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Tribuna
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Leer (o releer) un libro en vacaciones

Afinal de agosto pasado se preveían algunas novedades en el porvenir económico y político del otoño, invierno y primavera que se avecinaban. Pero no hubo que esperar a otoño. El 11 de septiembre rompió los esquemas y comenzaron a precipitarse acontecimientos en cascada. Los últimos meses transcurridos nos han obligado a replantear alguna que otra convicción, confirmar sospechas que teníamos y dudar de zonas de seguridad. Volvió a emerger la idea que algunos venimos defendiendo desde hace tiempo y que resumimos en la expresión 'vivimos en una sociedad de riesgo'. Sería fácil entresacar datos empíricos que avalaran esta consideración que hago, destacando, por ejemplo, que haya desaparecido la Swissair, desintegrado la Andersen, quebrado la Enron o la Worldcom, cayendo como títeres quienes presumían de controlar la situación.

Ya dije hace unas semanas en estas mismas páginas que esta situación real no debería ser entendida como una tragedia, sino simplemente como consecuencia de un sistema que necesita ajustes en sus debilidades y cargas de escepticismo en sus fortalezas. Pues bien, he releído estos días una obra singular que me permito la pedantería de sugerir leerla o releerla a aquellos que no lo hayan hecho o a aquellos que ya lo hubiesen hecho. Me refiero al libro de Bernard Mandeville La fábula de las abejas (Los vicios privados hacen la prosperidad pública).

Esta obra, como bien se sabe, tuvo su primera publicación en la próspera, incitante y apasionante Europa, concretamente Inglaterra, en 1729. El autor murió cuatro años después y nos dejó lo que utilizando la idea de Bergamín podríamos denominar 'la paradoja como paracaídas del pensamiento'.

El autor fue bautizado en Rotterdam en 1670, anduvo por la Europa de aquellos años observando cómo funcionaban realmente las instituciones y los hombres, para terminar escribiendo este 'veneno líquido', que hace pensar, obligando a reordenar el pensamiento para reordenar la práctica de ese mismo pensamiento. El libro tiene un primer germen, como tal breve, pero sustantivo. Basta el título El panal rumoroso o la redención de los bribones. Fue un librillo en cuarto de 26 páginas a 6 peniques, aparecido a principios del XVIII (1705), previamente anunciado por The Daily Courant bajo el eslogan publicitario 'Hoy se pondrá a la venta', eslogan que se repitió, también, en The Post Boy. Había expectación. El éxito fue clamoroso. Los ingleses advirtieron que podrían encontrarse ante un autor que incorporaba al pensamiento inglés lo que más gusta a los británicos, que es el anarquismo filosófico unido al utilitarismo escéptico. A Crabb Robinson le ha permitido afirmar que La fábula de las abejas, libro que hoy recomiendo su lectura o relectura, es el 'más malvado e inteligente de la lengua inglesa'.

Cuál es el sentido de la lectura (o relectura) hoy de este libro? Desconfiar de los fundamentalistas embaucadores; apostar por la duda creativa; ilusionarse en situaciones caóticas; poder afirmar que la virtud acaba siendo la conducta ordenada por la razón. No son maneras de decir. Son verdades literales.

El libro contiene fuertes dosis de empirismo, que conducen a un utilitarismo necesario y práctico, nos pone en la pista de que hay que huir del razonamiento que no esté basado en hechos. La fábula afecta a quienes integran las distintas capas de una sociedad civil, conteniéndose certezas como que quienes hacen la guerra disfrutan más de los honores y no les afectan las muertes que provocan para conseguirlos; a los abogados les apasiona (nos apasiona) más crear litigios que apaciguar discordias; los médicos valoran más la riqueza y la fama que la salud del paciente marchito; la justicia, célebre por su equidad, es ciega y carece de tacto; los bribones son ensalzados como modelos del panal, aceptándose que no produce escándalo, sino simplemente alguna que otra inquietud la constatación de que los vicios privados hacen la prosperidad pública.

Una pista más para el lector o relector. Siempre he pensado que el lugar donde se gesta un libro, se practica una tertulia o se concierta una cita amorosa acaba condicionando el desarrollo de la aventura. Pues bien, el libro de Mandeville se gestó en el Café de Edward Lloyd, lugar de reunión de comerciantes y marinos, y en los días en que Mandeville había llegado a ser una pequeña lonja.

Pues bien, en ese pequeño café londinense, próximo a Regent Street, no solamente se gestó esta obra de arte, sino que también ese intercambio de ideas en las conversaciones hizo nacer, nada más y nada menos, que el imperio asegurador Lloyd. Pero lo que es aún más importante. La palabra riesgo también nació aquí, vinculada íntimamente a la institución de seguro que es la respuesta técnica al grito de los navegantes portugueses y españoles que incitaban a los especuladores e inversionistas bajo el reclamo 'atrévete', refiriéndose a las aventuras propias de las empresas transoceánicas.

Lloyd creó el antídoto al riesgo propio del atrévete, que es el seguro. Mandeville creó una obra que tres siglos después sigue siendo guía de náufragos para los que quieren ser navegantes.

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