Creadores del azar
Impresiona ver la que está cayendo sobre tantos embaucados, que se endeudaron hasta las cejas para acudir presurosos al panal de rica miel del capitalismo popular, anunciado en plan grandes oportunidades por Doña Margarita Thatcher y el compañero Reagan, descubridores del principio del progreso y la revalorización indefinida para los títulos de la Bolsa.
Cada día volvemos a comprobar como el Dios de la lluvia llora sobre el parqué cuando los del capitalismo popular apenas habían tenido tiempo, convertidos en inversores, de desprenderse del tufillo de pertenencia a la clase obrera, que todavía les acompañaba como una denominación de origen considerada ya a estas alturas como rémora en lugar de ser prueba de honrados principios argüida sin complejos en tiempos de sus progenitores.
Por eso sería el momento de rendir homenaje a los precursores de este y de otros baños de realidad y de reeditar, por ejemplo, aquel libro memorable Creadores de escasez que escribió Daniel Anisi. Todavía antes, hacia 1867, Maurice Joly en El arte de Medrar. Manual del trepador, que por primera vez acaba de aparecer en español, editado por Galaxia Gutemberg (Círculo de Lectores), precisaba que 'la suprema habilidad en política consiste en crear el azar y no sufrirlo' y añadía que 'en los negocios también hay gente que crea el azar', gente a la que 'antiguamente los llamaban estafadores'. Qué son a fin de cuentas todos esos ejecutivos de Enron, de Worldcom y de tantas otras empresas capaces de maquillar los resultados, de conchabarse con las compañías auditoras y con los bancos, y atentos a extraer anticipadamente de las ruinas generales asombrosos beneficios para sus pecunios.
Pero de los talentos citados made in EE UU podemos volver los ojos a otros fuera de discusión made in USA como Paul Krugman, quien en el International Herald Tribune se ocupaba el miércoles del comportamiento deshonesto del gobernador Christie Whitman, de New Jersey, y de otros casos que le permiten evaluar el montante de las estafas a los contribuyentes y pensionistas, y equiparar tan penosa situación a la que inducía a tildar de Banana Republic a algunos de los países más corruptos de Centroamérica. La cuestión para nuestro autor, profesor de Princeton, es que este estilo de gobierno ahora se ha trasladado a Washington y a partir de ahí trabajamos sin red. Porque, ¿cómo va a restablecerse la confianza en el sistema si el presidente Bush, el vicepresidente, el secretario del Ejército y tantos otros han estado implicados en casos análogos a los que han estallado y por los que dicen estar escandalizados? Volvamos al título de esta columna y reconozcamos que toda esta gente de la Casa Blanca se ha aplicado en crear el azar para los demás y ha logrado quedar exentos de padecerlo. Visto lo acontecido, conviene desechar esas aproximaciones simplificadoras que pregonan el fin de la historia y aplicarse a la reconsideración pendiente respecto de este sistema capitalista que pareció dar lo mejor de sí cuando operaba bajo la amenaza del otro sistema, el socialista, al que los científicos de entonces consideraban el futuro inexorable de la humanidad. Aquel modelo teórico se vino abajo, era incapaz de resistir la comparación con el socialismo real, que era el único existente a base de represión, gulag y carencias generalizadas. Ahora es el turno para analizar a donde nos han llevado los del maximalismo liberal, los liberal-nihilistas, los de cuanto menos Estado mejor, los de la mejor regulación es la que no existe, porque el número de estafadores por metro cuadrado empieza a ser ya insufrible. Y más aún peligroso si para ennegrecer el ambiente en lugar de tinta de calamar preparan una guerra contra Irak como antídoto a la bajada de su popularidad.
En todo caso, es imposible esperar clarificaciones de quienes nos han metido en el barrizal de unos azares de los que han sido beneficiarios. Como recuerda Juan Antonio Rivera en El gobierno de la fortuna, ya nos advirtió Tolstoi de que los propios implicados en los acontecimientos son los primeros en despojarse con alivio intelectual de la confusión tumultuaria de imágenes que conservan en su memoria, a favor del relato ordenado y dotado de sentido que les ofrecen los que estuvieron ausentes de los hechos. Vale. Alejemos de nosotros esa asimilación del humano inintencionado a lo artificial que Hayek denominaba racionalismo constructivista. Pero Europa, por favor, que salga a escena Europa.