El proceso de reformas en la región corre el riesgo de frenarse
Durante muchos años las reformas estructurales orientadas al libre mercado eran vistas en la mayoría de las economías latinoamericanas como opuestas al bienestar social. Sin embargo, el estancamiento económico de esta región, que alcanzó su máxima expresión en la década de los años ochenta -la llamada década perdida- produjo un profundo cambio en esta percepción.
Entrados los noventa, prácticamente todos los espectros políticos en Latinoamérica coincidían en que el crecimiento sólo vendría de la mano de profundas reformas estructurales. De esta forma se abrió un proceso de modernización de las economías de la región que incluyó, entre otros, la apertura de la cuenta de capitales y comercial, el proceso privatizador y el control de la inflación.
Impulsada por estas reformas, la región experimentó un fuerte crecimiento en la primera mitad de los noventa. Sin embargo, diversos shocks externos y otras debilidades internas impidieron que el crecimiento se mantuviese de forma sostenida. Países como Argentina, uno de los que más avanzó en este proceso de reformas, o Brasil se enfrentaron hacia finales de la década pasada y comienzos de ésta a fuertes crisis económicas.
En gran parte de la región las desigualdades sociales y el desempleo han crecido, generando un creciente descontento social. Fruto de esta negativa coyuntura económica y social se comienza a ver en la región un cambio de actitud, que pone en duda la efectividad de las reformas estructurales y del mercado como vehículo para alcanzar el bienestar.
Sólo basta ver algunos ejemplos de ello, como la llegada de Chávez a Venezuela en 1998, la fuerte oposición al proceso privatizador en Perú, el liderazgo de Lula en las encuestas en Brasil, el surgimiento de Elisa Carrió en Argentina (también favorita en las encuestas presidenciales) y las dificultades que tienen México y Colombia para continuar avanzado en las reformas.
Escaso contagio financiero
Mucho se ha hablado del contagio en la región, primero desde Argentina y ahora desde Brasil. Sin embargo, éste no ha sido en ninguno caso significativo para los activos financieros, poniendo de manifiesto la creciente diferenciación de los inversores hacia las condiciones particulares de cada país.
Quizá se está poniendo el énfasis sobre un tema equivocado y el verdadero riesgo es que exista un paulatino cambio en la percepción que se tiene de la región. Los flujos de inversiones de los países industrializados son indispensables para asegurar un crecimiento sostenido ante las bajas tasas de ahorro latinoamericanas.
El resurgimiento de esta dicotomía, que opone reformas a bienestar, es por lo tanto un error que le puede costar otra década perdida a la región. El problema latinoamericano no son las reformas, sino la superficialidad de éstas. Sólo se ha avanzando en las grandes reformas macroeconómicas, pero esto no es suficiente.
No se han creado los mecanismos para que estas reformas se trasladen a un mayor bienestar social. Las pequeñas y medianas empresas no tienen acceso al crédito, no existen políticas serias de apoyo a los exportadores, el Estado no se ha modernizado, permitiendo una gestión transparente y eficiente de sus funciones, y no existe un sistema judicial que asegure el cumplimiento de las leyes.
La lista es interminable en materia de reformas estructurales pendientes. Por lo tanto, Latinoamérica debe ser consciente de que aún está en deuda.