George Soros, el mercado tiene a veces la capacidad de imponer a la realidad sus expectativas, aun si éstas son irracionales.
Ante estas fallas protuberantes de los mercados, se requiere una reforma profunda del sistema financiero internacional, que sólo se ha llevado a cabo a cuentagotas en los últimos años. Más aún, hay francos retrocesos. La dilación del apoyo del Fondo Monetario Internacional a la Argentina ha agudizado, sin duda, la hipersensibilidad de los mercados financieros hacia América Latina.
La percepción de riesgo de los inversores directos hacia la región se ha agudizado, ya que Argentina fue uno de los destinos preferidos de dichas inversiones en los años noventa. Hay, por supuesto, excepciones de países que han logrado acceder a los mercados a tasas razonables, pero aun ellos han enfrentado la cautela de los inversores y ninguno ha experimentado un crecimiento rápido.
A través de la cuenta de capitales, así como del comercio, del turismo, de la disminución de las remesas de los migrantes que viven en Argentina y de las pérdidas de las empresas latinoamericanas que han invertido allí, la crisis argentina se ha transmitido hacia otros países de la región. La idea de que era posible aislarla sin generar contagio se ha derrumbado como un castillo de naipes.
Frente a la tensión actual entre la recuperación de la economía real de Estados Unidos y sus propias incertidumbres financieras, la esperanza está puesta en que el primero de estos procesos prevalecerá. En esto, y en la derrota de las presiones especulativas contra las economías de la región, especialmente aquella que enfrenta Brasil, se sustenta la expectativa de una recuperación latinoamericana a partir del segundo semestre de 2002, que llevará a la economía de la región a crecer hasta un 3% en 2003.
Pero se necesita más que una recuperación coyuntural. Se requiere, en efecto, una ofensiva regional, y del mundo en desarrollo en general, hacia un orden económico internacional que garantice mayores defensas contra las turbulencias financieras, una apertura comercial efectiva del mundo industrializado, una transferencia tecnológica más acelerada y acuerdos internacionales en materia migratoria.
En nuestro propio terreno, luego de varios años de experimentar con el nuevo modelo de desarrollo, es hora de aprender las lecciones del periodo de reformas económicas que vivió la región en la última década, para ajustarlas de manera pragmática.
Ello nos debería llevar a consolidar los logros obtenidos en términos de estabilidad de precios y dinamismo exportador, pero también a superar las dificultades, que se han manifestado tanto en un crecimiento económico volátil e insuficiente (muy inferior al que obtuvo América Latina en las décadas anteriores a la crisis de la deuda), como en la incapacidad del nuevo patrón de desarrollo de garantizar un desarrollo equitativo.
Ello requiere poner en marcha estrategias nacionales basadas en tres elementos fundamentales: una política macroeconómica que tenga como horizonte el conjunto del ciclo económico y orientada explícitamente a reducir las vulnerabilidades frente a los ciclos financieros externos; una política de desarrollo productivo para economías abiertas, que busque mejorar la competitividad internacional de las economías y ofrecer mayores oportunidades a las empresas pequeñas y a las microempresas en ese contexto; y una política de desarrollo social más activa, que contribuya a que los beneficios del crecimiento lleguen al conjunto de la población.
Requiere, además, un impulso político para lanzar un proceso profundo de integración regional. æpermil;ste es el sentido de las propuestas que ha venido formulando la Cepal en los últimos años y, recientemente, en su documento Globalización y desarrollo.