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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Faltó ambición en Sevilla

José María Aznar vistió el sábado por última vez sus galones de presidente de turno de la Unión Europea. La cita final de su mandato no podía aparecer más deslucida, tanto por avatares ajenos a la voluntad del presidente -la estremecedora sucesión de atentados terroristas en la geografía peninsular- como por la falta de ambición que acusó la delegación española. Líderes del peso de Jacques Chirac o Gerhard Schröder arrebataron la iniciativa a un Aznar en segundo plano al que ni siquiera sirvió de apoyo su amigo Tony Blair. Mala señal para Aznar, presunto aspirante, al final de su carrera política en España, a una hipotética presidencia quinquenal de la UE.

El marasmo en que se enfangó la presidencia española después de los moderados avances de la cumbre de Barcelona no podía desembocar sino en la debacle de Sevilla. En la capital catalana, España llegó con unos objetivos claros de liberalización en los mercados energéticos y de integración de los mercados financieros. Arrancó con matices esos acuerdos y coló de paso el desbloqueo de asuntos tan atascados como el proyecto europeo de navegación por satélite Galileo.

Pero a partir de aquel encuentro, el Gobierno ha hecho gala de una escasa capacidad de maniobra y de una torpe facilidad para provocar el enfrentamiento institucional. La reforma de la política pesquera, auspiciada por la Comisión Europea, fue el ejemplo más flagrante de su escasa sensibilidad, hasta el punto de que el ministro de Agricultura, Miguel Arias Cañete, se vio obligado a pedir disculpas ante Bruselas.

El titular de Exteriores, Josep Piqué, se enredaba en los últimos meses en la espinosa negociación para la ampliación, la tarea principal que los socios comunitarios habían encomendado a España. Piqué ha sido incapaz de cerrar el capítulo sobre ayudas agrícolas, lo que equivale a dejar la parte más importante del trabajo sin hacer. Alemania, que celebra elecciones en septiembre, ha rechazado todas las propuestas presentadas. España acusa a Berlín de anteponer sus intereses electorales a la negociación, pero también Francia tenía elecciones por delante cuando aceptó en Barcelona la liberalización gradual del mercado eléctrico.

Ante esta tesitura, Aznar optó por poner el foco en una política europea común de inmigración y asilo que simplemente impulsa lo ya esbozado hace tres años en la cumbre de Tampere (Finlandia), pero potenciando los elementos coercitivos frente a los de integración y acogida.

La jugada pudo costarle el fracaso total de la cumbre, porque varias delegaciones (Francia y Suecia, sobre todo), más la Comisión y el Parlamento Europeo, se negaron a abordar el problema de la migración desde una óptica puramente policial. La patronal europea, Unice, también tuvo que recordar en vísperas de la cumbre los beneficios económicos que reporta la migración al país receptor y pidió que 'no se cierre herméticamente Europa'. Al final, se impuso el sentido común y económico y la puerta se ha dejado entreabierta.

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