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Columna
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Argumentos inflacionistas

Un persistente diferencial de inflación respecto a los socios comerciales internacionales perjudica a las empresas con vocación exportadora, por la acumulada pérdida de competitividad que genera. Además, una resistente tasa de inflación termina incidiendo en las demandas de incrementos salariales: cuando la negociación salarial deja de obedecer a expectativas de menor inflación futura, se produce un efecto de realimentación, de inflación de precios de consumo a inflación de salarios, y viceversa, que deteriora adicionalmente la situación de inflación.

Los cuatro datos disponibles con la nueva metodología de cálculo del IPC muestran que las dificultades de la economía española en materia de inflación no remiten: a) la inflación española muestra una clara resistencia a la baja; b) se disocia de nuestros socios europeos, generando un persistente diferencial de inflación con ellos, y c) subsiste el denominado problema de inflación dual, consistente en que los servicios mantienen una tasa de inflación significativamente superior a la de los bienes industriales.

Suele comentarse que precisamente tal dualidad reduce los peligros de un diferencial de inflación con nuestros socios comerciales, por cuanto los servicios no son fácilmente intercambiables entre países. Tal visión es incorrecta, y conduce a una actitud pasiva en materia inflacionista que es sumamente dañina.

Muchos bienes industriales utilizan servicios en su manufactura y distribución, por lo que la mayor inflación de éstos termina extendiéndose a otro tipo de bienes. Además, todos los consumidores utilizan servicios, por lo que su elevada inflación conduce tarde o temprano a mayores demandas salariales, que repercuten así en los costes de producción y en los precios de consumo en todos los sectores.

La inflación dual, por tanto, es claramente peligrosa. No hace sino ilustrar la variedad de prácticas poco competitivas que subsisten en determinados grupos de bienes, que abarcan desde las tarifas de colegios profesionales hasta los mecanismos de fijación de precios en hostelería y turismo y en los grupos de empresas de distribución y transporte.

El dato de abril arroja, lamentablemente, otro tipo de sombras sobre el panorama de precios de consumo en España. Por un lado, la inflación subyacente lleva un año sin mostrar ninguna reducción significativa, estabilizada en torno al 3,5% hasta su repunte al 3,9% con el último dato. Por otro, sorprende que el área económica del Gobierno manifieste que la introducción del euro ha podido tener un efecto inflacionista significativo, en contra de su evaluación inicial. En primer lugar, porque, como manifestamos en su día en estas páginas, era imposible tener tal percepción con el dato de enero; en segundo lugar, porque es asimismo difícil apelar ahora a ella: no parece evidente que los grupos de bienes que presentan mayor tensión inflacionista lo hagan por el efecto redondeo.

Más bien, aunque esperábamos que hubiese ocurrido ya en marzo, el dato de abril ha cerrado el ciclo cubierto por el nuevo componente estacional que se produce al incorporar los precios de bienes rebajados al cálculo del IPC. Precios que fueron más bajos en enero de lo que hubieran resultado con la metodología anterior, son más altos ahora. Por ejemplo, el grupo de vestido/calzado, uno de los grandes culpables del dato de abril, ha subido tan sólo una décima desde comienzos de año; su importante elevación de abril se debe, fundamentalmente, a la reducción de meses anteriores.

El Gobierno ha preferido poner más énfasis en el objetivo de déficit cero que en el de eliminar prácticas monopolísticas y, en dicho empeño, ha recurrido a elevar los tipos impositivos sobre los precios de productos que tiene a su control. El coste es la contribución inflacionista que ahora muestra el grupo de tabacos y alcohol o las tarifas ferroviarias.

Lo lamentable es que el repunte inflacionista aparezca en un momento de demanda relativamente contenida, por lo que puede acentuarse cuando ésta se recupere.

Creo que, en la medida que el efecto redondeo haya jugado un papel, y que el precio del crudo se estabilice, parte del repunte de inflación es reversible; posiblemente no estemos ante una ruptura de niveles de inflación al alza.

No reconforta, sin embargo, ver que el Gobierno pueda estar confiando pasivamente en tal cambio de contexto y en una elevación de tipos por parte del BCE, más que en diseñar una política antiinflacionista, y que considere razonable recurrir a precios intervenidos para lograr su objetivo presupuestario. Ello ilustra unas prioridades difícilmente justificables.

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