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Tribuna
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Las Bolsas golpean al ciclo

El posible efecto negativo sobre el ciclo económico de los fuertes descensos en las cotizaciones de los mercados de valores tiene dos canales de transmisión: uno, sobre el consumo, a través de dos efectos: por un lado, sobre el consumo de los hogares, que depende del flujo de renta de los hogares, su stock de riqueza y su percepción del nivel de riesgo existente en la economía. Así, los descensos bursátiles generan, por un lado, el conocido efecto riqueza, por el que, al disminuir la riqueza patrimonial de los hogares, aunque quizá no el flujo de renta que perciben todos los meses, éstos reducen su nivel de consumo. Además, el incremento en el nivel de riesgo reduce asimismo el nivel de consumo, incluso si la renta de los hogares no varía. La relevancia de estos efectos en el actual contexto se cifra en que el mantenimiento de unas tasas aceptables de crecimiento del consumo es la razón que ha evitado una recesión más duradera y profunda en las principales economías desarrolladas.

El segundo canal de influencia de los descensos en las cotizaciones es a través de la financiación de las empresas para sus proyectos de inversión. Las empresas pueden financiarse mediante el recurso a los mercados de crédito, la emisión de deuda privada o la emisión de acciones. En principio, acciones baratas favorecerían la captación de recursos de las empresas, pero las expectativas de evolución de las cotizaciones son tan negativas que las ventas predominan en el mercado, y lo menos necesario es la colocación de nuevas acciones a través de una oferta pública de venta. Las escasas que se han intentado en los últimos meses han fracasado, hasta el punto de que la emisión de nuevas acciones ha desaparecido del mercado. Podría pensarse que la empresa siempre tiene disponibles los otros dos métodos de financiación que antes mencionamos, pero la situación es menos positiva. Por un lado, la prima de riesgo en los mercados de renta fija, es decir, el diferencial entre la remuneración ofrecida por los emisores privados y públicos de deuda, ha aumentado de manera muy importante, encareciendo hasta tal punto el endeudamiento de las empresas que este mecanismo se hace prácticamente imposible de asumir.

Por otro lado, también las entidades de crédito han aumentado sus primas de riesgo, es decir, el diferencial entre sus tipos de activo y pasivo, encareciendo con ello de manera muy significativa el endeudamiento crediticio. Detrás de este comportamiento de las entidades de crédito está, por un lado, la necesidad de aumentar sus beneficios esperados en un contexto de mayor riesgo, de modo que el riesgo incorporado en la concesión de un crédito resulte asumible. Por otro, el deseo de obtener una señal acerca de la calidad de sus solicitantes.

Muchas empresas solventes rechazarán las duras condiciones a las que se recibe la oferta de crédito por parte de la institución financiera, mientras que la mayoría de las empresas menos solventes, es decir, de mayor riesgo, aceptarán dichas condiciones. Ello conducirá a un proceso de selección muy escrupuloso por parte de la institución de crédito, terminando, por vía de ambos efectos, a un estrechamiento muy significativo de este segmento del mercado de financiación de las empresas. En definitiva, existe en las condiciones actuales un deterioro evidente en las condiciones de financiación de las decisiones de inversión, por lo que es difícil que este componente de la demanda interna se recupere antes de que cambie la tendencia en los mercados de valores.

En cuanto a la demanda de consumo, es evidente que podría verse dañada por el efecto riqueza negativo y el incremento de la percepción de riesgo, aunque en los indicadores de consumo disponibles no aparecen tales signos; por otra parte, también existen señales que sugieren que el cambio de tendencia en la renta variable podría estar próximo. Aunque existen opiniones discrepantes, la peor fase de la caída en renta variable podría estar próxima a concluir. De ser así, podría evitarse el deterioro del consumo y, con él, una nueva caída en el crecimiento del PIB; si esta percepción optimista acerca de los mercados de valores no es correcta, asistiríamos a algún periodo de crecimiento negativo, y el ciclo económico cambiaría de signo a ambos lados del océano.

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